Calderón, el fugitivo que corre en sentido contrario
Columna JFM

Calderón, el fugitivo que corre en sentido contrario

En estos casi diez meses de gobierno, el presidente Calderón nunca había dicho un discurso tan directo, tan personal, tan alejado de las preocupaciones inmediatas del staff y el establismenth, tan sincero, como el del viernes pasado en la comida organizada por Jorge y Raùl Ferráez, los directores de la revista Líderes mexicanos, con motivo de la presentación de los llamados 300 líderes más influyentes de este año, entre los que tengo el honor de haber sido incluido.
Fue un discurso singular porque el presidente Calderón no habló de reformas fiscales o electorales, no habló del presupuesto, ni de la seguridad, ni de su relación con los partidos o los distintos grupos de poder.

En estos casi diez meses de gobierno, el presidente Calderón nunca había dicho un discurso tan directo, tan personal, tan alejado de las preocupaciones inmediatas del staff y el establismenth, tan sincero, como el del viernes pasado en la comida organizada por Jorge y Raùl Ferráez, los directores de la revista Líderes mexicano, con motivo de la presentación de los llamados 300 líderes más influyentes de este año, entre los que tengo el honor de haber sido incluido.

Fue un discurso singular porque el presidente Calderón no habló de reformas fiscales o electorales, no habló del presupuesto, ni de la seguridad, ni de su relación con los partidos o los distintos grupos de poder. Calderón habló del país, de la terrible desigualdad que éste sufre y del compromiso de quienes nos asumimos o nos decimos, o no dicen, líderes, para con esos millones de mexicanos que no han tenido la oportunidad ni siquiera de participar en esta carrera. Habló de un México “quebrado por el dolor y por la injusticia”. E hizo un diagnóstico crudo, doloroso, de nuestra realidad, pero también mostró qué visión lo ocupa. Se basó en eso en Ortega y Gasset, en Ghandi, en Isahia Berlin aunque no lo nombró, y utilizó una magnífica metáfora: la de generaciones de líderes como orquestas que pueden llevar a buen término una sinfonía que empuje a la nación hacia sus objetivos históricos o momentos en los “que generaciones se pierden, se hunden, se callan, se opacan en la mediocridad, se opacan en el miedo, en el temor, en la desesperanza, en la inercia”.

Pero hay minoría selectas agregó, “que nunca se asumen corresponsables de su tiempo y entonces, como una sinfonía mal ejecutada, como una terrible distorsión, como un colectivo desafinamiento que rompe la continuidad de la música… es entonces cuando la historia y la continuidad del hombre se pierden”.

El presidente Calderón dijo que entiende los verdaderos liderazgos cuando se piensa, se cree y se hace lo que es congruente con uno mismo y sus principios, cuando “se es capaz de escapar a lo que los demás dicen”, cuando se es capaz, como dice Eliot, “de ser el fugitivo. El fugitivo porque según Eliot, en un mundo de fugitivos, el que toma la dirección contraria parece ser el que huye”. Cuando alguien, agregó en un magnífica reflexión, es capaz de ser fugitivo en un mundo que huye, es entonces cuando verdaderamente pueden escribirse las cosas completamente distintas”. Citó a Ghandi y sus pecados capitales, pero no aquellos tradicionales, de la vieja filosofía tomista, sino tres de diferentes orígenes: “hacer política sin principios, hacer comercio sin moral, hacer oración sin sacrificio”. Y llamó a construir, desde una minoría, desde esta generación de líderes, un verdadero liderazgo “capaz de creer que México puede ser distintos del México del ya merito, del ahí se va, y del que tienen la culpa los gringos, o tienen la culpa los empresarios o tienen la culpa los políticos o tienen la culpa los otros”.

Un discurso realmente sin desperdicios, crítico, duro y que quizás por ello mismo no ha tenido la repercusión que debería. Este es el mejor Calderón, el que se aparta de los cartabones, de los compromisos que lo atan a una realidad que en ocasiones siente que no puede transformar. El que tiene una visión y está empeñado en cumplirla. El Calderón que ganó las elecciones y que en ocasiones, en estos diez meses de gobierno, ha tenido que mimetizarse con otros Calderón con los que casi siempre se siente incómodo.

Comparto cada uno de los juicios que expresó Calderón en ese discurso memorable (como compartí, cuando lo conocí, el discurso de Kennedy en Berlín, aquel de que todos somos berlineses; o antes de que la senilidad política y el totalitarismo derrotaran toda esperanza, aquel de Castro, afirmando que la historia lo absolvería; o el de Luther King marcado por la esperanza; o aquel tan parecido al del reverendo King, de Colosio en marzo del 94, con su visión de México, discursos que le dieron dimensión humana, social, ética, a la política), por eso, en este caso, creo que el presidente Calderón, después de este discurso tiene que dar uno, varios pasos más allá.

Esa orquesta generacional de la que hablaba el presidente, necesita, como en toda sinfonía, un director que le dé lógica y coherencia. Y en el mundo de la política ese papel, hoy, le corresponde al propio Calderón. Si él no lo ocupa, esa “terrible distorsión, ese colectivo desafinamiento” serán inevitables.

Y en estos casi diez meses en el poder, a la propia administración Calderón, le falta dar ese paso que le permita asumirse en el rol que el presidente reclamó. Claro que hay muchos liderazgos políticos, empresariales, intelectuales que no están dispuestos a acompañarlo, pero el presidente Calderón debe asumirse como ese fugitivo de Eliot del que hablaba. Debe correr en pos de sus objetivos porque el tiempo no sobra, y los reclamos y expectativas crecen. Debe haber acuerdos y compromisos, pero se requiere también mayor determinación y objetivos propios; se requiere lealtad en el equipo de gobierno, pero también mayor competencia y compromiso: son demasiados los que, como diría el propio presidente, tienen la “tentación de quedarse sentados a la orilla del camino…a poner a salvo el pellejo y no hacer absolutamente nada que los comprometa… a ser igual que siempre y no apostarle un poco más a trascender y pensar algo distinto”. Quienes no entiendan el mensaje profundo de esta intervención en el gobierno deben abandonarlo. Quienes no compartan, por encima de las lógicas diferencias políticas e ideológicas, esos objetivos, deberán quedar en la vera del camino. Esta administración y debe cumplir con el papel que el propio Felipe Calderón se ha impuesto. Debe ser el fugitivo que toma la dirección contraria del que huye. Y esa puede ser su contribución generacional e histórica. Vale la pena intentarlo.

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