Los cambios y la zona de confort
Columna JFM

Los cambios y la zona de confort

Proponer en la columna de ayer que Fernando Gómez Mont se debería quedar en la secretaría de Gobernación generó muchas repercusiones. Amigos bien enterados de la vida política me dijeron que mi columna era un error, que la salida de Fernando y la de Patricia Flores en la presidencia (como escribió mi muy querido Joaquín López Dóriga en Milenio) ya estaba decidida. Que la posición del secretario era indefendible desde el tema de las alianzas y que su relación con el equipo de Los Pinos era tan intransitable como con César Nava en el PAN.

Proponer en la columna de ayer que Fernando Gómez Mont se debería quedar en la secretaría de Gobernación generó muchas repercusiones. Amigos bien enterados de la vida política me dijeron que mi columna era un error, que la salida de Fernando y la de Patricia Flores en la presidencia (como escribió mi muy querido Joaquín López Dóriga en Milenio) ya estaba decidida. Que la posición del secretario era indefendible desde el tema de las alianzas y que su relación con el equipo de Los Pinos era tan intransitable como con César Nava en el PAN.

En muy buena medida es verdad y así lo consignábamos ayer. Pero sigo pensando que la salida de Gómez Mont será un error, salvo que haya perdido totalmente la confianza de su jefe. ¿Por qué un error?. Porque el gobierno federal no puede seguir girando sólo en base a la relación personal de sus integrantes con el presidente Calderón. Este, desde el principio siempre señaló que esa relación de confianza y lealtad sería primordial para ser parte de su equipo. Y sin duda ella es necesaria, pero el sentido de lealtad, en la función pública, debe derivarse de la que se genera hacia las instituciones y las responsabilidades que se tienen encomendadas, incluyendo por supuesto, en este caso, la relación política con el propio presidente. Pero lo que hemos visto en estos años, salvo en el primero de esta administración, cuando Juan Camilo Mouriño tuvo el control de la misma desde la oficina de Los Pinos, fue que el esquema de lealtades se asumió sólo como personal y terminó confundiéndose con el institucional. Y ello ha provocado desorden y conflictos en el equipo presidencial, dentro y fuera de Los Pinos, incluyendo mensajes contradictorios hacia la sociedad. Y eso se aplica al área política, a la de seguridad, a la social, quizás la más homogénea, por el peso indudable en ese equipo de Ernesto Cordero, sea la hacendaria. Si a eso sumamos que varios secretarios siguen viviendo en una zona de confort, sin aparecer, sin exponerse, lo que tenemos es un presidente relativamente solo, que paga costos cada vez más altos, con pocos interlocutores políticos dispuestos a asumir responsabilidades a su alrededor.

Para romper con esa dinámica que se ha ido instaurando y fortaleciéndose desde el segundo año de esta administración, se debe volver a las fuentes. El presidente Calderón ya no encontrará un político de las confianzas y operatividad de Mouriño. Ha hecho varios intentos para reemplazarlo, incluyendo el peso que le dio a la oficina de Patricia Flores durante el último año, pero eso sencillamente no es posible. No encontrará otro Mouriño. Se debe regresar a las fuentes y éstas son la política y la institucionalidad, más aún en un momento en el que el fragor electoral y la dinámica que impusieron (y amenazan para bien o para mal seguir imponiendo en el futuro) las alianzas PAN-PRD, junto con la violencia y la inseguridad, desafían la gobernabilidad. Debe haber un presidente actuante y trabajando hacia fuera con un equipo dispuesto a asumir riesgos (lo sucedido con Monterrey y el noreste del país después de Alex es una demostración de cómo buena parte del equipo presidencial se paralizó y no actuó, porque no recibió órdenes o porque no supo qué hacer, y cómo la mayoría de los involucrados, con excepción del ejército, se quedaron en esa zona de confort tan inexplicable en un gabinete presidencial). Debe haber responsabilidades claras para cada uno de los funcionarios responsables de cada área, pero, por sobre todas las cosas, se debería mover, cambiar a los que están nadando de muertito, a los que no quieren exponerse, hacer política y asumir costos.

A los que sí lo hacen, que son apenas un puñado de funcionarios, entre ellos el propio Gómez Mont, Lozano, Cordero, García Luna, Galván, Saynes, y unos pocos más, se los debe, eso es una realidad, poner en orden y establecerles responsabilidades claras, que hoy parecen no tener. Y claro que debe haber cambios en el gobierno, pero a cuatro años de iniciado no se puede continuar con la dinámica de ensayo y error, premiando, aunque sea por omisión, a quienes permanecen en su zona de confort.

Si es para fortalecer esa estabilidad e institucionalidad que le urgen a la administración federal, bienvenido sea cualquier cambio. Si se trata de acomodar nombres o de bajar el perfil político de las posiciones centrales de la administración para acomodar personalidades cercanas, estaríamos ante un grave error.

Por cierto, y hablando aunque sea muy indirectamente de Gómez Mont, hoy se cumplen dos meses del secuestro de Diego Fernández de Cevallos.

PD: nos tomaremos unos días de descanso. Estaremos nuevamente con ustedes el lunes 26 de julio. Gracias.

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