El poder es local, el combate al narcotráfico también
Columna JFM

El poder es local, el combate al narcotráfico también

La virulencia de la ola de violencia que ha generado el narcotráfico no es inédita (el año pasado hubo unos mil ejecutados, y la cifra no es mucho mayor de la que ha habido en los últimos seis o siete años) pero ha adquirido otra dimensión: ahora las ejecuciones son públicas, se ha elevado la mira y los mensajes han dejado de ser cifrados, son también casi públicos, abiertos y buscan generar la duda y el temor, sembrar la división en una confrontación que, necesariamente, es integral y debería ser asumida como tal por todas las fuerzas del Estado en todos sus niveles.

La virulencia de la ola de violencia que ha generado el narcotráfico no es inédita (el año pasado hubo unos mil ejecutados, y la cifra no es mucho mayor de la que ha habido en los últimos seis o siete años) pero ha adquirido otra dimensión: ahora las ejecuciones son públicas, se ha elevado la mira y los mensajes han dejado de ser cifrados, son también casi públicos, abiertos y buscan generar la duda y el temor, sembrar la división en una confrontación que, necesariamente, es integral y debería ser asumida como tal por todas las fuerzas del Estado en todos sus niveles.

Ejemplos no faltan: además de la secuela de asesinatos de cada día, ayer en Monterrey, pegado al cuerpo de un hombre con huellas de tortura abandonado en Monterrey, se encontró un cartel con amenazas directas al procurador de Nuevo León, Luis Treviño y el secretario de gobierno, Rogelio Cerda. El mismo “recado” había sido dejado en el asesinato de una agente de policía en San Pedro Garza García días atrás. Al mismo tiempo en Acapulco apareció una camioneta abandonada con un mensaje en el parabrisas que decía “enséñense a respetar…Z”. Al momento de escribir estas líneas no se había divulgado de quién era la camioneta y qué había sucedido con el propietario. Evidentemente, se trata de una misma estrategia, marcada por la intimidación y la violencia. No importa si es verdad o no lo que dicen esos mensajes. Lo importante es dejarlos, hacerlos públicos, generar la división y la duda entre los funcionarios estatales y las fuerzas políticas y sociales. El verdadero destinatario del mensaje sabrá comprenderlo.

La razón es relativamente sencilla. Durante muchos años, con la excusa o la coartada de que el narcotráfico era un delito federal, la enorme mayoría de los gobiernos estatales, cuando detectaban actividades del crimen organizado en sus entidades, preferían mirar para otro lado, incluso cuando comprobaban que sus fuerzas de seguridad caían bajo el influjo de éstos. Lo mismo hicieron las autoridades municipales y de todos los colores políticos. En el ámbito federal, la inoperancia estatal era a veces una buena razón, en otras un buen pretexto. Las historias van desde el caso extremo de Mario Villanueva en Quintana Roo, hasta la permisividad con La Hermandad en Tabasco o la historia que me contaba alguna vez un gobernador de un estado limítrofe, cuando llegó a un restaurante con toda su comitiva y se enteró que allí estaba comiendo, con toda su gente, uno de los principales y más buscados narcotraficantes del país. ¿Qué hizo?, le pregunté. Pues me fui con mi equipo a otro restaurante, me contestó, asombrado de la pregunta. ¿Y por qué no llamó a la gente de la PGR o la Defensa?. Porque ese no es asunto mío. Son delitos federales, me contestó y allí concluyó la plática.

Los estados y municipios apenas se están acercando al combate al narcotráfico y por eso terminan siendo los eslabones más vulnerables en el proceso. Primero, porque sus fuerzas de seguridad están profundamente permeadas por el crimen organizado, y segundo porque muchos de sus funcionarios no terminan de comprender la magnitud de la confrontación. Este lunes, luego de los violentos enfrentamientos en Boca del Río, Veracruz, el procurador del estado Emeterio López, dijo que no había que sobredimensionar las cosas y que esas ejecuciones estaban relacionadas con las de días pasados en una carrera de caballos clandestina en Villarín, de la que ya hablamos en este espacio. Y es verdad. Pero una verdad a medias, que no explica la integridad del proceso: lo de Boca del Río está relacionado con los enfrentamientos en Villarín, y ésa matanza está relacionada con la que se está dando en Tabasco, desde hace meses. La de Tabasco es resultado de un conflicto interno con fuertes componentes políticos que tiene amplias ramificaciones en Michoacán. Allí la guerra ha tenido manifestaciones muy violentas pero también se han generado golpes que se deben tomar en cuenta: el decomiso de las veinte toneladas de efedrina del 5 de diciembre y como consecuencia de ello el hallazgo de 205 millones de dólares la semana pasada en una casa de Bosques de la Lomas en la ciudad de México. La guerra entre y contra los cárteles en Michoacán y aquellos decomisos, no se pueden separar de lo que sucede en Guerrero. Y la ejecución de Mireya López Portillo y Jordi Peralta no se puede deslindar de ese escenario, aunque pudiera responder a otras razones. Y podríamos continuar con las ramificaciones que van y vienen desde el Pacífico y el Golfo hasta Tamaulipas y Nuevo León, pasando, por supuesto, por Guadalajara y el Distrito Federal y Sonora y Chiapas, por toda la república mexicana.

Si se quiere mayor complejidad en el tema y comprobar la penetración del crimen organizado en los cuerpos policiales locales está el ejemplo, ya documentado, de La Hermandad en Tabasco, y cómo las fuerzas policiales le abrieron el camino a quienes atentaron contra el general Francisco Fernández Solís. O como el comandante asesinado en Boca del Río estuvo media hora desangrándose bajo una camioneta, pidiendo ayuda sin que llegara ni una ambulancia o patrulla, hasta que allí murió, o cómo mandos policiales generaron el terror en el centro comercial de Las Américas, encerrando gente en cines y resturantes hasta por tres horas, cuando nadie había dado esa orden.

El desafío es terminar de armar el rompecabezas completo de la verdadera geografía del narcotráfico (no la simplificada que habla de dos o tres cárteles, con cuatro, cinco o diez cabezas) y actuar en consecuencia. Con muchas deficiencias, en el ámbito federal se está preparado para ello. Los que deben fortalecerse con los eslabones débiles, innumerables, que conforman los estados y municipios. No podrán hacerlo sin cooperación, sin sacrificios y sin aportar muchos recursos a una lucha que, de otra manera, terminará arrastrándolos.

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