Las instituciones o la desestabilización
Columna JFM

Las instituciones o la desestabilización

Una de las muchas causas que están marcando el derrumbe del lopezobradorismo y de los grupos que aún lo acompañan es la incomprensión profunda de la percepción social de los mexicanos. Personajes como el propio López Obrador, como Porfirio Muñoz Ledo e incluso Manuel Camacho, siempre han apostado a movimientos desde la cúpula, desde la superestructura, se puede tirar un régimen o crear uno nuevo, imponer un candidato o hacerse de la presidencia de la república.
¿Por qué les cuesta tanto a los partidos y sus dirigentes comprender que la gente quiere tener confianza, no miedo?. Quienes insisten hoy en la desestabilización, muy probablemente se han convertido en el mejor argumento que tiene el gobierno para fortalecerse.

Una de las muchas causas que están marcando el derrumbe del lopezobradorismo y de los grupos que aún lo acompañan es la incomprensión profunda de la percepción social de los mexicanos. Los personajes como el propio López Obrador, como Porfirio Muñoz Ledo e incluso Manuel Camacho, siempre han apostado a que con movimientos desde la cúpula, desde la superestructura, se puede tirar un régimen o crear uno nuevo, imponer un candidato o hacerse con la presidencia de la república. No es extraño que hoy, el lopezobradorismo esté conformado por un grupo de ex priistas que tienen en común haberse equivocado en cada una de las sucesiones presidenciales de antaño en las cuales les tocó participar (el propio López, Porfirio, Camacho) entre otras razones porque siempre apostaron por procesos y precandidatos equivocados (incluyendo ellos mismos), acompañados por un grupo de personajes que dicen ser de izquierda sin haber militado jamás formalmente en ella ni tener en claro cuáles son sus verdades convicciones.

El mayor error de todos lo ha cometido López Obrador cuando, desde la campaña (e incluso mucho antes, cuando aún gobernaba el DF e ignoraba mandatos judiciales, ordenamientos o calificaba la marcha contra la inseguridad del 2004 como un movimiento de la derecha y los pirruris), decidió enviar “al diablo las instituciones” y buscar, como lo hace ahora en forma abierta y pública, derrocar al gobierno. No está proponiendo ganar las elecciones del 2009 y el 2012 le parece demasiado lejano, quiere el poder para sí y ahora, y cualquier movimiento desestabilizador, incluida la violencia del narcotráfico (que en todos estos meses no ha condenado públicamente y que justifica como una consecuencia de la pobreza) le parece útil para sus fines. Por eso, volvió a ignorar la marcha del sábado pasado y en su entorno se realizaron las mismas descalificaciones. La inseguridad sigue estando fuera de su agenda. Cualquiera podría creer que existen grupos que la fomentan con ese beneplácito político.

Lo cierto es que los estudios de opinión muestran otra cosa. La gente no quiere destruir las instituciones ni derrocar gobiernos: quiere que las instituciones funcionen y sean eficientes; castiga a las autoridades cuando no logran ponerse de acuerdo o, como ha ocurrido en el DF, cuando no quieren hacerlo. En otras palabras, quiere instituciones más fuertes mientras que muchos de nuestros políticos parecen empeñados en debilitarlas y desdibujarlas, o, en el caso extremo de López tratan de derrocarlas. En las encuestas dadas a conocer en los últimos días, el presidente Calderón bajó de 7 puntos de aceptación a 6.6, una caída leve para el año que se ha vivido pero que, por lo pronto, lo deja en un nivel relativamente alto de aceptación, mayor que el que tuvieron para este momento de su mandato Ernesto Zedillo o Vicente Fox. Las cifras de aceptación de López Obrador se han caído a aproximadamente 4 puntos, mientras que cerca del 50 por ciento de la población no votaría jamás por el PRD, en buena medida por la actividad de su ex candidato presidencial y sus seguidores más incondicionales. En los hechos, los índices de votación para el PRD oscilan en el 15 por ciento a nivel nacional, mientras que PRI y PAN están en aproximadamente un 40 por ciento. Para la centroizquierda real, esas cifras la dejan fuera de la capacidad de competir y son similares, incluso un poco peores, de las que tuvo Roberto Madrazo en la candidatura del 2006. Para recuperar posiciones el priismo tuvo que deshacerse de esos lastres: el PRD atado a López Obrador sólo puede hundirse más y ser llevado a una aventura que le puede costar lo que ganó con muchos años de esfuerzo.

Pero esas encuestas muestran también otras cosas: que la gente, decíamos, valora las instituciones. El ejército, la iglesia, incluso los medios o la presidencia de la república siguen siendo las instituciones que tienen mayor índice de credibilidad y confianza. Los partidos y los diputados están en el nivel más bajo, junto con la policía, pero incluso entre éstas la distancia entre la Policía Federal y las policías estatales o municipales es muy amplia. La gente quiere instituciones más fuertes, más sólidas, más eficientes.

Y eso es lo que se debería asumir en el discurso político, tanto en el gobierno como en los partidos. La gente está preocupada por su seguridad y su economía: quiere estabilidad y premiará a quien se la garantice, no a quien fomente la desestabilización. Cuando los perredistas, incluso los más inteligentes, asumen y reconocen que la gente los ve como un partido “peleonero”, no parecen comprender que allí reside el mayor obstáculo que tienen para avanzar políticamente y, casi sin duda, lo que les quitó la posibilidad de ganar la presidencia en el 2006. En el PRI cuando sus hooligans añorantes del pasado lanzan sus arengas para las cuales todo tiempo pasado fue mejor, se equivocan también: pocas cosas al priismo le ha costado tanto como los errores que cometieron en torno al tema de la seguridad en las últimas semanas. El PRI se ha recuperado, en el sexenio pasado y en éste, cuando apuestó por los acuerdos, por la conciliación, por ser parte de las soluciones y no de los problemas. El propio PAN, cuando se olvida que está en el poder y actúa como un partido de oposición más, termina perdiendo identidad y votos.

¿Por qué les cuesta tanto a los partidos y sus dirigentes comprender que la gente quiere acuerdos, no rupturas; quiere soluciones, no confrontaciones estériles; quiere instituciones fuertes, no derrocamientos pseudoinsurreccionales, impulsados por personajes que lo más heroico que han hecho en su vida es rechazar una embajada; que la gente quiere tener confianza, no miedo?. Quienes insisten hoy en la desestabilización, muy probablemente se han convertido en el mejor argumento que tiene el gobierno para fortalecerse.

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