El aborto, la fe y la ley
Columna JFM

El aborto, la fe y la ley

Habrá que comenzar por el principio. Nadie está ?a favor? del aborto. Lo que está en debate en la Asamblea Legislativa del DF es si se mantiene o no penalizada esa práctica, ampliamente generalizada en la clandestinidad con consecuencias funestas para miles de mujeres, estableciendo condiciones específicas, como plazos desde el inicio del embarazo o diversas enfermedades, para realizarlo y dejando la decisión en manos de la mujer.

Habrá que comenzar por el principio. Nadie está “a favor” del aborto. Lo que está en debate en la Asamblea Legislativa del DF es si se mantiene o no penalizada esa práctica, ampliamente generalizada en la clandestinidad con consecuencias funestas para miles de mujeres, estableciendo condiciones específicas, como plazos desde el inicio del embarazo o diversas enfermedades, para realizarlo y dejando la decisión en manos de la mujer.

El gobierno federal hizo un ejercicio de inteligencia al no involucrarse en el debate y dejarlo en el ámbito social y legislativo. El presidente Calderón confirmó lo que siempre dijo: que la vida comienza con la concepción, lo cual, en lo personal, lo aleja de la despenalización, pero insistió en que esa es una decisión que deben asumir “con responsabilidad” los legisladores del DF. No se podía ni debía involucrar por dos razones: primero, porque teniendo una convicción sobre el tema muy firme y muy respetable, no es la misma que la de buena parte de la ciudadanía, y un presidente no puede confundir sus convicciones con las de una sociedad tan amplia, tan diversa y plural como la nuestra. Y segundo, por la más elemental real politik. Es una decisión que tomará la Asamblea Legislativa del DF, un cuerpo legislativo local, en la cual no tiene incumbencia y debe respetarla. Si el presidente está insistiendo, con razón, en el ámbito federal, que lo que existen son mayorías legislativas y no unanimidades, y que eso no es mayoriteo, sino un ejercicio de sano de la democracia, no puede opinar diferente en un espacio legislativo local. La posición tomada es una buena muestra de reafirmación de convicciones, pero también de tolerancia y de inteligencia política: no tiene sentido pelear batallas que ya están perdidas de antemano.

También hizo bien Marcelo Ebrard, en este tema, en respaldar a sus legisladores. En este caso, porque la iniciativa surge de su partido. Pero también porque con el respaldo a estas acciones, al igual que con los operativos, Ebrard cada vez más pone distancia, se diferencia, de su antecesor, coloca a su gobierno en una ruta de centroizquierda, haciéndole un guiño a muchos sectores del PRD que ya han decidido tomar distancia con López Obrador (por cierto, vaya fracaso de la llamada Convención Democrática), pero todavía buscan qué camino seguir.

En ese contexto está debatiéndose el tema de la despenalización del aborto en el DF. En lo personal soy partidario de la iniciativa. Los datos duros son irrefutables al respecto. Días atrás, el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, informó que, sólo en su estado, había, actualmente unas 19 mil jovencitas de entre 13 y 19 años, embarazadas producto de una violación. A ellas se las apoyó con una despensa. ¿Cuántas de esas jovencitas, si hubieran tenido la oportunidad y se les hubiera ofrecido la opción, hubieran preferido no tener un hijo producto de la violación?. Pero el tema, sin duda, va mucho más allá: ¿cuántas mujeres mueren o quedan con graves secuelas después de realizar un aborto clandestino?. Y no es un problemas de clases altas o liberales: en esos sectores el tema está resuelto con un viaje al otro lado de la frontera o en muchas clínicas de buen nivel instaladas en nuestro país. El verdadero drama está en la enorme mayoría de mujeres que caen en manos de verdaderos carniceros que se aprovechan de la desprotección que sufren para someterlas a abortos que pueden acabar con su vida. O que caen en la utilización de  medicamentos de todo tipo para provocarlo, en ocasiones con graves secuelas. No sé cuál es el número de mujeres muertas por abortos clandestinos. Nadie lo sabe, ni siquiera sirven para ello los registros médicos, porque difícilmente en el acta de defunción se establecerá la misma. Pueden ser las 15 mil que dicen algunos, pueden ser más o menos. Lo indiscutible es que son muchas, demasiadas, y aunque fuera sólo una, es injusto.

No se trata tampoco de una cuestión de fe. Ninguna mujer está obligada a abortar ni un médico a practicar un aborto: se trata de colocar en la legalidad una práctica generalizada pero clandestina, y por lo tanto mucho más peligrosa para la salud pública y la sociedad. Quedará en manos de las distintas comunidades sociales y religiosas, hacer su trabajo ante la gente para convencerlos de sus argumentos, de sus convicciones. Pero la ley no puede debe construir con base en el interés general de la población. En estos temas no puede haber consideraciones simplistas y falsas (como aquella del ombudsman nacional, José Luis Soberanes, que dijo que la eutanasia equivalía a la pena de muerte, “porque un enfermo terminal no está en pleno uso de sus facultades mentales”), y tampoco imposiciones.

Si cumple con esas condiciones, la iniciativa que está en manos de la Asamblea Legislativa del DF debería ser aprobada. Ayudaría a miles de mujeres, sobre todo a las más pobres; a miles de hijos que hoy pierden a sus madres como consecuencias de abortos clandestinos; a miles de familias que quedan deshechas. No conozco a nadie que esté “a favor” del aborto. Conozco a muchos, como yo, que estamos a favor de que una mujer pueda y deba decidir sobre su destino.

Colosio: 13 años.

“Reitero que provengo de la cultura del esfuerzo y no del privilegio. Como mis padres, como mis abuelos, soy un hombre de trabajo que confía más en los hechos que en las palabras, pero por eso mismo soy un hombre de palabra, un hombre de palabra que la empeña ahora mismo para comprometerme al cambio que he propuesto: un cambio con rumbo y responsabilidad”. Así concluyó su discurso del 6 de marzo del 94, un buen hombre, un buen político, Luis Donaldo Colosio. Fue asesinado dos semanas después. Su muerte, en buena medida, sigue impune. Pero hay un crimen mayor: su verdadero legado no sólo no ha sido retomado sino que incluso ha sido, en ocasiones, crudamente distorsionado. Hoy habrá discursos. Nada más.

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