La crisis y el pesimismo social
Columna JFM

La crisis y el pesimismo social

Ya no hubo, no los habrá por lo menos hasta después del informe del primero de septiembre, cambios en el gabinete. Quizá llegados ya a estas fechas, ello sea lógico, pero lo cierto es que se ha perdido mucho tiempo y eso ha tenido relación directa con la caída de las expectativas y en el desánimo que permea en forma creciente a la sociedad.

Ya no hubo, no los habrá por lo menos hasta después del informe del primero de septiembre, cambios en el gabinete. Quizás llegados ya a estas fechas ello sea lógico, pero lo cierto es que se ha perdido mucho tiempo y ello ha tenido relación directa con la caída de las expectativas, el desánimo que permea en forma creciente a la sociedad.

Los números de la más reciente encuesta de GEA-ISA parecen ser contundentes: para la gente los mayores problemas actuales son la inseguridad y la economía, muy por encima de cualquier otro punto. El 55 por ciento de las personas consideran que la situación económica del país es mala, contra un 8 por ciento que la considera buena; un 43 por ciento sostiene que este año es peor que el anterior y la confianza en todos los ámbitos ha caído. Es verdad que el reconocimiento del presidente como mandatario y como persona se ha mantenido en niveles relativamente altos, aunque con una caída de casi diez puntos en un año, pero el de su capacidad para gobernar es de un 48 por ciento, mucho menor a los anteriores. Y en los últimos meses cuando se analizan temas como combate a la pobreza, políticas de empleo, temas económicos en general, los índices de aprobación disminuyen a la mitad.

En lo único en que existe una mejora en la opinión, por el esfuerzo que se realiza es, pese a la preocupación de la gente al respecto, en el ámbito de la seguridad. Un tema de percepciones: mientras existe un porcentaje alto de opiniones que sostienen que el gobierno está teniendo éxito en el objetivo de brindar más seguridad, en otra encuesta, divulgada también esta semana por el ICESI, la gran mayoría de las personas percibe que la seguridad se ha deteriorado. En otras palabras: en economía la gente considera que las cosas están mal y que no se ha hecho lo suficiente, mientras que en seguridad también consideran que estamos mal pero se reconoce el esfuerzo. No es suficiente.

La caída de la percepción y el deterioro del ánimo social han llevado al gobierno y a algunas empresas privadas a tratar de rescatar el optimismo. No será una tarea sencilla, la gente no está creyendo en las autoridades y los evidentes excesos en los que han caído los partidos y el congreso, entre otros, tampoco ayuda a que exista mayor credibilidad en éstos, en un momento en el que están en su nivel más bajo de aceptación. Por eso mismo hubiera sido importante que pasadas las elecciones del 5 de julio, cuando la percepción generalizada era que el gobierno federal había perdido espacios muy importantes de poder y comenzaba a sentirse una suerte de vacío en el mismo, que se hubieran tomado medidas claras, específicas y con cambios políticos que permitieran recuperar la confianza, en el rumbo del país y en el gobierno.

Probablemente no se hizo así porque se consideró que si los principales problemas eran económicos y era allí donde existía la peor percepción sobre la labor gubernamental, anunciar cambios o políticas cuando seguirían llegando malas noticias, no tendría sentido, deslegitimaría las políticas y a los personajes responsables de aplicarlas. Ahora en septiembre, cuando la mayor parte de los grandes países industrializados han anunciado que los peores momentos de la recesión han pasado y comienza una cierta recuperación, tendremos un margen mayor en nuestra propia economía para sacar adelante algunas cosas y mostrar mejores números.

El problema es que el retraso en anunciar y tomar medidas, tanto como la impresión generalizada de que el programa contracíclico anunciado por el gobierno no ha funcionado, sobre todo en el ámbito de la infraestructura, lo que ha provocado es una desmoralización manifiesta de la gente. En días pasados, analizando lo que había sucedido en Estados Unidos con la crisis y en el contexto de la ratificación de Ben Bernanke en la Reserva Federal estadounidense, se dijo con verdad, que la crisis tenía, por supuesto, origen en problemas estructurales pero lo que la había catalizado y llevado a profundidades inéditas fue la desconfianza de la gente, sobre todo después de la caída de Lehman Brothers. Nuestra situación es similar: en estos días todas las autoridades económicas han dicho que lo peor de la crisis ya ha pasado, y probablemente es verdad, viendo la coyuntura económica de nuestros principales socios comerciales, pero el problema es que nadie lo cree, y si la gente no cree que puede y debe consumir, que las cosas mejorarán, si como muestra la encuesta de GEA la mayoría considera que el 2010 será peor que este año, las expectativas se convertirán en realidad y la recuperación se retrasará aún más.

Por eso no se puede seguir apostando a esperar condiciones idóneas para dar a conocer cambios y nuevas medidas que redireccionen el esfuerzo gubernamental. Es verdad que muchas cosas no dependen directamente del gobierno federal, pero muchas otras sí. El gobierno puede mostrar un perfil ambicioso o posibilista, como se ha dicho en estos días, pero tiene que mostrar, cualquiera que sea la decisión, un perfil más definido. Si como sostuvo en estos días el presidente Calderón, junto a Carlos Slim, que se requiere mucha mayor inversión privada en infraestructura y otros ámbitos, se deben lanzar programas muy ambiciosos en ese sentido. Si existen, hoy no se ven. Si como también dijo el presidente en estos días, el programa de infraestructura tiene un avance de más del 50 por ciento pues hay que mostrarlo, porque hoy la gente no lo percibe así. Si todo se concentra en reafirmaciones respecto a lo realizado en estos tres años o a lo que se debería hacer, tampoco habrá avances: al gente no parece querer saber qué se hizo sino qué se va a hacer.

Ahí está el desafío. Y no hay muchas otras oportunidades para relanzar expectativas y revertir el pesimismo social. Si no se aprovecha este primero de septiembre, la agenda política no le dará al gobierno muchas otras ocasiones para hacerlo.

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