El reflejo de Sudáfrica
Columna JFM

El reflejo de Sudáfrica

A mi padre, un republicano irredento, le hubiera encantado ver a España convertida en campeona del mundo, aunque no le gustaba el fútbol, pero, por sobre todas las cosas, no hubiera dejado de esbozar algo más que una sonrisa cómplice al comprobar que ese equipo está sustentada en el Barcelona, en el ejemplo de una Catalonia, que apenas el sábado exigía ser reconocida como algo más que una región de la España multicultural que ha surgido de las ruinas del franquismo ( aunque nuestros comentaristas deportivos nunca vieron el gesto de Xavi y Pujol levantando la copa del mundo envueltos en una bandera catalana).

A mi padre, un republicano irredento, le hubiera encantado ver a España convertida en campeona del mundo, aunque no le gustaba el fútbol, pero, por sobre todas las cosas, no hubiera dejado de esbozar algo más que una sonrisa cómplice al comprobar que ese equipo está sustentada en el Barcelona, en el ejemplo de una Catalonia, que apenas el sábado exigía ser reconocida como algo más que una región de la España multicultural que ha surgido de las ruinas del franquismo ( aunque nuestros comentaristas deportivos nunca vieron el gesto de Xavi y Pujol levantando la copa del mundo envueltos en una bandera catalana).

Pero fuera de ello, este mundial debería dejarnos otras enseñanzas. Olvidemos por un momento que Holanda jugó la final olvidando su historia y convertida en un equipo de golpeadores de arrabal, violentos y especulativos. Lo cierto es que los cuatro equipos que llegaron a la final de esta copa fueron eso, equipos, que demostraron que la planificación, que el esfuerzo colectivo, que una visión de conjunto siempre valen más que una suma de individualidades. Soy de los que cree que el fútbol es una forma de cultura, que termina siendo el reflejo del momento que viven los países, de sus idiosincrasias, éxitos y fracasos. De lo poco bueno que hubo en esta copa del mundo está el mostrar que eso fue así.

Ganan los mejores, pero ganan los que trabajan para ello, no para buscar justificaciones o destinos manifiestos. México y Argentina son una vívida demostración de ello. En pocos lugares del mundo, el fútbol es objeto de una comercialización y mercadotecnia tan intensa, lucrativa y vacía de contenido como en México. En pocos lugares del mundo, si es que hay algún otro, de un fanatismo irracional como en Argentina. Pero algo une a los dos países, a las dos sociedades: se cree que se triunfará por una suerte de designio divino, porque los dioses o quien sea, así lo desean, porque se trata de destinos predeterminados. Los fracasos son el reflejo de las realidades: nos olvidamos que México estuvo a punto de no clasificar a este mundial; que se tuvo cuatro técnicos en el proceso, que fueron de los mejor pagados del mundo y de los que menos resultados dieron, que objetivamente significaron un fracaso tras otro. El mejor de ellos, en todos los sentidos, el Vasco Aguirre, terminó equivocándose como todos. Por razones comerciales o personales prefirió apostar por fracasados conocidos que promesas por conocer. Se apostó al miedo en lugar de desafiar la realidad. Y se obtuvo el pago que esa apuesta fracasada dejó: una eliminación temprana.

Argentina tenía una pléyade de futbolistas extraordinarios comenzando por Lionel Messi, considerado el mejor del mundo. Pero, una vez más, como país y como equipo, terminó apostando al destino. Dejó su dirección técnica en un hombre al que consideran dios pero no es más que un ex futbolista extraordinario que ha perdido la brújula de su vida hace tiempo y que no tiene idea de dirigir técnicamente un equipo o algo parecido. Como México se encomendó a la Virgen de Guadalupe, Argentina se encomendó a San Diego. Y los dos se olvidaron del trabajo, de la planificación, de la búsqueda de objetivos programados. Cuando se considera que se está predestinado para algo, los fracasos son obra del destino, no de las fallas y los errores. Y mientras en México culpamos de ese fracaso a un árbitro italiano, en Argentina después del fracaso los dirigentes del país, inmersos en el más puro populismo, declaraban que “el único hombre que puede hacer lo que quiere en todo el país es Maradona” y que él decidirá si sigue al frente de la selección o no. ¿Qué importa que haya sido, un fracaso, el símbolo de la falta de trabajo de grupo y de visión de conjunto?.

En México y Argentina se cree en el destino. En España, Holanda, Uruguay y Alemania, en el trabajo conjunto, en la planificación y la organización. Se trata de cuatro países que en los últimos años han sido exitosos, que han sabido convertir el deporte en un referente más de la sociedad. Hace 30 años, México tenía un PIB per cápita mayor que el español, ellos venía saliendo del franquismo y nuestros gobiernos les daban clases, así sea sin demasiadas bases, de civilidad y buenas relaciones internacionales. Hoy estamos bastante peor, su economía, con todos los problemas de la época, sigue siendo de primer mundo. No sólo acaban de ganar el campeonato de fútbol, son campeones en tenis, basquetbol, automovilismo, motos, handball. Nuestros triunfos siguen siendo individuales y parciales. El futbol es, o debería ser, el reflejo de un país: queremos seguir persiguiendo quimeras encomendados al destino y las individualidades o queremos trabajar con certidumbre, objetivos y seriedad. Y no estoy hablando sólo de futbol.

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