Es entendible, pero me parece absolutamente maniqueísta, considerar la designación de José Narro Robles como nuevo rector de la Universidad Nacional, simplemente como un triunfo de Juan Ramón de la Fuente. No me cabe duda que el nuevo rector fue un factor clave para exitosa gestión de De la Fuente en la UNAM, y un operador importantísimo sobre todo en los momentos más difíciles de la gestión de Juan Ramón. . Pero tampoco me cabe duda que Narro tiene méritos propios más que suficientes para asumir esa responsabilidad y otorgarle un perfil personal.
Es entendible, pero me parece absolutamente maniqueísta, considerar la designación de José Narro Robles como nuevo rector de la Universidad Nacional, simplemente como un triunfo de Juan Ramón de la Fuente. No me cabe duda que el nuevo rector fue un factor clave para exitosa gestión de De la Fuente en la UNAM, y un operador importantísimo sobre todo en los momentos más difíciles de la gestión de Juan Ramón. Pero tampoco me cabe duda que Narro tiene méritos propios más que suficientes para asumir esa responsabilidad y otorgarle un perfil personal. Narro, desde mucho tiempo atrás, conoce el mundo académico y político que gira en torno a la UNAM pero también fuera de ella, probablemente mejor que nadie y quizás sería justo recordar que debería haber sido rector con anterioridad.
Conocí a Narro hace muchos años, cuando estaba en su apogeo el conflicto del CEU y cuando él acababa de perder en su primer intento por llegar a la rectoría, para suceder a Jorge Carpizo. El rector fue José Sarukhán y Narro se quedó, a pesar de no ser de su equipo, como el principal operador (la misma posición que años después tuvo con De la Fuente, con la diferencia de que su relación personal y política con éste fue mucho más cercana que con el rector Sarukhán) para destejer el grave enfrentamiento que se había suscitado. De Narro fue la idea y suya fue la implementación del congreso universitario que permitió no sólo salir de esa crisis sino también incorporar a la vida de la UNAM (y a la vida política nacional) a muchos personajes que hasta entonces se estaban moviendo en los márgenes de ella. De aquel congreso, y en relación con Narro, surgieron personajes de las más diversas tendencias y corrientes, profesiones e intereses, que hoy nutren la política, el periodismo, las instituciones. Narro buscó la rectoría nuevamente y no pudo llegar a ella: paradójicamente algunos universitarios que aceptaban la capacidad de operación y conocimiento de Narro en muchos ámbitos, parecían temer que llegara a la rectoría y preferían personajes “más puros”, aunque fueran mucho menos eficientes y conocieran menos la universidad y el espacio político y social en que ésta se mueve.
En ese trayecto dejó un tiempo la UNAM y aceptó unos cargos públicos que le dieron un perfil político mucho más amplio: fue secretario general del IMSS cuando Emilio Gamboa fue director del Instituto y nuevamente fue clave en las negociaciones con sindicatos, representantes patronales y sobre todo con los médicos de la institución. Mantuvo una buena relación con Luis Donaldo Colosio que lo hizo, siendo candidato, presidente de la fundación siglo XXI (hoy Fundación Colosio), que tenía como tarea elaborar el programa del malogrado candidato. Cuando Jorge Carpizo llegó a Gobernación, después del levantamiento zapatista y tenía como objetivo renovar las instituciones electorales y llevar a buen término las elecciones del 94, llevó, una vez más, a Narro como uno de sus principales operadores, y allí estuvo como subsecretario de población primero y luego como subsecretario de gobierno, reemplazando al tristemente célebre Mario Ruiz Massieu.
Se pensaba que, con Ernesto Zedillo, Narro sería el secretario de Salud. No fue así, en esa posición fue designado Juan Ramón de la Fuente, y Narro quedó como subsecretario, y con su experiencia política y gubernamental, como el operador de Juan Ramón. Volvió a tener posibilidades de ser rector en la UNAM pero, una vez más, la Junta de Gobierno prefirió optar por un investigador prestigiado y confiable pero con escasa capacidad política: quedó en la rectoría Francisco Barnés, que emprendió un proceso de reforma en la universidad que se tropezó con el tema de la cuotas. Perdió el control del conflicto hasta desembocar en la huelga y en su prematuro reemplazo. También en aquella ocasión se habló de que Narro debería ser el reemplazante de Barnés, pero el presidente Zedillo dio un fuerte impulso a De la Fuente y fue respaldado por la Junta de Gobierno. Narro se fue con él, otra vez, como el principal operador del nuevo rector.
Finalmente, esta semana sí pudo llegar Narro a la posición que había buscado y para la que había trabajado, con muchos méritos, desde 1988.
Estoy convencido de que Narro será un buen rector de la Universidad. Tiene todo para serlo. Es verdad que la UNAM requiere, como todo el sistema de universidades públicas del país, cambios, mejoras, ser más competitiva y con mejor nivel académico en varias áreas (en otras su nivel es de excelencia). Pero a diferencia de cualquier otra universidad del país, la UNAM es un espacio de poder real, inocultable, con influencia política, cultural y social en ámbitos que nada tienen que ver con lo estrictamente académico. Para dirigir la UNAM se requiere (y ese fue uno de los talentos de De la Fuente) no sólo de capacidad académica acreditada, sino también de un sentido político que vaya mucho más allá de los límites de Ciudad Universitaria. Es necesario trabajar con sindicatos, con políticos, con empresarios, con legisladores, con el gabinete, con gobiernos locales, con el Presidente. En todos esos ámbitos impacta e influye la UNAM y por todos ellos es influenciada. Y sin duda Narro, de los candidatos que esperaban suceder a De la Fuente, era el más apto para despachar en Torre de Rectoría. Por eso, y por mucho más, Narro Robles es un personaje que no merece, porque no lo es, ser considerado como un simple sucesor: le otorgará, sin duda, un perfil propio a la gestión universitaria.
Mientras tanto, Juan Ramón de la Fuente deja la Universidad con un enorme capital político que tendrá que decidir cómo y de qué manera utilizar, para que no se diluya fuera de esas posiciones de poder. Tiene todo para ser una figura central en la política nacional. Pero tendrá que optar y asumir posiciones mucho más definidas que ahora… si realmente quiere jugar ese papel.