El reino de la impunidad
Columna JFM

El reino de la impunidad

Las agresiones que sufrió el cardenal Norberto Rivera el domingo pasado al salir de la catedral metropolitana es, sencillamente, inadmisible.
Es un capítulo más de la cadena de agresiones que están realizando, un día sí y el otro también, grupos que se identifican como lopezobradoristas y que son, en realidad, verdaderas camisas negras fascistoides disfrazados de supuestos izquierdistas y que suelen estar coordinados (él mismo ha participado en muchos de esos actos) por el impresentable secretario de comunicaciones del PRD, Gerardo Fernández Noroña.

Las agresiones que sufrió el cardenal Norberto Rivera el domingo pasado al salir de la catedral metropolitana es, sencillamente, inadmisible. No es verdad que la misma sea consecuencia de las investigaciones sobre un caso de pederastía que se está investigando en Los Angeles, como algunos han dicho, tratando de justificarlo: es un capítulo más de la cadena de agresiones que están realizando, un día sí y el otro también, grupos que se identifican como lopezobradoristas y que son, en realidad, verdaderas camisas negras fascistoides disfrazados de supuestos izquierdistas y que suelen estar coordinados (él mismo ha participado en muchos de esos actos) por el impresentable secretario de comunicaciones del PRD, Gerardo Fernández Noroña.

No suelo estar de acuerdo con muchas de las opiniones políticas o sociales del cardenal Rivera o de nuestra jerarquía eclesiástica, aunque lo reconozco un hombre más sensato que, por ejemplo, el cardenal Sandoval Iñiguez. Tampoco sé, no tengo elementos para saberlo, si las acusaciones de encubrimiento que se le hacen en Los Angeles son verídicas o no: eso lo debe decidir la justicia. Lo que sí sé es que esos grupos que se dicen lopezobradoristas han hostigado al cardenal y a los feligreses que acuden a la catedral cada domingo, por lo menos desde que se instaló el tristemente célebre plantón en agosto del año pasado impulsado por López Obrador. Pero el caso del cardenal es apenas la punta de un iceberg de mucha mayor profundidad: esos mismos grupos, dirigidos por los mismos personajes, han agredido, insultado, reventado actos sociales, culturales, políticos, académicos. La lista de quienes han sido agraviados es muy larga: el domingo fue el cardenal Rivera, pero apenas la semana pasada todos pudimos ver como estos mismos personajes insultaban a Mario Molina, nuestro premio Nóbel de Química, por ir a una reunión con el presidente Calderón. Hemos visto como la presentación de cada libro de cada autor que no le simpatiza a López Obrador es boicoteada por el grupo de siempre, por esos diez o quince patanes, hombres y mujeres, que lo mismo sirven para agredir a los que van a una ceremonia en Palacio Nacional con mandatarios extranjeros que para reventar actos académicos en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.

Miente Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno capitalino, cuando dice que todo ciudadano recibe protección ante estos hechos, hablando en particular del cardenal y ofreciendo 60 custodias para su protección personal. Miente porque nadie puede estar protegido mientras el gobierno capitalino no aplique la ley contra esos grupos de agresores y provocadores. El domingo, mientras la camioneta del cardenal era zarandeada, los policías de seguridad pública capitalina simplemente observaban. Lo mismo han hecho, desde hace más de un año, en todas y cada una de las ocasiones, innumerables, en que se han presentado estos provocadores profesionales: no se trata de libertad de expresión, sino de agresiones, de violaciones a la ley que deben ser castigadas.

No lo son porque constituyen una norma. Los legisladores pueden aprobar una ley que castiga la publicidad negativa, pero ellos pueden insultar en público, en plena cámara de diputados al secretario de Hacienda, mofándose de su peso, o pueden insultar al secretario de Gobernación en su comparecencia o pueden llamar “fecal” al presidente de la república. López Obrador utiliza todos sus discursos, ante auditorios cada día más escasos, para insultar a todos, incluyendo sus propios compañeros de partido y no pasa nada. En la calle o en espacios públicos o privados, estos grupos pueden insultar y agredir a cualquier ciudadano que no esté de acuerdo con López Obrador y tampoco pasa absolutamente nada. Lo grave es que son siempre los mismos, la misma decena de personajes acompañados siempre por los mismos “dirigentes” los que agraden en las calles y son siempre el mismo grupo de diputados los que agreden en el congreso. Y todos, unos con fuero y otros sin él, gozan de absoluta impunidad. Porque no pasa nada.

Pueden estos personajes hablar de democracia pero no denunciar, jamás, este tipo de agresiones, al contrario, la festinan. Pueden ir a tomarse unos tragos y hablar de la hermandad con la república de Venezuela y cantar loas a Chávez, cuando su embajador en México arremete contra Carlos Fuentes por haber criticado al autócrata gobernante de ese país. Y Carlos Fuentes, a quien nadie podrá acusar de conservador, es nuestro escritor vivo más importante y reconocido. Pero se vale agredirlo porque lo que prevalece en la ciudad de México y en el lopezobradorismo es la lógica de la impunidad. Se puede agredir e insultar por la misma razón que se puede colocar un plantón en la plaza de la República aunque esté expresamente prohibido y las autoridades capitalinas lo protegen y justifican. Por la misma razón en que se puede rediseñar una y otra vez el Paseo de la Reforma a un costo millonario y ahora colocar una capa de asfalto, también a un costo millonario sobre esa remodelación, arruinándola, para que un domingo pueda circular un auto fórmula uno, patrocinado, por esa avenida. Todo mientras las calles de la ciudad no han sido repavimentadas en vaya uno a saber cuanto tiempo. Porque se puede asegurar que se retirarán los ambulantes del centro histórico en las próximas 24 horas y éstos aseguran que estarán allí, de regreso, máximo la semana próxima.

Las agresiones al cardenal Rivera han generado alguna reacción porque se han topado con la Iglesia y estos provocadores no son ningunos Quijotes. Pero mientras el gobierno capitalino no detenga a este grupo de profesionales de la provocación y les aplique la ley, seguirá reinando en la capital del país la más absoluta impunidad, en un gobierno que respeta la ley, sólo cuando se trata de sus adversarios. A los suyos nos los toca ni con el pétalo de una rosa.

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