Ebrard o la agenda perdida del GDF
Columna JFM

Ebrard o la agenda perdida del GDF

Uno de los secretos del éxito político es lograr imponer la agenda propia a los adversarios. Lo logró Salinas de Gortari a lo largo de su sexenio hasta enero del 94. Ernesto Zedillo nunca logró imponerla plenamente. Fox no pudo, en todo el sexenio, imponer una agenda política.
Uno de los méritos de Calderón desde el inicio de su administración ha sido logrado imponer su agenda y llevar a los demás actores a seguirla. Quien ha pagado los costos más altos de esa pérdida de brújula y agenda es Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno capitalino.
Quien ha hecho todo lo contrario: en lugar de mostrar al administrador eficiente y el operador político con experiencia ha decidido mostrar al seguidor más fiel de López Obrador y esta repitiendo , pasa a paso los mismos errores de Alejandro Encinas.

Uno de los secretos del éxito político es lograr imponer la agenda propia a los adversarios. Lo logró Salinas de Gortari a lo largo de su sexenio hasta enero del 94, cuando diversos actores, desde el EZLN hasta Manuel Camacho lograron imponer su propia agenda y terminaron desbarrancando aquella administración. Ernesto Zedillo nunca logró imponerla plenamente, aunque pudo, entre 1996 y el 99, mantener un equilibrio considerable. Para entonces, la campaña de Vicente Fox, puso al gobierno y al priismo a la defensiva y nunca pudieron recuperar posiciones. Pero Fox no pudo, en todo el sexenio, imponer una agenda política.

Uno de los méritos de Calderón desde el inicio de su administración ha sido que ha logrado imponer su agenda y llevar a los demás actores a seguirla. Lo ha hecho con inteligencia y sin forzar las cosas, utilizando la influencia natural de Los Pinos, y ha aprovechado de que el priismo está midiendo aún hasta dónde pueden llegar sus fuerzas y que el PRD ha perdido completamente la brújula. Quien ha pagado los costos más altos de esa pérdida de brújula y agenda es Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno capitalino.

Es verdad que la lógica en el PRD se comenzó a perder desde marzo del año pasado, en plena campaña electoral, cuando López Obrador se equivocó una y otra vez en el manejo de la misma, pero ello fue mucho más acentuado después del dos de julio y, sobre todo, en el momento en que se instaló el plantón en la ciudad de México: si un candidato, un partido y las autoridades emanadas de éste, castigaban a la ciudadanía que les había dado la mayor cantidad de votos en el país de forma absurda ¿quién podía suponer que ello pudiera ser aceptable para esa misma ciudadanía?. A Alejandro Encinas le tocó el vergonzoso papel de convertirse desde la jefatura de gobierno en el testaferro de una loca estrategia política que le terminó de demostrar a la gente que el gobierno capitalino no estaba a su servicio, sino al del ex candidato presidencial. Un desastre político que dejó a Encinas con la popularidad por los suelos.

Marcelo Ebrard representaba la posibilidad de darle una vuelta de tuerca a esa historia. El peor perfil de Ebrard es cuando se presenta como un político contestatario y quiere aparentar ser un hombre de izquierda. No lo es: Marcelo en realidad es un liberal (un neoliberal dirían en el pasado sus detractores, algunos de los cuales ahora son sus aliados), con experiencia en la administración pública y la operación política. Tenía, por edad, por imagen, por experiencia, las condiciones idóneas para establecer una sólida base de apoyo en el DF a partir de la obra pública y de la corrección de los innumerables errores y dispendios administrativos de la administración anterior. Para ello necesitaba establecer una agenda propia que tenía que pasar, necesariamente, por la relación con el gobierno federal, sobre todo si éste, a diferencia de su antecesor, sí tiene agenda y sabe como emplearla.

Ebrard ha hecho todo lo contrario: en lugar de mostrar al administrador eficiente y el operador político con experiencia ha decidido mostrar al seguidor más fiel de López Obrador y está repitiendo, paso por paso los mismos errores que Alejandro Encinas, con los mismos costos políticos y de popularidad. Ebrard, ha seguido casi sistemáticamente la estrategia que implementó con Camacho durante la gestión de éste en el DF, desde fines del 88 hasta fines del 93, se ha concentrado en la creación de espacios públicos (en la época de Camacho mucho de ello pasó por los espectáculos públicos) que, necesarios o no, eficientes o no, le dan cobertura e imagen al jefe de gobierno. Como también hizo Camacho, busca apostar a ciertas obras públicas que se inscriban en la misma lógica, desde la recuperación de la Zona Rosa hasta las expropiaciones en Tepito. Pero Camacho y Ebrard, en aquellos años, tenían todo el respaldo del gobierno federal, porque esos planes no pueden realizarse en forma aislada. Hoy Ebrard rechaza ese apoyo.

Entonces esa construcción de espacios públicos choca con la estrategia política: no se puede impulsar la inversión en el centro de la ciudad y al mismo tiempo tolerar los plantones y bloqueos cotidianos o un comercio informal que crece cada día más; no se puede impulsar la “recuperación” de la ciudad y dejar durante meses a los señores de los llamados 400 Pueblos exhibiéndose encuerados en Reforma. No se puede establecer un reglamento de tránsito estricto y tolerar los miles de taxis y autobuses piratas. Pero más grave aún: no se puede exigir desde la concesión del aeropuerto hasta la conversión de la ciudad en el estado 32 cuando no se puede garantizar el orden público ni se quiere colaborar con el gobierno federal.

Un ejemplo lo tuvimos esta semana: el agua es clave para la viabilidad y el futuro de la ciudad. El gobierno federal ha tomado como suyo los planes que desde 1998 había presentado la Comisión Nacional del Agua para salvar de la crisis a la ciudad de México y ha comenzado a operarlos. Y esta semana, el presidente Calderón inauguró una de las obras importantes, faltan muchas más, en el drenaje capitalino. Ebrard decidió no participar y tampoco estar en la reunión posterior que tuvo Calderón con todos los demás gobernadores perredistas. Calderón lo llamó a trabajar juntos para bien de la ciudadanía y el jefe de gobierno tardó 24 horas en responder diciendo que ya lo estaba haciendo. Quizás es verdad, pero como su actitud pública muestra otra cosa, nadie se lo cree. Javier Lozano lo había zarandeado ya por su resistencia a impedir los bloqueos en la ciudad. Ahora Miguel Angel Yunes lo acusa de apoyarlos y financiarlos. Y Ebrard no puede responder porque las acusaciones son ciertas. No le queda más que seguir a la defensiva porque su línea de sometimiento a López Obrador le impide tener las manos libres. En algún momento tendrá que decidir si quiere o no gobernar la ciudad.

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