El temor al “que se vayan todos”
Columna JFM

El temor al “que se vayan todos”

Nuestros políticos suelen reaccionar de forma muy peculiar cuando se les reclama que, si no cumplen, dejen sus responsabilidades a otros que sí estén en condiciones de hacerlo, como lo dijeron de distintas formas pero con la misma convicción, Alejandro Martí y María Elena Morera el jueves pasado. Ha habido de todo desde entonces, desde la orden de Felipe Calderón de que en los próximos 100 días (faltan 96) se den los primeros resultados (y evaluaciones) sobre lo realizado hasta la inconcebible actitud de buena parte del priismo, comenzando por Beatriz Paredes, ante esa presión.

Nuestros políticos suelen reaccionar de forma muy peculiar cuando se les reclama que, si no cumplen, dejen sus responsabilidades a otros que sí estén en condiciones de hacerlo, como lo dijeron de distintas formas pero con la misma convicción, Alejandro Martí y María Elena Morera el jueves pasado. Ha habido de todo desde entonces, desde la orden de Felipe Calderón de que en los próximos 100 días (faltan 96) se den los primeros resultados (y evaluaciones) sobre lo realizado hasta la inconcebible actitud de buena parte del priismo, comenzando por Beatriz Paredes, ante esa presión.

La primera reacción a las palabras de Alejandro Martí fue de Marcelo Ebrard, quien dijo que asumía el desafío del empresario y que si no cumplía con los compromisos adoptados renunciaría o la ciudadanía podría revocar su mandato. Fue un buen gesto, pero quién sabe si se puede tomar en cuenta. Hace exactamente quince años, en 1993 hubo un fuerte movimiento de los mismos policías capitalinos exigiendo mejores condiciones y que se rompiera el control de la llamada Hermandad en la policía del DF (sí, es la misma que tiene buena parte del control aún hoy). Para esos días era regente de la ciudad y, más importante aún, precandidato presidencial, Manuel Camacho. Su hombre más cercano y secretario general de gobierno se llamaba Marcelo Ebrard. Hubo una manifestación de policías en el Zócalo. Bajaron ambos a hablar con ellos y la declaración del regente fue primera plana en todos los periódicos al día siguiente: “si no reformo la policía en 100 días, renuncio”. Efectivamente renunció al cargo sin haber movido o reformado nada en la policía pero lo hizo porque el 28 de noviembre el destape presidencial favoreció a Luis Donaldo Colosio. Manuel protagonizó el famosísimo “berrinche” que, en un error del que seguramente se arrepiente Salinas de Gortari, éste le toleró y le permitió dejar el DF, para convertirse en un efímero canciller, sólo el mes suficiente para que estallara el conflicto en Chiapas y se convirtiera en el negociador con Marcos y Samuel Ruiz. Ebrard realizó, junto a Camacho, todo ese recorrido: de la reforma a la policía en 100 días nadie se acordó. Han pasado 15 años, los personajes son los mismos, pero la sociedad esperemos que no. Habrá que recordarlo. Por lo menos, Ebrard ha mostrado el tino de aceptar la situación y de no despreciar el movimiento social como lo han hecho López Obrador y sus incondicionales, que lo ven como un asunto de “pirruris” o, si tienen algunas palabras más en su vocabulario, “de las élites”.

Los priistas, por su parte, tenían un viejo principio, mitad broma, mitad muy serio: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. La que fuera, pero cualquier político que se reconociera como tal debía tener una posición, aunque fuera la más modesta, desde la cual operar. Las cosas han cambiado por supuesto, pero no tanto. Resulta incomprensible que políticos con tanta experiencia y capacidad en la operación como Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa, hayan reaccionado tan mal, sobre todo los dos primeros, ante esta crisis de seguridad, no hayan ido al Consejo (algo notable en el caso de Manlio y Emilio, porque fueron sus pares de los demás partidos, incluido el PRD) argumentado problemas con sus agendas previas (salvo que tuvieran algún encuentro secreto no tenían nada ese día a esa hora) y luego pronunciaran una serie de declaraciones desafortunadas, comenzando por la de Beatriz Paredes, descalificando las declaraciones de Alejandro Martí y pidiendo que no se hicieran generalizaciones entre los políticos para no caer en el “que se vayan todos”.

Paredes quizás puede tener razonen un sentido muy general porque sabe que el que “se vayan todos” fue la consigna que llevó a la caída del gobierno de Fernando de la Rúa en Argentina y catapultó a ese país a una increíble crisis política y económica. Pero lo que puede ignorar es que la gente (como sucedió en Argentina en esa época) está harta de que los políticos, casi todos, se manejen con tiempos, agendas, propósitos propios y que nada tienen que ver con la ciudadanía. Como se dijo el jueves en Palacio Nacional, la ciudadanía no ha sido tomada en cuenta en ninguna de las estrategias de seguridad llevadas hasta ahora. Y podríamos agregar que tampoco en ninguna de las reformas políticas planteadas. El sistema político y de gobierno está construido por y para los partidos: el único derecho de la ciudadanía es ir a depositar su voto el día de las elecciones, pero no interviene, ni puede intervenir en nada más. ¿Cómo puede Beatriz asombrarse entonces que la sociedad “generalice” y responsabilice a los políticos como un todo, cuando su mundo se ha alejado tanto del de la gente?¿Qué mejor ejemplo, que lo decidido por la Suprema Corte anulando lo dispuesto por los propios partidos, que impedía que alguien pudiera cambiarse de partido y buscar una candidatura por otro?. Dijo el jueves la Corte que con eso se violan los derechos políticos de un ciudadano ¿y no se violan los derechos políticos de todos los demás ciudadanos cuando no existen mecanismos para candidaturas independientes o siquiera para fracciones disidentes dentro de un mismo partido?. La ciudadanización que se plantea para tantos capítulos no se incluye en la vida política. Entonces, si todos estamos excluidos de la vida política-partidaria, ¿por qué los mismos excluidos no podemos englobar a todos los políticos en la misma incapacidad?

El error del priismo en este tema es de origen y deviene de querer utilizar la seguridad como elemento electoral y haciendo una diferenciación entre su supuesta capacidad respecto a las carencias del calderonismo. El problema es que esa capacidad no se percibe en casi ninguno de los estados gobernados por los priistas, como tampoco entre los panistas y los perredistas. ¿Cómo no se va a generalizar?

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