PEMEX y los monólogos del debate
Columna JFM

PEMEX y los monólogos del debate

Hoy comenzó el llamado debate sobre la reforma petrolera y salvo que ocurra algo extraño, lo que tendremos no será un debate sino una suma de monólogos, algunos de ellos compartidos: cada uno de los partidos y sus respectivos expertos reiterarán sus opiniones, hablarán para los medios, mientras que la negociación, los acuerdos o desacuerdos, irán por otra parte.

Hoy comenzó el llamado debate sobre la reforma petrolera y salvo que ocurra algo extraño, lo que tendremos no será un debate sino una suma de monólogos, algunos de ellos compartidos: cada uno de los partidos y sus respectivos expertos reiterarán sus opiniones, hablarán para los medios, mientras que la negociación, los acuerdos o desacuerdos, irán por otra parte.

Sin embargo sería deseable que, por lo menos, se mantuviera la congruencia entre los dichos y los hechos, e incluso entre las opiniones vertidas, sobre todo en los partidos que conforman el FAP, antes y después de la crisis que devino de la elección interna del PRD. Hoy, López Obrador que quiere que le agradezcamos que evitó una “rebelión social” haciendo tomar las tribunas del congreso, dice estar en contra de una privatización de PEMEX que nadie ha planteado, pero olvida que en su programa electoral incluye la participación del capital privado en las mismas áreas que ahora está proponiendo la iniciativa gubernamental. Pero eso es coherente con la lógica política que siempre ha aplicado López Obrador: vive en una realidad alterna. Es más grave que otros olviden lo que sostuvieron con mucha mayor claridad. Por ejemplo, Carlos Navarrete, el coordinador de los senadores perredistas y uno de los hombres más importantes de Nueva Izquierda, que fue descaradamente engañado con motivo de la toma de la tribuna dijo con toda claridad y explicó con detalle, en el programa México Confidencial, apenas semanas antes de la elección perredista, que apoyaría una reforma petrolera en la cual, esa empresa pudiera contratar a empresas privadas para que sacaran adelante proyectos de inversión como la perforación en aguas profundas o la construcción de refinerías, hoy dice todo lo contrario.

Pero nada se parece al partido Convergencia, que se ha convertido en uno de los más duros opositores a la reforma petrolera y olvida que en su plataforma electoral, propone una reforma que va mucho más allá de la propuesta por el Ejecutivo federal. Dice textualmente la plataforma de Convergencia, con la que compitió en el 2006 y con la cual apoyó a López Obrador (y éste aceptó el apoyo haciendo suyo, según lo especifican las normas electorales, la plataforma de Convergencia), en su capítulo 26 que buscará “lograr una reforma en materia de energía que aumente las capacidades productivas del país y permita su viabilidad en el largo plazo y que incluya de manera integral petróleo, gas y electricidad, con medidas como: a. Mantener la rectoría del Estado sobre la política energética; b. Establecer una política energética integral; c. Permitir la participación regulada de particulares; d. Dotar de autonomía administrativa y operativa a las empresas públicas de energía (PEMEX y CFE); e. Encontrar formas de asociación con particulares, sobre todo empresas nacionales, para revertir la disminución de reservas petroleras y aumentar la producción de gas natural; f. Fomentar la participación de particulares en la generación de electricidad, reservando al Estado la transmisión y distribución de energía eléctrica; g. Permitir a los ciudadanos la participación accionaria en PEMEX; h. Dar a los estados con reservas de hidrocarburos la posibilidad de explotarlos directamente, en donde no sea rentable para PEMEX, mediante modelos de autogestión, i. Promover la generación de fuentes alternativas de energía”. Hasta ahí, textual, sin cambiar una coma, la plataforma programática de Convergencia. Entonces tendríamos que pensar que ese partido que se ha querido convertir en el más lopezobradorista del FAP, está de acuerdo con la participación de particulares en la industria petrolera, en la asociación con éstos para la explotación en aguas profundas, en permitir que los estados puedan explotar yacimientos y que los ciudadanos puedan ser accionistas de PEMEX (¿hay un esquema de privatización mayor que la participación accionaria, lo que va mucho más allá de la propuesta del ejecutivo, en una empresa pública?). ¿Qué dice hoy Convergencia? Que todas las medidas que ellos mismos plantean en su plataforma electoral, violan la constitución y la soberanía. ¿Qué cambió? Que hace dos años Convergencia quería ser percibido como un partido de centroizquierda, orientado hacia la socialdemocracia. Hoy va del brazo del llamado presidente legítimo.

Por supuesto que existen opciones diferentes para abordar la reforma de PEMEX, pero se debe partir de la realidad. Hoy importamos, por ejemplo, gasolina, a los precios más altos del mundo, de 16 países, desde Estados Unidos hasta la India. Y en muchos de esos casos, la importación se debe hacer con mecanismos de asociación con empresas extranjeras, con refinerías asentadas en otros países. PEMEX está asociada a doce empresas en el extranjero, desde Shell y Repsol hasta la Panamerican Sulphur y la entonces empresa estatal argentina YPF. Resulta absurdo que podamos enviar crudo a una refinería de la cual PEMEX es copropietario en Texas, para que desde allí nos envíen gasolina para utilizar en el mercado interno. Sí, es verdad que se deben hacer profundos ajustes en la relación de PEMEX con el sindicato petrolero y que resulta insultante para los trabajadores que Carlos Romero Deschamps se pasee con relojes de decenas de miles de dólares, pero se olvida que para poder operar correctamente esa reforma con el propio sindicato, se debe cambiar el escenario general, se debe permitir que PEMEX trabaje como una empresa y que tenga autonomía de gestión para poder reencauzar su relación con el sindicato. Fue exactamente lo que hizo Petrobras hace diez años y lo que le ha dado excelentes resultados.

Lo demás, los monólogos con cobertura en el canal del congreso parecen ser parte más de una escenografía que de un verdadero interés reformador.

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