Un mundo raro
Columna JFM

Un mundo raro

Quizás como un símbolo de los tiempos que vivimos, este primero de septiembre no sólo no habrá informe presidencial en el Palacio Legislativo de San Lázaro sino que también el presidente Calderón vivirá esta jornada fracturado. Físicamente, el presidente sufrió la rotura de la cabeza del húmero izquierdo, lo que lo llevara a estar en recuperación varias semanas. Es una fractura dolorosa pero que en absoluto le impide ejercer sus funciones. En todo caso, lo importante, como lo pudimos comprobar el sábado con la multitudinaria marcha contra la inseguridad, es que algo también se ha roto en el país y la tarea fundamental de las autoridades es volver a soldarlo: la sociedad no está creyendo en las autoridades ni en los partidos, no tiene fe en ellos pero al mismo tiempo les exige que actúen.

Para Gilberto Rincón Gallardo, un paradigma de la tolerancia, la inteligencia  y la verdadera izquierda que el país necesita.

Quizás como un símbolo de los tiempos que vivimos, este primero de septiembre no sólo no habrá informe presidencial en el Palacio Legislativo de San Lázaro sino que también el presidente Calderón vivirá esta jornada fracturado. Físicamente, el presidente sufrió la rotura de la cabeza del húmero izquierdo, lo que lo llevara a estar en recuperación varias semanas. Es una fractura dolorosa pero que en absoluto le impide ejercer sus funciones. En todo caso, lo importante, como lo pudimos comprobar el sábado con la multitudinaria marcha contra la inseguridad, es que algo también se ha roto en el país y la tarea fundamental de las autoridades es volver a soldarlo: la sociedad no está creyendo en las autoridades ni en los partidos, no tiene fe en ellos pero al mismo tiempo les exige que actúen.

El escenario en el que se inscribe este primero de septiembre, que a partir de ahora será un día más en el calendario republicano, es el de un mundo raro: donde las autoridades y los partidos no terminan de comprender y asumir plenamente lo que se espera de ellos (dos ejemplos, ¿cómo se le ocurre al secretario de seguridad pública capitalino presentarse de uniforme y con moto ante la avanzada de la marcha del sábado para tratar de “organizarla”?¿quién fue el genio del GDF que ordenó en el Angel de la Independencia, antes de las ocho de la noche y cuando aún el lugar estaba lleno de gente, que comenzaran su labor camiones recolectores de basura y limpiadoras?: Mondragón y Kalb tuvo que irse ante la reacción de la gente, injusta con un buen servidor público pero lógica por su pésima decisión, y las barredoras tuvieron que regresar a su lugar porque la gente les impidió continuar hasta que terminara la movilización); donde los partidos y el congreso asumen un protagonismo que tampoco están preparados (¿o dispuestos?) para desarrollar plenamente en relación con las verdaderas exigencias sociales. Un mundo donde la sociedad, quizás por primera vez en mucho tiempo ha puesto fechas, plazos y responsabilidades a las tareas por hacer.

Pero también, y ese es un matiz que se le ha escapado a muchos analistas, donde la gente, con todo su hartazgo, tampoco está dispuesta a resignar de sus instituciones: la gente no quiere mandar al diablo las instituciones como dijera López Obrador, que sigue en caída libre de popularidad y cada día más alejado de la verdadera agenda de la sociedad. Ayer cayó nuevamente en el ridículo y mostró que quienes no son los suyos son, para él, su enemigo. Luego de una manifestación desangelada y pobre, marcada por el acarreo, desestimó la marcha del día anterior y demandó ahora tomar el Zócalo el 15 de septiembre. Como lo han dicho López Obrador y Muñoz Ledo, su preocupación no es la seguridad sino generar una situación de ingobernabilidad tal que provoque “la caída” (la palabra es de ellos) del gobierno de Calderón, para iniciar una “transición”, con ellos, por supuesto, en el poder. El único problema (y lo que explica la caída de su popularidad, su incapacidad de comunicarse con la ciudadanía, la mezquindad del discurso) es que lo que la gente quiere no es el derrumbe, sino la eficiencia, las reglas claras, el funcionamiento de las instituciones para lo que fueron construidas: para brindarle seguridad.

No es un matiz menor y es el que abre una ventana de oportunidad para que México no sufra un derrumbe institucional como lo vivieron en su momento Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina. Para aprovechar esa ventana de oportunidad los partidos y sobre todo los gobiernos, tendrán que convertirse en otros, tendrán que actuar diferente, tendrán que abandonar la cultura política dominante y aprender a relacionarse con una sociedad que piensa y actúa diferente y que, salvo parcelas muy específicas, no simpatiza con ninguna de las fuerzas políticas existentes.

Hoy, las autoridades, pero más aún los partidos, actúan como aparatos electorales, y la reciente reforma los reafirma en ese papel. Pero en esa lógica que atiende casi exclusivamente sus propias agendas se han topado con personalidades y organizaciones sociales que enarbolan un agenda propia, dictada por propia la gente y que obligará a partidos y autoridades a asumirla como tal, o perder cada vez mayor representatividad.

Se dice que un pesimista es un optimista bien informado. Puede ser verdad, pero también lo es que la situación que vivimos en el ámbito de la seguridad, con toda su gravedad, no es mayor que la que han vivido otras naciones y de la cual han podido salir adelante. Para ello se requieren proyectos estratégicos, de largo plazo para superar la enorme cantidad de insuficiencias que sufren nuestros sistemas de seguridad, pero también son necesarias medidas de corto plazo que permitan recuperar aunque sea los márgenes mínimos de confianza de la gente hacia las autoridades. Y en ese sentido, nada parece ser más importante que enviar señales serias de que se acabará con la impunidad y se privilegiarán las acciones, directas, concretas, contra los grupos delincuenciales más peligrosos.

Los tiempos de la sociedad son otros, diferentes a los de los políticos. Estos creen que tienen aún muchos meses para resolver cosas que la gente exige ya. La convocatoria del Consejo de Seguridad y las medidas ahí adoptadas han sido un primer síntoma de que son vulnerables a la presión social. La marcha del sábado es una reafirmación de esa presión y dentro de 90 días, esa misma gente exigirá ver los primeros resultados. Los que comprendan la urgencia y fortaleza de las demandas saldrán políticamente beneficiados. Los otros pueden comenzar a retirarse del escenario.

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