Familias, discriminación, tolerancia
Columna JFM

Familias, discriminación, tolerancia

Inició la Cumbre de las Familias en la ciudad de México, un encuentro donde se esperaba la participación del papa Benedicto XVI quien, desde hace ya algunos meses, había decidido no participar en el mismo. De todas formas, los hombres de mayor peso de la iglesia católica, además de analistas de todo tipo participan en el encuentro que está firmemente marcado por la visión que predomina en la iglesia sobre la familia.

Inició la Cumbre de las Familias en la ciudad de México, un encuentro donde se esperaba la participación del papa Benedicto XVI quien, desde hace ya algunos meses, había decidido no participar en el mismo. De todas formas, los hombres de mayor peso de la iglesia católica, además de analistas de todo tipo participan en el encuentro que está firmemente marcado por la visión que predomina en la iglesia sobre la familia.

Quedan pocas dudas de que la base de la sociedad, por lo menos de la mexicana, es la estructura familiar, como forma de congregación, de encuentro, y esa es una de nuestras fortalezas social. Que bueno, por lo tanto, que se discuta sobre ella, sobre sus derechos y su futuro. Pero sería desconocer la realidad pensar que hay una sola forma de familia: simplemente de los poco más de 19 millones de hogares que existen en México, más de 4 millones están encabezados por una mujer, en el 97 por ciento de los casos, sin la participación de un hombre. Cerca de la mitad de las jefas de familia son viudas (47.6 por ciento) y casi la cuarta parte son separadas y divorciadas (22.por ciento). Por otra parte, un 16.3 por ciento son solteras y el restante se compone de jefas de familia casadas o unidas con otra persona. Sólo esos datos servirían para comprender que la familia tradicional sigue siendo mayoritaria en nuestra estructura social pero dista mucho de ser la norma.

Lo que no tenemos, y no parece que será abordado en la Cumbre sobre la Familia, es igualdad de derechos para todos los que de una u otra forma integran los diferentes modelos de familia. La quinta parte de la fuerza laboral del país, unas 8 millones y medio de mujeres, trabajan, pero sus ingresos son rigurosamente menores al de los hombres. Si bien ha habido una regulación legal mucho mayor en los últimos tiempos, en los casos en los que las mujeres son jefes de familia, el apoyo de sus ex parejas (hayan estado o no casadas) para el mantenimiento de los hijos sigue siendo, en la mayoría de los casos, inexistente o muy alejado de sus reales necesidades. Muchas leyes siguen exigiendo requisitos que las mujeres que son jefes de familia no pueden cumplir por la inexistencia de un hombre en ellas.

Se podrá argumentar que desde el punto de vista religioso la conformación de una familia es la de un hombre, una mujer y sus hijos, es válido, pero el hecho es que la realidad en nuestro país y en buena parte de la humanidad nos muestra otra cosa: de la misma forma que cuatro millones de hogares en México están encabezados por una mujer, existen muchas formas diferentes de relación, algunas minoritarias, otras cada vez más extendidas, que conforman familias que están fuera de ese concepto tradicional, para muchos quizás deseable, pero que ya no constituye una realidad única ni se puede regresar a ello.

En este encuentro sobre la familia sería lógico que se discutieran los méritos y las formas de fortalecer a las familias tradicionales, pero no puede dejarse fuera a lo que constituye uno de los mayores elementos de distanciamiento entre la iglesia católica y la sociedad: las parejas divorciadas. El propio Vaticano (acabamos de ver casos muy cercanos en nuestra vida política) ha tenido que hacer todo tipo de piruetas para anular matrimonios cuando ello resulta conveniente o necesario, sin comprender que ojalá las parejas se dieran para toda la vida, pero resulta que no es así en la enorme mayoría de los casos: no lo era antes y no lo es ahora. Disto mucho de considerarme un especialista en temas teológicos, pero en el propio Génesis se habla del hombre y de la mujer en términos de complementaridad, y todos sabemos que esa complementaridad puede o no mantenerse con el tiempo y adopta formas distintas cuando, por ejemplo, el hombre deja de ser el único proveedor de la familia y 8 millones y medio de mujeres se ganan (aunque en condiciones de desigualdad respecto a los hombres) su salario o cuando cuatro millones de ellas sustentan sus casas y familias.

No se trata de fe sino de un sentido de la vida y de las cosas. Fortalecer hoy a la familia debería pasar por fortalecer a las tradicionales, pero también y sobre todo, a las encabezadas sólo por una mujer; a permitir y facilitar, como se ha hecho recientemente en el DF y otras entidades, a que un matrimonio mal avenido, pueda disolverse sin recorrer un infierno legal que afecta aún más a sus miembros y, si los tienen, a sus hijos; a las familias no tradicionales que están dispuestas a funcionar como tales, sea que estén encabezadas por personas de diferente sexo o del mismo.

En realidad, no existirá mejor forma de fortalecer la familia en nuestro país, y en muchos otros, que apostar, social, política, cultural y económicamente, a la tolerancia y la no discriminación. Nada deteriora más la convivencia y la posibilidad de estructurar una familia que la falta de tolerancia, que el dogmatismo, que la discriminación, dentro y fuera de ella. Es verdad que en ese sentido se deben fortalecer también los lazos económicos, las posibilidades de que las mujeres y los jóvenes puedan trabajar y estudiar, puedan garantizar sus márgenes de autonomía y mejorar sus ingresos y formación. Para ello se requieren medidas económicas, programas educativos más accesibles, recursos, pero el corazón (en el sentido más amplio del término) del tema está en la tolerancia y la no discriminación. Sirve de poco que se entregue dinero en efectivo a mujeres que son madres solteras si al mismo tiempo no se garantizan sus derechos y no existe la educación suficiente para evitar la segregación que sufren. No alcanza aceptar la unión de personas de un mismo sexo si no se les otorgan plenos derechos. Se pueden tener visiones distintas, diferentes, encontradas sobre la familia contemporánea, pero todas, desde una visión de Estado, deben y pueden ser compatibles si priva la tolerancia y se rechaza la discriminación.

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