El compromiso, la fe y la determinación
Columna JFM

El compromiso, la fe y la determinación

Si en la histórica ceremonia de ayer en la que asumió como presidente de los Estados Unidos Barack Obama, hubo un punto que debe ponerse por encima de los demás, es la vitalidad que conserva un sistema democrático, con todas sus fallas, con todas sus imperfecciones, para renovarse, para reinventarse incluso, para generar entre la gente las expectativas de seguir avanzando. Como dijo la legisladora Diane Feinstein ese acto demostraba que los votos, la política, la voluntad, pueden más para cambiar un régimen, para construir y avanzar, para generar esperanzas, que cualquier arma, cualquier visión integrista de la cosas, cualquier intolerancia.

Si en la histórica ceremonia de ayer en la que asumió como presidente de los Estados Unidos Barack Obama, hubo un punto que debe ponerse por encima de los demás, es la vitalidad que conserva un sistema democrático, con todas sus fallas, con todas sus imperfecciones, para renovarse, para reinventarse incluso, para generar entre la gente las expectativas de seguir avanzando. Como dijo la legisladora Diane Feinstein ese acto demostraba que los votos, la política, la voluntad, pueden más para cambiar un régimen, para construir y avanzar, para generar esperanzas, que cualquier arma, cualquier visión integrista de la cosas, cualquier intolerancia.

Los votos pueden cambiar sociedades, pero éstas deben ser partícipes, después de votar, del proceso de cambio. El discurso de Obama tuvo el enorme merito de recordar todos los problemas a los que se enfrenta su país, pero también de asumir que ellos serán encarados pero, demandando la participación de la gente, de los grupos, de las empresas en la búsqueda, cada uno de ellos en su ámbito, de las soluciones posibles. La fe y la determinación, dijo Obama, mueven al pueblo y han marcado a su país. Y es verdad, pero también demandó regresar a los fundamentos de esa nación y de cualquier democracia: la responsabilidad de cada uno de sus integrantes dándole forma al propio destino.

Allí está el corazón de la propuesta de Obama y la que le ha permitido colmar de expectativas a la sociedad estadounidense y a buena parte del mundo. No es, como en los populismos que azotan a buena parte del continente, una visión en la que todo se promete realizar desde el gobierno: se asumen las responsabilidades, no se pregunta si el gobierno es grande o pequeño sino si ese gobierno realmente trabaja y para quién, pero coloca buena parte de la responsabilidad en la gente. Y ese simple cambio de factores es lo que, bien llevado, puede modificar el producto.

Lo hemos visto en las semanas pasadas en los Estados Unidos y lo vemos en México. La lista de demandas para el Estado es enorme: que bajen los impuestos, que baje el precio del diesel, que aumenten por decreto los salarios, que se instaure un seguro de desempleo, que se entregue dinero contante y sonante a las organizaciones campesinas, a los presidentes municipales, a los gobernadores, que se apoye a los pobres de la ciudad, pero también a las clases medias, a los empresarios, a los banqueros y a los trabajadores del Estado.

La noche previa a la toma de posesión de Obama, veía algunos programas de la televisión estadounidense donde había espacio, también, para una multitud de demandas, tantas como puede haber en un país en guerra, con la peor crisis económica de su historia reciente y desafiado por grupos terroristas. Pero aquel espíritu que permeó la ceremonia en Washington estaba mucho más presente que entre nosotros. Y era el espíritu del compromiso: un grupo de actores y actrices destacadísimos anunciaban en televisión cuáles serían sus propios compromisos, desde adoptar un grupo de escuelas para ponerlas en condiciones dignas hasta brindarles equipo de cómputo a muchas de ellas; desde asumir la necesidad de realizar labores comunitarias hasta comprometerse en el impulso a nuevas energías. Lo importante es que estábamos ante una multitud de compromisos personales o de grupo para encarar diversos proyectos: grandes o muy pequeños, pero ninguno de ellos impuestos por el gobierno o el Estado. A lo que sí se comprometía Obama es a impulsar grandes estrategias de todo tipo (que se basan sobre todo en proyectos contracícilicos que buscan aprovechar el momento de la crisis para mejorar la infraestructura, revolucionar la educación y modificar la generación de energía, como si eso fuera poco) y sobre todo a revisar los mismos para ver si funcionan o no, a eliminar los que no sirvan y fortalecer los que sean útiles. Destacó un punto que podríamos asumir sin mayores problemas en nuestro país. Los cínicos, dijo, son los que aseguran que no se pueden tolerar y ejecutar demasiados planes simultáneamente, los que proponen quedarse sólo en lo principal y modificar pocas cosas. La diferencia, dijo, es que por donde quiera que miremos hay cosas por hacer. Y deben hacerse, no sin esfuerzo, no prometiendo resultados a corto plazo pero sí con la convicción de sacarlas adelante.

No tenemos ni esa fe ni esa determinación en nosotros mismos, no la hemos construido. Tantos años, diría Paz, de un ogro filantrópico que todo lo proporcionaba, todo lo decidía, todo lo administraba, nos llevó a contar hoy con una sociedad que pide, que exige, en muchas ocasiones con razón, pero que no está dispuesta a asumir sus propios compromisos. Es verdad: hay más pobreza, ha habido mayor desencanto, hay más corrupción pero hay también mucho más cinismo, y menos visión de conjunto, de comunidad. Y ello comienza por la propia clase política, que resulta incapaz en la enorme mayoría de las ocasiones de tener por lo menos un espacio de generosidad y todo lo circunscribe a las más egoísta lucha por los más mínimos espacios de poder, dentro y fuera de sus partidos; continúa con el gobierno federal, los estatales y municipales, que parecen temeroso de lanzarse a gobernar de acuerdo con sus convicciones y con las necesidades del país, más allá de la buena voluntad presidencial o de otros funcionarios; sigue con los sindicatos, los empresarios, las organizaciones sociales, por los medios, que pelean, peleamos espacios pequeños, mezquinos y donde los límites de los propios intereses están siempre tan cerca que impiden tener una visión de conjunto. Eso puede cambiar, pero hay algo que se dijo ayer que resulta clave: la convocatoria debe hacerse desde el poder, en su más amplio sentido, y se debe asumir con la gente que se puede, como también se dijo, construir juntos un destino. No lo estamos haciendo.

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