Dos mundos: el hombre sin palabra; los hombres leales
Columna JFM

Dos mundos: el hombre sin palabra; los hombres leales

La mentira, las dobles intenciones, la incapacidad de decir la verdad y asumirla de frente es lo que tuerce las vidas, lo que convierte a un hombre, o en este caso a un político, ya ni siquiera en un mentiroso, sino en un simulador.
López Obrador es uno de esos hombres: se trata simplemente de alguien que cree que la política se basa en el engaño, en sorprender rompiendo la palabra, en decir algo en público para rechazarlo terminantemente en privado, un hombre que exige incondicionalidad en lugar de lealtad.

La mentira, las dobles intenciones, la incapacidad de decir la verdad y asumirla de frente es lo que tuerce las vidas, los objetivos, lo que convierte a un hombre, o en este caso a un político, ya ni siquiera en un mentiroso, sino en un simulador, como dirían nuestros Usigli y Paz, un simulador que se viste y asume la mentira como su propia piel. López Obrador es uno de esos hombres: se trata simplemente de alguien que cree que la política se basa en el engaño, en sorprender rompiendo la palabra, en decir algo en público para rechazarlo terminantemente en privado, un hombre que exige incondicionalidad en lugar de lealtad.

La grabación que se difundió el miércoles de López Obrador regañando a los legisladores perredistas, sobre todo a Carlos Navarrete, calificando de “vacilada” el debate, exigiéndoles que le consulten sus decisiones porque el tema no es el debate sino “ganar tiempo”, diciendo que tomaron la tribuna no por el debate sino para ganar tiempo para su causa, descalificando a Navarrete por querer negociar o dialogar es el verdadero López Obrador. El que engaña y no acepta más opinión que la suya. Ya lo había dicho antes pero no existía, como ahora, una grabación que lo atestiguara: la primera vez que los legisladores le llevaron la propuesta de un debate, los envió, junto con las instituciones, al diablo: no importa el debate, dijo entonces, lo que importa “es lo que viene después”.

Para aumentar el ridículo, para aquilatar la mentira, públicamente, en una entrevista anterior a la divulgación de esa conversación, López había declarado que impulsaba el debate y que iría a él. Y al mismo tiempo, un político que alguna vez fue serio, Raymundo Cárdenas, el que encabezó la toma de la tribuna de la cámara de diputados (¿qué hace Amalia García con esos colaboradores?) hablaba de pasar de la etapa de la “resistencia civil” a la de la “desobediencia civil”. La mentira, el doble lenguaje, no construyen hombres, sino caricaturas de los mismos: es la esencia de la que se hacen los autoritarismos, la cultura fascistoide.

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De mi padre he aprendido muchas cosas: la convicción de que defender las ideas es una forma de refrendarse a sí mismo; que la tolerancia hacia los demás, excepto para los intolerantes, es tan imprescindible como la decisión de asumir, de decir, escribir, lo que realmente se piensa y en lo que se cree; que el valor del trabajo es la única moneda de cambio para refrendar la integridad; que tener un corazón abierto a todos y alejado de los rencores permite no contaminarse internamente con los odios, venganzas y fanatismos que nos rodean cotidianamente, sobre todo cuando se es honesto con uno mismo y con la gente; que la moral no es un árbol que da moras, pero que tampoco tiene nada que ver con prejuicios anacrónicos; que los libros y la educación son la base del verdadero crecimiento, pero que leer todos los días los periódicos es tan importante como conocer los mejores autores; que la lectura, la información y la educación por sí solas no alcanzan, se debe tener una opinión propia y se trata de confrontarla en la calle, con la gente, con los cercanos y los lejanos, de escuchar, comprender y además opinar,  a veces a favor de la corriente pero sobre todo cuando se debe estar contracorriente.

Aprendí que la vida, el mundo, la dignidad personal, la educación, la lealtad a los demás (que es distinta que la fidelidad) se pueden construir desde dentro, y que esa construcción no pasa por el dinero sino por el espíritu. Y que éste, a su vez, se construye recreándose todos y cada uno de los días. Descubriendo el mundo, la gente, el cariño, también la injusticia en cada cosa pequeña o grande. Que siempre, aún en los peores momentos sólo se puede mirar hacia atrás para aprender, para crecer, para ser mejores, para seguir avanzando, para ponerse siempre, pequeñas o grandes, importantes o superficiales, nuevas metas. A veces con errores, en ocasiones acertando, pero jamás siendo espectadores de una vida que nos trasciende, sin perder la capacidad de indignación. Mi padre, Emilio, acaba de cumplir 90 años y a lo largo de su vida hizo de todo, fue militante político, obrero, lector empedernido, amante del deporte, un perseguido por sus ideas que no guardó rencores y tampoco olvidó, hizo todo excepto aquello que su conciencia repudiaba. Mañana lo festejaremos con el corazón en la mano. Le debemos casi todo.

Mi suegro, César, es un poco más joven, “apenas” acaba de cumplir 82. Nació a 10 mil kilómetros de distancia de mi padre, viviendo cosas diferentes, creciendo en contextos distintos, pero en realidad creen en lo mismo. La lealtad con los suyos y con los demás, es quizás lo que más los une. El esfuerzo para crecer por uno mismo, es un camino que desde dos extremos de un continente, y sin conocerse durante años, recorrieron juntos, y del que traté de aprender.

Cuando se habla de la cultura del esfuerzo se nos olvida que el mismo sólo, no suficiente: falta saber hacia dónde canalizarlo, ganarse el reconocimiento y el cariño. Elegir a los enemigos. La fortuna, el destino, siempre tiene mucho que ver con nuestra vida. Como muchos, he tenido suerte, y he intentado trabajar todo lo posible para que el destino marche en la dirección más cercana posible a nuestros deseos, aunque a veces nos juegue malas pasadas. Dentro de esa ronda de la fortuna, uno de los regalos que he recibido es tener prácticamente dos padres: cuando la distancia y la geografía me alejaba de uno, la vida me acercaba al otro. Ambos son imprescindibles, a los dos los festejaremos. Pero son también la mejor demostración de que los hombres se construyen a sí mismo y de esa manera nos construyen a los demás. A los dos, simplemente gracias por lo que nos han dado y por seguir haciéndonos creer en la gente de la verdadera cultura del esfuerzo. En los que no tienen ni doble cara ni faltan a su palabra.

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