La fuerza no requiere mayorías
Columna JFM

La fuerza no requiere mayorías

Cristina Fernández, presidenta de Argentina, decidió “nacionalizar” el sistema de pensiones: en otras palabras, decidió suprimir por decreto el sistema de cuentas individuales, similar a las Afores en México. Evo Morales, presidente de Bolivia, exige que se lleve a referéndum una constitución realizada a su medida. Casi lo mismo hace en Ecuador Rafael Correa, dice que también defiende la soberanía.

Cristina Fernández, la presidenta de Argentina, decidió, al mejor estilo José López Portillo, “nacionalizar”, estatizar en realidad, el sistema de pensiones: en otras palabras, decidió suprimir por decreto el sistema de cuentas individuales, similar al de las Afores en México, y llevarse esos recursos, que suman unos 30 mil millones de dólares, al sector público y administrar desde ahí las cuentas de pensiones. Dijo que era para proteger a los jubilados y pensionados ante la crisis financiera, algo difícil de comprender cuando el sistema de pensiones de su país fue, durante el gobierno de Menem, el primero que quebró en América latina, provocando una crisis económica y social brutal. ¿Por qué habría que pensar ahora que esa administración podría mejorar y no sería un botín político como en el pasado?. Lo que sucede es que, en realidad, el Estado argentino necesita recursos para afrontar sus compromisos internacionales y, simplemente, no los tiene, y piensa utilizar esos recursos, como en el pasado, para hacerlo. El resultado será, como ya ocurrió, que en el futuro no habrá con qué pagarle a los jubilados y pensionados. La bolsa, los bancos, las empresas privadas nacionales e internacionales, los políticos no oficialistas, los otros gobiernos, están consternados y la economía se derrumba, pero la señora Fernández impone la medida por la fuerza y dice que lo hace para preservar la soberanía.

Evo Morales, el presidente de Bolivia, exige que se lleve a referéndum una constitución realizada a su medida y que no cumple con los requisitos establecidos para ello. No importa que la mayoría de lo que serían en México los gobernadores, estén en contra y que la nueva constitución establezca que el Estado se queda con prácticamente todo el sistema productivo del país, de por sí el más pobre, junto con Haití, de América latina y que Morales lo esté empobreciendo cada día más. Impone la medida, que lo terminará perpetuando en el poder, por la fuerza. Dice que lo hace para preservar la soberanía del país. Casi lo mismo hace en Ecuador Rafael Correa. Dice que también defiende la soberanía.

Hugo Chávez, en Venezuela, no sólo ha encarcelado opositores, prohibido medios de comunicación, financiado, entre otras, las campañas electorales de Morales, Fernández y Correa, y grupos armados como las FARC (a las que les otorgó distintos negocios petroleros y apoyos por unos 300 millones de dólares, según documentos encontrados en las computadoras de los dirigentes de esa organización) sino que también ha expulsado de su país tanto a las agencias antidrogas de Estados Unidos y de Europa, como a la humanitaria Human Right Wacht y ha decidido perpetuarse en el poder. Por si hicieran falta argumentos, acaba de comprar 4 mil 100 millones de dólares en armas a Rusia y firmado convenios con Irán y Corea del Norte, además de acuerdos comerciales y de defensa con China. A Rusia le compró, antes, cien mil fusiles de asalto para renovar el armamento de sus soldados. Nadie sabe a dónde fueron los cien mil fusiles de asalto que fueron dados de baja. En el camino ha “nacionalizado” empresas petroleras, acereras y de cemento, incluyendo Cemex. Todo lo hace, asegura, para defender la soberanía.

La pálida copia que tenemos de Chávez, Evo, Cristina, Correa, nos dice en México que, para defender la soberanía, se opone a lo que su mismo partido propuso, impulsó y acordó en el tema de la reforma petrolera. El hecho es que López Obrador no puede mantener su interminable cadena de mentiras, que van desde su vida personal hasta el supuesto fraude de la elección del 2006, ni tampoco aceptar una legislación pobre, pequeña, alejada de lo que el país realmente requiere, precisamente porque en un alarde de búsqueda de consensos, el gobierno, el PAN y el PRI decidieron abrir esa legislación a lo que proponía el PRD y su grupo de “expertos”. Tanto éstos como los legisladores perredistas aceptaron esos acuerdos y los festinaron como un triunfo. Pero ahora, como necesita rescatar algo de agenda, López Obrador decide romperlos. Para López Obrador y sus incondicionales, no hay acuerdos, no hay política, no hay más que sus intereses personales (disfrazados como los de Chávez, Cristina, Evo o Correa, con la defensa de la soberanía) aunque tenga que ignorar a los expertos que él mismo designó o a un partido al que utiliza pero no escucha e ignora. La única agenda que importa es la suya, personalísima.

López Obrador sabe que no puede impedir la reforma petrolera aunque sea pobre y lejana de los intereses nacionales, lo que quiere es por la fuerza exhibir y doblar a sus opositores dentro de su propio partido, si es que así podemos llamar aún al PRD. Los suyos ya son otros y sólo unos pocos están en el congreso. En última instancia debe pensar que si muchos de sus aliados llegaron por la fuerza al poder o por ella en él se mantienen, porqué no podría hacer lo mismo. El uso de la fuerza no requiere mayorías.

El caso Brad Will

No sé qué interés tiene la Comisión Nacional de Derechos Humanos en el caso, pero resulta evidente para quien haya estudiado el asesinato de Brad Will en Oaxaca, que no recibió un disparo de 40 metros como dice la CNDH, y mucho menos dos, porque las imágenes así lo muestran. Will es “transportado” a un carro por sus supuestos aliados con un solo disparo en el pecho y llega dos horas después y en otro carro, a un hospital localizado a metros de distancia con dos disparos, otro en el costado de su cuerpo que en las imágenes se ve que originalmente no tiene: alguien le volvió a disparar y según los periciales ambos disparos fueron casi a quemarropa. Y ninguno de los calibres utilizados son de fuerzas de seguridad, sino de los que llevaban los manifestantes que “transportaron” a Will. Una vez más el fin justifica los medios. Y qué mejor medio para esos fines que un estadounidense asesinado.

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