Cinco saldos del Bicentenario
Columna JFM

Cinco saldos del Bicentenario

Primero. Los priistas no están midiendo bien sus acciones. Están pecando de soberbia. No haber ido a los diálogos por la seguridad no elevó sus bonos. Tampoco reformas como las del Estado de México respecto a las candidaturas comunes. Pero que no hayan ido a las celebraciones del Bicentenario en Palacio Nacional dejó un mal sabor de boca en muchos otros actores, desde el gobierno hasta los sectores empresariales.

Primero. Los priistas no están midiendo bien sus acciones. Están pecando de soberbia. No haber ido a los diálogos por la seguridad no elevó sus bonos. Tampoco reformas como las del Estado de México respecto a las candidaturas comunes. Pero que no hayan ido a las celebraciones del Bicentenario en Palacio Nacional dejó un mal sabor de boca en muchos otros actores, desde el gobierno hasta los sectores empresariales. Paradójicamente, esa presencia del priismo la atrajo para sí el ex presidente Carlos Salinas de Gortari que, además, con un buen discurso sobre una lógica de unidad logró que al día siguiente, el 16, el discurso de Manlio Fabio Beltrones pareciera una continuidad de las declaraciones del ex mandatario y, una demostración más del poco tino de la ausencia premeditada de la noche anterior. Pareció que esas intervenciones del día 16, conciliadoras, dialogantes, inteligentes, eran consecuencia del éxito que tuvieron las celebraciones del 15. En otras palabras: el priismo esperó a ver cómo salían las cosas para ver qué discurso ofrecían y perdieron en el camino la oportunidad de tener un papel mucho más protagónico en la celebración. Su presencia la marcó Salinas.

Segundo. Hablando de ex presidentes, también llegó muy tenso a Palacio Nacional pero se fue muy contento Vicente Fox acompañado por Martha Sahagún. Fox sigue siendo un político popular y querido en el panismo, fue bien cobijado y terminó disfrutando la ceremonia, saludando, mostrándose como lo que es. Estuvo bien y en su papel. El ex presidente Luis Echeverría quería ir, estaba más que dispuesto a hacerlo, sobre todo porque en el hospital donde está internado, llegó el propio presidente Calderón, en una visita privada, a visitarlo y hacerle la invitación. Sus médicos se lo prohibieron en forma terminante. Miguel de la Madrid tampoco pudo ir por su estado de salud. El que se vio muy mal fue Ernesto Zedillo: es verdad que vive fuera de México, pero había aviones y razones de Estado para hacer el viaje. Simplemente no le interesó hacerlo, aunque ha venido a ofrecer conferencia pagadas a reuniones como la de Expo Management.

Tercero. Pero es difícil verse peor que los dirigentes perredistas. Ninguno de sus líderes o coordinadores parlamentarios se apareció por las celebraciones del 15 y el 16. Algunos, unos pocos incondicionales, fueron a los deslucidos actos de López Obrador en la Plaza de las Tres Culturas. Tendrían que haber estado en Palacio Nacional, en Dolores Hidalgo, en el Angel de la Independencia o en el Desfile. En algo. Nunca aparecieron. Sobre todo es triste en un caso: Cuauhtémoc Cárdenas, que había sido designado, y él lo había originalmente aceptado, el primero organizador de estas celebraciones. No estar es, una vez más, una muestra de la automarginación de una izquierda que no entiende donde está plantada. ¿Sabe porqué no fueron los dirigentes y líderes parlamentarios perredistas?. Porque dicen que están enojados con el gobierno porque no los apoyaron en la búsqueda de la presidencia de la cámara de diputados y porque el Trife no les dio la razón para anular las elecciones en Durango (donde la misma noche del 15 asumió el poder el priista Jorge Herrera): sin duda razones de Estado insoslayables a la hora de tomar una decisión.

Cuarto. Pero si el perredismo se vio muy mal, el jefe de gobierno capitalino logró el reconocimiento de los suyos e incluso de sus vecinos en el Zócalo capitalino. En el gobierno federal no se escatimaron reconocimientos a la labor del GDF que mantuvo una estrechísima colaboración con las demás autoridades para sacar adelante la celebración con saldo blanco. Y se reconoce que esa fue algo más que una instrucción del propio Marcelo Ebrard que se comprometió personalmente para que la fiesta se diera en paz y con orden. Y lo logró con creces.

Cinco. Mucho se dijo sobre el temor de que ocurrieran actos de violencia en la celebración y que por ello se habían establecido medidas de seguridad tan férreas o se había invitado a la gente a ver el espectáculo por televisión. Ese temor existía, pero la mayor preocupación tanto en el gobierno federal como en el GDF no era ese sino que asistiera más gente de la que el evento podía soportar. Se llegó a estimar que podrían llegar hasta dos millones de personas cuando el cupo estaba calculado para un millón. Finalmente se reunieron unas 600 mil personas. Por cierto, el Zócalo y el corredor Centro Reforma debe ser extensible: los mismos que dijeron el miércoles que se habían reunidos en la abarrotada plaza central unas 60 mil personas (una cifra correcta), estiman, cuando hay un acto político afín, por ejemplo un mitin de López Obrador o del SME, que ahí mismo se reúnen hasta un millón de personas. Fallan las matemáticas o el sentido común. O ambos.

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