Obama: “una noble aventura”
Columna JFM

Obama: “una noble aventura”

Hace poco más de 40 años, en junio de 1963, poco antes de que fuera asesinado en Dallas, Texas, el presidente John F. Kennedy pronunció un discurso que sería célebre en defensa de los derechos civiles, en la lucha por romper con la segregación racial que azotaba a su país, los Estados Unidos. Lo hizo cuando, sobre todo en el sur del país, existía prácticamente un levantamiento popular, impulsado por las autoridades locales para evitar que hubiera escuelas “integradas” o sea donde pudieran estudiar hombres y mujeres de todas las razas.

Hace poco más de 40 años, en junio de 1963, poco antes de que fuera asesinado en Dallas, Texas, el presidente John F. Kennedy pronunció un discurso que sería célebre en defensa de los derechos civiles, en la lucha por romper con la segregación racial que azotaba a su país, los Estados Unidos. Lo hizo cuando, sobre todo en el sur del país, existía prácticamente un levantamiento popular, impulsado por las autoridades locales para evitar que hubiera escuelas “integradas” o sea donde pudieran estudiar hombres y mujeres de todas las razas. Horas antes de aquel discurso el gobernador George Wallace, luego candidato presidencial republicano, llamó a desconocer las órdenes federales y a la población a no permitir la entrada de estudiantes negros a la universidad de Alabama, en Dixie. Esa noche, en cadena nacional, Kennedy ofreció un discurso histórico: aseguró que la segregación era, sobre todo, un asunto de orden moral. “El centro de la cuestión, dijo Kennedy, es si vamos a tratar a nuestros propios conciudadanos estadounidenses como queremos que nos traten a nosotros. Si un estadounidense, simplemente porque su piel es oscura no puede almorzar en un restaurante abierto al público, si por la misma razón no puede enviar a sus hijos a la mejor escuela pública posible, si no puede votar a los funcionarios públicos que le van a representar, si, resumiendo, no puede gozar de la vida libre y completa que todos nosotros queremos, entonces ¿quién de entre nosotros estará satisfecho de cambiar el color de su piel y ocupar su lugar?”. Y concluyó: “han pasado más de un centenar de años desde que el presidente Lincoln liberó a los esclavos, e incluso así, sus herederos, sus nietos, no son totalmente libres, no están todavía liberados de las ataduras de la injusticia. No se han liberado todavía de la opresión social y económica. Y esta nación a pesar de todas sus esperanzas y de todos sus alardes, no será completa y totalmente libre hasta que sus ciudadanos sean libres”. A partir de ese discurso, decidió colocar la lucha por los derechos civiles en el centro de su campaña de reelección para 1964. Podía perder con esa posición parte del sur y el centro del país, pero no podía perder Texas. Por eso semanas después fue, contra el consejo de sus asesores, a Dallas. Allí fue asesinado. Las leyes que rompieron con la segregación se votaron poco después cuando Lyndon Johnson ya era presidente y tardaron años en hacerse realmente efectivas. Cuando otro Kennedy, Robert, intentó sacar a su país de Vietnam y concluir ese proceso de segregación que aún tenía manifestaciones evidentes, también fue asesinado, apenas unas semanas después de Martín Luther King, quien había encabezado esa lucha por años. Era 1968 y de ese grado era la resistencia a cualquier cambio social.

Por eso hoy será un día histórico: Barack Obama será el primer hombre afroamericano en asumir la presidencia de los Estados Unidos. Hace 50 años, cuando Obama era un niño no hubiera podido estudiar en los círculos de élite en los que lo hizo, sobre todo viniendo de una modesta familia de inmigrantes; probablemente no hubiera podido viajar en el mismo autobús, o por lo menos no sentado en el mismo asiento que el ahora vicepresidente Joe Biden; no hubiera tenido la oportunidad ni siquiera remota, de pensar en ser candidato presidencial. Hoy la prefecía de Kennedy se ha cumplido: “esta nación a pesar de todas sus esperanzas y de todos sus alardes, no será completa y totalmente libre hasta que sus ciudadanos sean libres”.

No deja de ser una enorme paradoja que Obama llegue al poder al concluir el gobierno más desprestigiado de las últimas décadas; en medio de varias guerras de destino tan incierto como las causas que la originaron; con una sociedad que sufre, hoy, de la merma de otras libertades que en el pasado parecían inamovibles; en la mayor crisis económica de la época contemporánea: una crisis generada por la falta de regulación, la avaricia y el miedo; cuando la esperanza de un cambio que representa la posibilidad, diría Kennedy, de tratar y ser tratados en un plano de igualdad y justicia. Y que mejor corte de la historia, del destino, que colocar a este hombre, Barack Obama, al frente del gobierno que enfrenta mayores desafíos y concita mayores expectativas desde la posguerra.

Es mucho, demasiado, lo que se espera de Obama. Son demasiados también lo que no terminan de percibir a pesar de todos sus males, de sus errores, de la soberbia de muchos de sus mandatarios, de todo nivel, la capacidad de una sociedad que logra pasar de aquel estado de cosas a colocar en la Casa Blanca a un hijo de aquellos que eran segregados cuando él era un niño. A un hombre con descendencia egipcia, árabe, keniana, que pudo estudiar en las mejores universidades del país. Un político que se hizo en el trabajo comunitario, pero con muy poca experiencia en la política de alto nivel, la del poder real.

Ayer, quizás como una medida publicitaria pero también como una forma de recordar cuáles eran sus raíces políticas, Obama hizo trabajo comunitario; antes recorrió en tren la célebre ruta de Lincoln y hoy asumirá el poder rodeado de un numeroso grupo de jóvenes tan talentosos e inexpertos como él mismo, pero también con un equipo donde ha privilegiado, en las posiciones de poder, a personajes con experiencia, en muchas ocasiones adversarios internos o externos, como la propia Hillary Clinton en la secretaría de Estado, porque parece ser conciente que la profundidad de la crisis en la que se encuentra su país es tal que no se puede dar el lujo de tener dos o tres años de aprendizaje. Hoy el mundo tiene los ojos puestos en Obama. No podrá cumplir todo lo que ha prometido. Pero puede devolverle al poder el sentido que le daba el propio Kennedy a la política: el de “una noble aventura”.

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