El día del derrumbe
Columna JFM

El día del derrumbe

Todas las encuestas que se han dado a conocer en estos días, presentadas de diferente manera, coinciden en un punto. La popularidad de Andrés López Obrador ésta en los mismos niveles (y en algunos estudios por debajo) que los del PRD en el 2003, cuando obtuvo el 18 por ciento de los votos. Ayer. López Obrador demostró, que no esta muerto políticamente pero que se trata de un político más que, como otros en el pasado, dilapido su capital tras una larga serie de errores, malas lecturas y mentiras.

Todas las encuestas que se han dado a conocer en estos días, presentadas de diferente manera, coinciden en un punto: la popularidad de López Obrador está en los mismos niveles (y en algunos estudios por debajo) que los del PRD en el 2003, cuando obtuvo el 18 por ciento de los votos. Ayer, López Obrador demostró en la pálida concentración dominical pletórica de acarreados y de respaldo directo del gobierno del DF, que no está muerto políticamente pero que se trata de un político más que, como otros en el pasado, dilapido su capital tras una larga serie de errores, malas lecturas y mentiras.

Hace un año, se vivió la jornada electoral más cerrada de la historia del México contemporáneo. Lo sorprendente de esa jornada fue, primero, la participación ciudadana, mucho más alta de lo esperado; segundo, la tranquilidad: durante el día no hubo, prácticamente un solo incidente importante en todo el país, ni se reportaron quejas ante el IFE; tercero, el grado de participación de la gente en la organización y el cuidado de los comicios: además de los representantes de todos los partidos, hubo un millón de personas cuidando casillas y computando votos en todo el país.

Durante la jornada hubo una multitud de encuestas que se iban levantando para saber cómo evolucionaba el voto: en las primeras horas, hubo una leve ventaja de López Obrador que hacia el mediodía ya se había perdido y, desde entonces hasta el final del día, todos los estudios daban un resultado muy cerrado que impedía pronosticar un ganador o una leve ventaja, que iba de uno a dos puntos, de Felipe Calderón. A las diez de la noche, el IFE tenía el resultado del conteo rápido que estaba en el límite que el propio IFE se había dado: un ventaja de 0.6 por ciento para Calderón, por lo que Luis Carlos Ugalde salió a los medios a reconocer que no podía dar un resultado final hasta que terminara el conteo en todo el país. Pero todos los resultados: el conteo rápido, el PREP, el recuento distrital, el recuento organizado en agosto por el Tribunal Electoral coincidieron casi con exactitud en el mismo resultado: Calderón ganó la presidencia por poco más de 200 mil votos.

López Obrador no dijo la verdad en toda la etapa final de la campaña: había dicho que tenía encuestas, que jamás mostró, que lo tenían con diez puntos de ventaja (en realidad en los días previos a la elección estaba hasta tres puntos debajo de Calderón y si pudo recuperar esos espacios fue por la operación realizada en algunos lugares del Distrito Federal como Iztapalapa y en el oriente del Estado de México, donde ocurrieron, paradójicamente, las mayores irregularidades de ese domingo dos de julio), y el mismo dos de julio, ordenó que se anunciara que había ganado por 500 mil votos de ventaja. Era, lisa y llanamente, un mentira: no sólo no tenía un solo estudio que lo demostrara (y tampoco lo demuestran, al contrario, ninguno de los libros que sus simpatizantes han puesto en circulación estos días, incluyendo el del propio López Obrador), sino que su propia encuestadora oficial Ana Cristina Covarrubias, le había informado que había perdido por un punto. No importa si esa noche, en un momento de debilidad, López Obrador, como escribió Carlos Tello, pronunció o no la palabra “perdí”. Lo importante es que sabía que había perdido y mintió.

Fue después cuando comenzaron los mitos, las historias del el fraude cibernético que al no poder ser comprobado se convirtió en el fraude a la antigua; las acusaciones contra otros militantes y dirigentes partidistas por no haber “operado” lo suficiente en su favor; las descalificaciones contra sus propios representantes de casilla a los que acusó de haberse vendido. Y luego la larga serie de disparates políticos: desde el plantón en Reforma y el Centro Histórico hasta la autoproclamación como “presidente legítimo”. López Obrador ya había perdido la brújula mucho tiempo atrás. No la ha recuperado, la ha extraviado por completo y la ciudadanía lo percibe con claridad: hoy, votaría por él un 15 por ciento aproximadamente.

La elección ya pasó y, en un año, las cosas han cambiado. A Felipe Calderón las cosas le han resultado mejor de lo esperado: tomó posesión en el Congreso, recuperó el control real de la presidencia, perdido en el periodo de Vicente Fox; hizo un buen diagnóstico del momento que se vivía y apostó muy fuerte en el combate a la inseguridad. Los picos más altos de violencia parecen haber remitido y en estas horas, en Monterrey, se espera que anuncie el complemento indispensable de esa estrategia: la instrumentación de una vigorosa política social que vaya de la mano con las tareas netamente policiales. En el terreno político las cosas le han salido aceptablemente bien y existe diálogo con todas las fuerzas partidarias, con la sola excepción, por lo menos formal, del jefe de gobierno capitalino Marcelo Ebrard. En el terreno interno, el gobierno ha logrado revertir la correlación de fuerzas dentro del PAN y como tarea pendiente, más temprano que tarde, el presidente Calderón tendrá que hacer ajustes en su gabinete. Por lo pronto, los índices de aceptación de su gestión de 69 por ciento, deben tenerlo por lo menos satisfecho.

Al PRI, también le ha ido bien: no sólo logró renovar a su dirigencia, sino que ganó Yucatán y, ante el aislamiento del PRD, es una fuerza decisiva en el Congreso. Los partidos pequeños, buscan su consolidación de cara al 2009 y todos, de una u otra forma abrevan del derrumbe lopezobradorista. Y López Obrador ha logrado lo imposible: llevar al PRD a niveles por debajo del 20 por ciento. Si no acepta la realidad tendrán, en el 2009, una derrota equivalente a la de 1991, el peor resultado en la historia de ese partido.

Lozano en el DF

El sábado Javier Lozano, secretario del Trabajo, ingresó formalmente al PAN capitalino. Por primera vez aparece en el escenario un personaje que puede desarrollar una opción real al perredismo en el DF.

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