Creo que es Oaxaca el estado que más y mejor conozco de todo el país. Mantengo con Oaxaca lazos de muchos tipos, allí tengo muchos y buenos amigos y me indigna haberla visto gobernada (es un decir) por uno de los peores y más corruptos políticos que ha dado el viejo sistema. Me indigna también, que aprovechando esa situación, otros tan malos como corruptos, hayan querido convertir esa tierra en una suerte de territorio controlado por una mezcla rara de Pol Pot y Sendero Luminoso.
Hoy ya no gobierna Oaxaca José Murat y la APPO ha vuelto a ser una expresión política relativamente marginal, aunque se mantengan, uno y otros, impunes al daño que causaron. Regresé a Oaxaca este fin de semana. El centro histórico de la ciudad, pese a las penurias sufridas, sigue siendo uno de los más bellos y cálidos del país. Santo Domingo sigue deslumbrando.
Creo que es Oaxaca el estado que más y mejor conozco de todo el país. Mantengo con Oaxaca lazos de muchos tipos, allí tengo muchos y buenos amigos y me indigna haberla visto gobernada (es un decir) por uno de los peores y más corruptos políticos que ha dado el viejo sistema. Me indigna también, que aprovechando esa situación, otros tan malos como corruptos, hayan querido convertir esa tierra en una suerte de territorio controlado por una mezcla rara de Pol Pot y Sendero Luminoso. Esa argamasa de corrupción (en el sentido más amplio del término) me tuvo lejos de Oaxaca, por decisión propia, durante mucho tiempo: ¿quién quiere ver una tierra que ama controlada por un patán y disputada por otro grupo de patanes, de distintos signo pero tan intransigentes y autoritarios como quien les dio alas y virtualmente los creó?
Hoy ya no gobierna Oaxaca José Murat y la APPO ha vuelto a ser una expresión política relativamente marginal, aunque se mantengan, uno y otros, impunes al daño que causaron. Regresé a Oaxaca este fin de semana. El centro histórico de la ciudad, pese a las penurias sufridas, sigue siendo uno de los más bellos y cálidos del país. Santo Domingo sigue deslumbrando. Monte Albán sigue imponiéndose como una suerte de manto protector sobre la ciudad y, otra vez, pude ver que allí pueden convivir escritores, artistas, turistas de todo tipo, desde los interesados en la cultura y las ruinas arqueológicas hasta los que sólo piensan disfrutar de la boda de algún amigo. La ciudad ha vuelto a recuperar el pulso, a ubicarse en su realidad, a creer que es más y merece más que lo vivido en el pasado.
Soy de los que creen que las crisis son siempre sinónimo de oportunidad y que las situaciones límite son las que logran poner las cosas en perspectiva, las que permiten a las sociedades saber no sólo hasta dónde puede llegar el deterioro sino comprender cuánto se puede perder. Estoy lejos de pensar que todo en la UNAM está hecho, pero creo que no se podría inaugurar mañana un nuevo ciclo, ahora bajo la rectoría de José Narro, si no se hubiera tocado el piso con la huelga de hace siete años: la crisis fue la que mostró que todo se podía perder y la que literalmente obligó a casi todos a buscar vías intermedias, acuerdos para sacar adelante una institución que era más importante que todos ellos por separado. Fue el proceso electoral del año pasado, el que ha permitido que se percibiera con claridad el peligro que había vivido el país: el que ayer hubiéramos visto un Zócalo, a pesar del acarreo, medio vacío demostró que las cosas han cambiado, que son diferentes. La crisis obligó a los actores a hacerlo: el poder ha regresado a Los Pinos, el congreso ha vuelto a trabajar, el sistema político está siendo modificado y hay cambios, aunque sean graduales, aunque en ocasiones no nos gusten plenamente, aunque están más allá o más acá de lo que quisiéramos. Los partidos saben que deben renovar su oferta, que la vía de la ruptura no da réditos ni premia al que la impulsa.
En Oaxaca ha sucedido algo similar. La crisis del año pasado, estaba ligada tanto al proceso político nacional como a las herencias de una administración estatal desastrosa y también a un proyecto desestabilizador con perfiles locales y nacionales, parece haber servido para que muchos sectores políticos en la entidad comprendan que era mucho más lo que se podía perder que lo que estaban en posibilidad de ganar. Que la APPO y el muratismo en la entidad siguen existiendo, nadie lo puede negar, pero han sido en buena medida marginados, aislados, la gente rechaza tanto a uno como a los otros porque los considera responsables de la crisis vivida, de haber puesto en peligro su vida y su futuro. Las historias que se cuentan en Oaxaca, a un año del desalojo de los plantones y barricadas de la APPO son de terror, confirman el carácter intolerante y totalitario (y terriblemente oportunista) de esa organización, pero también las carencias que se arrastraban en el plano institucional. El movimiento en Oaxaca fue creíble porque, entre otras cosas, había quedado impune un autoatentado, porque no se habían realizado muchas de las reformas que eran imprescindibles para colocar al estado en el mismo nivel que otras entidades, por la pobreza. Pero también por la manipulación de sectores de poder que querían seguir imponiendo sus normas y financiaron ese movimiento; por una ley de amnistía que dejó en la calle, a cambio de nada, a personajes que terminaron a sueldo de quien los amnistió; a que el lopezobradorismo quiso desestabilizar el estado por la vía insurreccional, pero también porque pensó que así ganaba votos, al tiempo que el gobierno de Vicente Fox decidió que no intervendría porque esa desestabilización podría servirle como moneda de cambio política y los medios que no supimos o quisimos ver todas las caras del conflicto. Todos metieron las manos y ninguno asumió su responsabilidad. Y los que sufrieron fueron los oaxaqueños de a pie, fueran priistas, perredistas o panistas. O simplemente, como muchos, como la mayoría, los interesados sólo en vivir un poco mejor.
En este sentido, observé mucha más sensatez y mayor interés de buena parte de los actores en avanzar en reformas pero también en regresar a la normalidad, a hacer una ciudad y un estado más productivos, que se fortalezca en su vocación, que son los servicios y el turismo, pero también que pueda explotar mucho más sus riquezas y su potencialidad. Eso incluye a varios de los principales actores políticos y, en mi opinión, al gobierno de Ulises Ruiz, que ha aprendido de lo sucedido y está inmerso en un cambio de rumbo que puede servir al propósito de avanzar y cerrar las heridas. Los próximos dos años serán decisivos para saber si el estado ha encontrado la ruta. Por lo que vi, escuché y platiqué, Oaxaca está en condiciones de hacerlo. Es una buena noticia que debería ser respaldada.