Betancourt: lecciones del fin de la pesadilla
Columna JFM

Betancourt: lecciones del fin de la pesadilla

La operación de rescate de Ingrid Betancourt de manos de las FARC, donde había permanecido secuestrada durante más de seis años, resultó impecable, una verdadera lección de cómo deben actuar las fuerzas de seguridad ente casos de alto riesgo.

La operación de rescate de Ingrid Betancourt de manos de las FARC, donde había  permanecido secuestrada durante más de seis años, resultó impecable, una verdadera lección de cómo deben actuar las fuerzas de seguridad ante casos de alto riesgo: la operación tuvo éxito por la habilidad y el entrenamiento de esas fuerzas especiales, por la información y la inteligencia que no sólo les permitió tener información precisa sino también infiltrar a los grupos de secuestradores y, por sobre todas las cosas, demostrar existe un gobierno, un sistema de partidos, un Estado, que tiene identificado perfectamente a los enemigos de la democracia (sean paramilitares o de las FARC), y una sociedad que ya no quiere ni ataques terroristas, ni secuestros, ni bandas del narcotráfico o grupos armados controlando regiones enteras del país. Trasciende eso al propio gobierno de Uribe, que sin duda, en ese ámbito ha realizado un magnífico trabajo, luego de las dudas y titubeos, que mostraron Samper, Gaviria y Pastrana, épocas en las cuales la propia integridad del Estado colombiano estuvo en peligro. Pero lo sucedido después, ha confirmado que, como se ha dicho muchas veces, el Estado no puede ser derrotado por esas fuerzas…si es que el Estado actúa como un todo, sin mezquindades y con una identificación plena de sus adversarios. Y sin traiciones.

Las lecciones que nos deja el caso Ingrid Betancourt son mucho mayores que la anécdota, en toda caso notable, del engaño a los miembros de las FARC, del rescate perfecto sin un solo disparo, de la cohesión de un país en contra de la violencia. Implica, en primer lugar y en el plano internacional, que las FARC están acabadas: no digo que dejarán de existir, incluso que puedan dar algún golpe espectacular o generar una explosión de violencia. Pero estratégicamente están derrotadas. Y con ellas la última expresión, la última apuesta por llegar al poder por la vía armada en la región.

Ahora se comprende mejor la importancia del campamento en el cual estaba Raúl Reyes y que fue atacado el primero de marzo pasado. Era el centro de operaciones, comunicación y control de las FARC (y eso termina de evaporar la idea del turismo académico revolucionario de los jóvenes mexicanos que allí fallecieron o quedaron heridos, como Lucía Morett). Destruido ese centro, muerto Reyes, recuperada la información de sus computadoras, quedó al descubierto todo el entramado de las FARC, incluyendo su alianza con los gobiernos de Hugo Chávez, Rafael Correa y Daniel Ortega y cómo la negociación con los rehenes era un instrumento que buscaba su reconocimiento como parte beligerante. Unos días después, en medio de ataques a su centro de comando, murió también en marzo, Manuel Marulanda, el líder histórico del movimiento, y desde entonces, fue evidente que las distintas partes de las FARC no estaban en condiciones, siquiera, de mantener una comunicación fluida entre ellas. En realidad, esos golpes habían hecho retroceder a las FARC incluso en el negocio del narcotráfico, ya que disminuida su capacidad operativa casi no podían controlar ellos mismos cargamentos y regresaron al origen: a controlar cultivos y cobrar un “impuesto” a los productores en su zona de inserción. Ello les redujo el millonario financiamiento, lo único que las cohesionaba, mientras que el descubrimiento de los papeles de Reyes, obstaculizaba el respaldo que recibían sobre todo de Venezuela y Ecuador.

El rescate de Ingrid y los otros 14 secuestrados, deja a las FARC sin cartas para jugar, las exhibe vulnerables porque fueron infiltradas hasta lo más alto, demostró que no tienen comunicación entre sí, y quedaron en ridículo. Si las tasas de deserción ya habían sido altísimas en los meses pasados, ahora vendrá, inevitablemente, el colapso de la organización, quizás con excepción de sus sectores más duros y menos ligados a la política, como el de Jorge Briceño, apodado el Mono Jojoy, profundamente involucrado en el narcotráfico. En última instancia, es el sentido de Estado, la claridad en las metas reales de éste, la inversión en un verdadero sistema de información, inteligencia y operación que le otorgue seguridad en todos los sentidos a la población, lo que hizo la diferencia.

En nuestro caso, ello debe ser una referencia ineludible y en muchos sentidos: no tenemos ni esa claridad, ni muchos de nuestros actores asumen los desafíos como propios, cuando no terminan siendo cómplices de los propios adversarios de la ciudadanía. En términos de seguridad, simplemente comparar el operativo de rescate de Ingrid con la incapacidad policial pasa desalojar a medio millar de jóvenes de una discoteca, dejando un saldo de doce muertos, no requiere de mayores palabras. Comparar el tipo de capacitación de esas fuerzas de seguridad con la payasada que hacen pasar como entrenamiento de élite, con técnicas inhumanas abandonadas hace años por cualquier fuerza de seguridad, como lo hemos visto en los videos que exhiben, en el mejor sentido de la palabra al ayuntamiento de León y sus autoridades, nos confirma que el problema es que nuestras policías municipales y estatales no están en condiciones de asumir siquiera sus responsabilidades mínimas. Uno de los secretos del éxito en seguridad de Uribe, fue que, en el terreno policial se concentraron fuerzas, se federalizaron, incluso en su caso, las fuerzas policiales fueron militarizadas. En el nuestro quizás no puede ser exactamente así, pero nada debería impedir concentrar esfuerzos, tener mandos únicos, criterios únicos de operación y objetivos públicos definidos, basados en la nueva Policía Federal, por encima de las veleidades políticas. Mientras los esfuerzos nacionales estén dispersos y las policías locales jueguen irresponsablemente a la política, podrán existir esfuerzos loables, pero no habrá una verdadera estrategia nacional de seguridad.

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