¿Una economía cerrada y una sociedad inerte?
Columna JFM

¿Una economía cerrada y una sociedad inerte?

Pretender cerrar la economía, no participar o hacerlo a regañadientes en el comercio mundial, no es nada nuevo: es una tendencia que tuvo muchos años para afianzarse en México y fue el corazón de muchas de las peores políticas que ha tenido nuestro país. Hoy quienes proponen cerrarse, volver a la autarquía productiva, “renegociar” el TLC o los otros convenios comerciales que ha firmado México, lo que están planteando es, sencillamente, regresar a los tiempos de López Portillo y Echeverría, los tiempos en los cuales muchos de esos críticos eran ya funcionarios o “cachorros de la revolución”.

Pretender cerrar la economía, no participar o hacerlo a regañadientes en el comercio mundial, no es nada nuevo: es una tendencia que tuvo muchos años para afianzarse en México y fue el corazón de muchas de las peores políticas que ha tenido nuestro país. Hoy quienes proponen cerrarse, volver a la autarquía productiva, “renegociar” el TLC o los otros convenios comerciales que ha firmado México, lo que están planteando es, sencillamente, regresar a los tiempos de López Portillo y Echeverría, los tiempos en los cuales muchos de esos críticos eran ya funcionarios o “cachorros de la revolución”. El resultado, ya lo sabemos, fue catastrófico para la política, la economía y la vida social de México. El tratado de libre comercio de América del Norte, y los otros convenios comerciales que abrieron la economía, lograron romper tanto con el estancamiento como con un sistema que estaba agotado.

Por supuesto que luego ha habido crisis financieras (la última, deberíamos recordarlo en 1995, o sea hace ya trece años), pero ninguna de ellas ha sido atribuible a la apertura comercial. Al contrario, los movimientos desestabilizadores que se produjeron en 1994 tuvieron mayor relación con los intentos de distintos grupos de poder de frenar ese proceso que como consecuencia del mismo.

Lo cierto es que hoy el superávit comercial que tiene México con Estados Unidos es de 75 mil millones de dólares, cuando hace 15 años el balance era deficitario. Lo cierto es que ese superávit comercial es el que le da de comer a un porcentaje amplísimo de la población del país y permite que vastas zonas hayan encontrado esquemas de desarrollo mucho más eficientes y justos que en el pasado. Es verdad que ese desarrollo no se ha reflejado en forma uniforme en todo México, pero eso tampoco es consecuencia del libre comercio. Las zonas productoras modernas se han vuelto más eficientes que antes. Las que tenían economías de autoconsumo, de subsistencia, las siguen teniendo por la sencilla razón de que ni antes ni ahora, ni con economía cerrada o abierta, participan de la misma.

¿Qué mejor ejemplo de ello que el maíz?. No es verdad que la apertura comercial está afectando a los productores nacionales. En realidad, el precio internacional del maíz está en sus máximos históricos y el hecho es que México tiene un déficit en la producción de maíz de siete millones de toneladas. Si se aplicaran medidas de ajuste y se aumentaran aranceles a la importación de maíz el resultado sería que nuestra producción no aumentaría, no hay forma de aumentarla en las zonas que tienen una economía de subsistencia, pero el precio final del producto al consumidor sí y mucho más que ahora.

Pero la paradoja más evidente es que quienes plantean cerrar la economía y renegociar el TLC (dicen que sólo algunos de sus capítulos, como si Estados Unidos y Canadá no tuvieran sus propios capítulos para discutir en un proceso de esas características) se dicen de izquierda pero coinciden plenamente con la extrema derecha estadounidense. Los mismos que exigen aquí que se cierre la economía y se renegocie el TLC, coinciden plenamente con los sectores más duros del partido republicano que ven en la apertura y la migración el mayor de los peligros para su país. Quizás por una confusión que en realidad es histórica: buena parte de lo que se denomina izquierda en nuestro país es en realidad un movimiento conservador, que busca regresar al pasado. El mejor ejemplo de ello es López Obrador pero son muchos los que comparten esa visión fomentada a lo largo de décadas desde el poder, en las cuales mantener la economía cerrada era parte de los mecanismos de control político del sistema.

Por supuesto que el gobierno de Estados Unidos ni no ha ayudado en mejorar la comprensión de la nueva realidad que implica la globalización y en nuestro caso, en particular, la relación con ese país. Hoy, en mayor o en menor medida, todos los precandidatos estadounidenses señalan la migración como uno de los peligros para su país; hoy muchos reclaman, también allí y sobre todo cuando más conservadores son, reabrir la negociación de ciertos capítulos del TLC porque México les está “robando” puestos de trabajo.

Los problemas de nuestra economía, de la pobreza que asola a millones de mexicanos, no nada tiene que ver con el TLC o con el libre comercio. Es responsabilidad de las insuficiencias históricas de nuestros políticos y en muchas ocasiones de nuestros empresarios, es responsabilidad de un sistema educativo que no fomenta la competitividad sino el clientelismo, de grupos políticos que se han enriquecido en los últimos quince años con los crecientes subsidios destinados al sector agropecuario, porque mantener el rezago sirve para mantener, una vez más, el control político.

El futuro del país no puede estar en el aislacionismo. No puede serlo cuando doce millones de compatriotas viven en Estados Unidos, cuando con ese país tenemos casi el 80 por ciento de nuestro intercambio comercial y nos deja un superávit de 75 mil millones de pesos. Pero lo que está en debate no es el TLC: es el modelo de país. Un país cerrado, en lo económico, social y político, que deviene necesariamente en un régimen autoritario, o un país abierto, plural, y por lo tanto integrado al mundo, que termina generando, inevitablemente, un país más democrático. Porque se ha hablado mucho de las consecuencias económicas del TLC pero mucho menos de las consecuencias políticas, sociales, culturales de esa apertura. En una economía abierta, llegan no sólo los productos, sino también las ideas, los medios, la información. Hoy México es un país mucho más abierto, más democrático, más plural que hace quince años. Cuanto más cerrada es una economía, es menos democrática, la sociedad está más controlada, los márgenes de disidencia se estrechan. En esos términos se debería plantear, también, este debate.

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