De la Fuente y Ortiz: la diferencia genera la coincidencia
Columna JFM

De la Fuente y Ortiz: la diferencia genera la coincidencia

El martes me tocó participar en Monterrey en una mesa, un debate, de los más interesantes e importantes de los que he estado en los últimos tiempos. En la reunión del IMEF 2007 se decidió hablar del futuro, de cómo se percibía el México del 2030 y para ello había que comenzar desde el presente y desmenuzar el pasado. En la mesa, además de un servidor y de Ramón Alberto Garza, estaba Juan Ramón de la Fuente, Guillermo Ortiz y Martín Werner. A pesar de que había muchos medios, fuera de algunas declaraciones puntuales, el encuentro pasó casi desapercibido o, en algún caso fue presentado como una agria disputa entre Ortiz y De la Fuente lo que jamás ocurrió.

El martes me tocó participar en Monterrey en una mesa, un debate, de los más interesantes e importantes de los que he estado en los últimos tiempos, sobre todo después de la cruda etapa de polarización política que significaron los comicios del 2006. En la reunión del IMEF 2007 se decidió hablar del futuro, de cómo se percibía el México del 2030 y, obviamente, para ello había que comenzar desde el presente y desmenuzar el pasado. En la mesa, además de un servidor y de Ramón Alberto Garza, estaban el rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz y Martín Werner, que fue subsecretario de Hacienda y desde hace ya un tiempo es el director de Goldman Sachs en México. A pesar de que había muchos medios, fuera de algunas declaraciones puntuales, el encuentro pasó casi desapercibido o, en algún caso fue presentado como una agria disputa entre Ortiz y De la Fuente lo que jamás ocurrió.

En realidad sucedió todo lo contrario: para nadie es un secreto que De la Fuente, Ortiz Martínez y Werner piensan diferente en muchas cosas y son especialistas, también, en ámbitos diferentes de la realidad. Pero lo más notable del martes pasado es que se dio un debate intenso, respetuoso en la forma y en el fondo, propositivo y que demostró que esas posiciones, en realidad, no son antagónicas sino complementarias.

Guillermo Ortiz, y Werner abordando el tema desde otra perspectiva estuvo en esa misma lógica, puso el acento en la necesidad de la estabilidad como un requisito indispensable para el crecimiento, mostrando las diferencias notables que habría para ese futuro 2030, en todos los ámbitos, si seguimos creciendo al 3 por ciento o si esa tasa llega al 6 por ciento. Destacó también que la estabilidad no dura sin crecimiento y el crecimiento tampoco sirve cuando se realiza sobre bases falsas. Las casi dos década perdidas entre finales de los 70 y los 80, han sido un lastre que apenas si se ha podido superar. Para tener crecimiento se deben adoptar una serie de medidas insoslayables cuyo rezago será, cada día, más costoso y destacó en ese sentido, además de las consabidas reformas fiscal y energética, un cambio de diseño y mentalidad que pasa, en buena medida, insistió, por una verdadera reforma educativa, que ampliara la calidad y la oferta. Werner demostró cómo adoptando políticas correctas, México puede ser la quinta economía mundial (por tamaño) en el año 2050.

De la Fuente enfocó esa misma visión desde otro ángulo. Partió del principio de que la estabilidad era, como habían dicho Ortiz y Werner, imprescindible para cualquier proyecto y que sin crecimiento económico nada serviría. Pero, después de analizar el llamado bono demográfico (la pirámide de edad que nos permite tener unas dos o tres décadas en las cuales la mayoría de la población estará en edad productiva, un periodo que estamos comenzando precisamente en estos años) y los desafíos y oportunidades que el mismo genera, se preguntó lo que nos preguntamos todo, qué está mal entonces. Porque algo está mal en el país cuando no podemos reflejar esa estabilidad real en un crecimiento constante y que refleje las necesidades de la sociedad y cuando buena parte de esas reformas de las que tanto se habla no se realizan. Para De la Fuente el tema está en la desigualdad, al que calificó como el problema más grave de México. Lo ejemplificó con unos datos que contundentes: hace unas pocas décadas la diferencia de años de estudio entre el sector más pobre del país y el más rico era de aproximadamente cuatro años, hoy es de prácticamente diez. Obviamente esa combinación de un contexto demográfico con gran cantidad de jóvenes en edad de estudiar o trabajar que no pueden hacer una cosa ni la otra (y en eso coincidieron tanto Ortiz, que no estuvo en la etapa final del debate, como Werner), está en el fondo del problema de la inseguridad.

La pregunta es cómo garantizar, simultáneamente, la estabilidad económica, el crecimiento y una distribución más equitativa de la riqueza. Y no hay una sola receta: la disciplina financiera es indispensable y genera estabilidad y ella por sí sola genera condiciones imprescindibles para cualquier estrategia de crecimiento (la única base, por otra parte, para crear empleos y mejorar la calidad de vida), pero falta un acento que debe pasar por la política social en general y por la educación en particular: no sólo entendida ésta por la cobertura sino también por la calidad y por la retención de los jóvenes en las aulas muchos más años que ahora. En última instancia pasa, como señaló De la Fuente, por tener un Estado “esbelto”, pero que trabaje activamente en lo social para amortiguar la desigualdad, comenzando por la educación y siguiendo en todos los otros ámbitos. Y en eso no existieron desacuerdos.

No es un tema menor ni tampoco lo son los participantes. Guillermo Ortiz además del gobernador del Banco de México es un personaje central para entender el largo periodo de estabilidad del que hemos gozado a pesar, incluso, de la convulsión política del año pasado. En muchos sentidos es un ortodoxo de las políticas económicas y nadie puede dudar de su convicción respecto a los beneficios de una economía abierta y competitiva. Juan Ramón de la Fuente es quizás, y sin estar en partido alguno, el personaje que mayores expectativas  y respeto genera en quienes piensan en una opción de centroizquierda alejada de las locuras mesiánicas o de los radicalismos del siglo pasado. Hay una característica común: una racionalidad basada en la propia experiencia y el conocimiento, pero también en algo que no solemos ver en muchos de nuestros políticos: los dos, siendo los mismos, han sabido cambiar y aprender de lo vivido. Las coincidencias sobre un verdadero proyecto de nación son posibles, ahí están, pero no pueden aferrarse a objetivos y calendarios partidarios de corto plazo.

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