Serán miles de millones de dólares los que se terminarán invirtiendo para reconstruir Tabasco y las zonas afectadas por las terribles inundaciones de los últimos días. Fueron miles de millones los invertidos antes por los daños provocados por el huracán Stan en Chiapas, o por Wilma en Quintana Roo, y en los sucesivos y reiterados desastres naturales, sociales y políticos que asolan el sur y el sureste del país: sólo durante los años del conflicto en Chiapas, mientras el país vivía una brutal crisis económica, se invirtieron 60 mil millones de pesos en obras de infraestructura y política social que sirvieron para generar fortunas de políticos y constructoras, pero se perdieron en el mar de las necesidades que inundan ése como muchos otros estados de la región.
Serán miles de millones de dólares los que se terminarán invirtiendo para reconstruir Tabasco y las zonas afectadas por las terribles inundaciones de los últimos días. Fueron miles de millones los invertidos antes por los daños provocados por el huracán Stan en Chiapas, o por Wilma en Quintana Roo, y en los sucesivos y reiterados desastres naturales, sociales y políticos que asolan el sur y el sureste del país: sólo durante los años del conflicto en Chiapas, mientras el país vivía una brutal crisis económica, se invirtieron 60 mil millones de pesos en obras de infraestructura y política social que sirvieron para generar fortunas de políticos y constructoras, pero se perdieron en el mar de las necesidades que inundan ése como muchos otros estados de la región.
De la misma forma que sucede con la seguridad o con la educación, no es verdad que el problema que enfrentamos en el plano social y en la desigualdad entre regiones del país, se deba sólo a la insuficiencia de recursos. Se trata de la forma y el objetivo con que son distribuidos esos recursos. Y pasa por la mezquindad, no hay otra palabra, de buena parte de la clase política y los grupos de poder que no han querido (porque ello afecta precisamente su base de poder) establecer otros modelos de desarrollo en las regiones más desfavorecidas a pesar de la enorme cantidad de recursos que reciben. Eso se ha trasminado a las sociedades: la gente espera que le llegue todo desde el Estado o desde el gobierno, porque así ha sido educada, formada, entrenada. Cuando hace una semana, el presidente Calderón se enojó mientras estaba cargando sacos de arena en Villahermosa, con un grupo de jóvenes que le gritaban desde una azotea pero no participaban ni remotamente en los intentos para paliar los estragos de la inundación, quizás se dejó llevar por su temperamento, pero no estuvo mal: es la norma y hay que rebelarse contra ella. López Obrador prefirió hacer campaña en Puebla (en Michoacán no quieren que aparezca) en lugar de solidarizarse con la gente y simplemente trabajar con los suyos. En Chiapas, ante el alud de Juan de Grijalva, el gobernador Juan Sabines exigió una investigación del gobierno federal para saber qué había sucedido cuando la gente estaba pidiendo madera para construir ataúdes para sus víctimas. Otros culparon de las inundaciones a un sistema de presas que en realidad ha evitado tragedias mayores, pero es una forma de deslindarse de responsabilidades y trasladarlas a otros. La gente pelea por una despensa y los gobiernos, en este caso de Chiapas y Tabasco, reclaman solidaridad y una inmediata reconstrucción, comparan sus tragedias, aunque las dimensiones sean otras, con la inundación de Nueva Orleáns o el tsunami asiático, pero no dicen que se comprometen, ahora sí, a adoptar las decisiones estructurales que impidan las tragedias, como evitar la deforestación o la instalación de centros de población en zonas de alto riesgo. Se piden recursos pero no se dice para qué.
El drama de la zona no es sólo la inundación: ésta sólo la pone de manifiesto. Tabasco, por ejemplo es el estado con mayor violencia, incluyendo agresiones físicas y violaciones, contra las mujeres dentro del propio hogar, 66 por ciento de ellas la sufren; es el tercer peor estado en la incidencia de mujeres por VIH-SIDA; tiene la tasa de suicidios de hombres más alta del país; sus estudiantes tienen el peor lugar en conocimientos de matemáticas y el cuatro peor lugar en español; es la tercera peor infraestructura escolar del país; de sus dos millones de habitantes, uno de cada cuatro, más de medio millón viven en condición de pobreza alimentaria; 700 mil viven en situación de pobreza patrimonial; el 52 por ciento vive con menos de dos salarios mínimos mensuales. Allí está la tragedia. Eso explica porqué los gobernantes prefieren grupos clientelares (no importa el partido) y prefieran dar limosnas presupuestales en lugar de impulsar el desarrollo. Así se asegura un electorado dominado y movido por pasiones e intereses, no por convicciones (¿cómo tenerlas cuando el contexto es de hambre y la lucha es por la sobrevivencia cotidiana y la educación básica real es algo. por lo menos, distante?).
Habrá miles de millones de dólares para la reconstrucción de Tabasco y parte de Chiapas. Es justo que así sea. Pero no debemos de seguir arrojando el dinero a la alcantarilla de la pobreza. No podemos reconstruir un estado, un sistema, tan desigual, tan injusto, tan corrupto. La reconstrucción del sur-sureste del país, debería ser parte de un gran proyecto estructural que incluya Puebla, partes de Veracruz, Guerrero y Oaxaca, y que permita romper con un modelo de desarrollo que ha mostrado hasta la saciedad que lleva a esas entidades al fracaso. No se trata de una suma de programas sociales más o menos intensivos, sino de romper con el modelo de desarrollo, de reemplazarlo en toda la región. Fox lo intentó con el plan Puebla-Panamá, pero fue derrotado por los compromisos que no pudo romper con la clase política local y porque fuera del concepto no tenía la capacidad estratégica de sacarlo adelante.
El presidente Calderón ha estado buscando una política que rompa con esos antiguos estereotipos y que trascienda la labor de los programas puntuales. En varias oportunidades ha hablado de la necesidad de buscar un diseño estratégico que transforme los parámetros de la pobreza, la desigualdad, la corrupción en el más amplio sentido de la palabra. Esta tragedia, lo ocurrido en Tabasco y el norte de Chiapas, pueden ser la oportunidad para realinear los modelos de desarrollo, para montarse en la ola de solidaridad social y transformarla en un motor de desarrollo económico, político y social para toda la región. Las grandes crisis son las que generan las grandes oportunidades. Y si se desaprovechan las oportunidades sólo queda administrar los conflictos.