Obama y México
Columna JFM

Obama y México

De un entusiasmo excesivo, planteado como un cambio de era, se pasó a un pesimismo contagioso. Esa podría ser la mejor descripción del cambio que ha experimentado Estados Unidos en los dos últimos años, desde la elección de Barack Obama hasta estos comicios de medio término que probablemente terminarán con la pérdida del control del Congreso del que gozó el primer Presidente afroamericano de la historia en la Unión Americana en la primera mitad de su mandato.

De un entusiasmo excesivo, planteado como un cambio de era, se pasó a un pesimismo contagioso. Esa podría ser la mejor descripción del cambio que ha experimentado Estados Unidos en los dos últimos años, desde la elección de Barack Obama hasta estos comicios de medio término que probablemente terminarán con la pérdida del control del Congreso del que gozó el primer Presidente afroamericano de la historia en la Unión Americana en la primera mitad de su mandato.

El pesimismo y la desilusión provienen en parte de las enormes expectativas que acompañaron su elección (¿qué mejor demostración de ello que el Premio Nobel de la Paz otorgado menos de un año antes de que iniciara su gestión?), aunadas a una crisis económica que estalló, en los hechos, semanas antes de su triunfo electoral y que, ya desde el gobierno, Obama sólo pudo administrar. A lo que se sumó el empantanamiento en Afganistán e Irak. Algo similar es lo que le ha sucedido en casi todo: pudo administrar espacios y políticas, pero no imponerlas. Ha tenido éxitos parciales en temas como la salud, pero al no poder recomponer la economía, al verse atosigado por los republicanos y sobre todo por la extrema derecha del Tea Party, con medios como Fox News en abierta e indescriptiblemente parcial cobertura informativa, Obama no ha sabido o no ha podido imponer políticas nuevas, distintas, que lleven su sello.

La relación con México es un ejemplo de lo que hablamos. Nunca (salvo en la época Salinas-Bush padre), en las palabras, discursos y gestos la relación de México con la Casa Blanca ha sido tan cálida. En pocas ocasiones, en contraste, la administración federal ha sido tan ineficiente para imponer políticas públicas que fortalezcan esa relación bilateral sobre todo en temas tan delicados como la migración y la seguridad, particularmente el narcotráfico.

En migración no ha pasado nada y eso que el voto latino se volcó en forma masiva por Obama. Al contrario: pese a la oposición de la Casa Blanca, estados como Arizona han impulsado estrategias abiertamente racistas y discriminatorios y hoy, pese a tener a Obama en el poder, la clase política estadunidense es más antiinmigrante y antimexicana que en mucho tiempo atrás. Y si el partido demócrata no conserva la Cámara de Representantes, las posibilidades de una verdadera reforma migratoria quedarán para un futuro muy lejano.

En el tema de la seguridad y el narcotráfico es más grave aún: sin duda el espíritu de colaboración, incluido el de confianza entre distintos funcionarios, es inédito, a ambos lados de la frontera. Pero los principales problemas, los de fondo, persisten y se agravan. La administración de Obama no ha podido, siquiera, lograr que la Iniciativa Mérida se cumpla plenamente. Mientras en México la lucha contra el narcotráfico deja miles de víctimas, en Estados Unidos avanza la legalización de las drogas, en particular de la mariguana: 14 estados, más Washington, DC, permiten la venta legal de mariguana para usos medicinales y hoy California decidirá si legaliza por completo su producción, comercialización, distribución y consumo. El presidente Obama dice que continuará la lucha contra el narcotráfico, pero salvo algunos casos muy particulares, no se observa que haya una lucha eficaz. Quizás porque como ha dicho el propio presidente Obama, ello es “muy difícil” porque el consumo es una costumbre “muy arraigada” en su país.

Mucho más grave es el tema de las armas: el grado de violencia que vivimos en México está íntimamente relacionado con la venta de armas de asalto, granadas, ametralladoras de todo tipo que se adquieren legalmente en Estados Unidos y cruzan la frontera cotidianamente. El gobierno de Washington, pese a promesas, acuerdos y convenios, no ha podido o no ha querido frenar ese flujo constante de armamento y esa compra indiscriminada, casi sin controles, que se realiza en EU, sin investigar, como acaba de decir el presidente Felipe Calderón, siquiera quiénes fueron los compradores de las armas que, decomisadas a los cárteles en México, conservan aún su numero de serie. Suceda lo que suceda en el tema del narcotráfico, el que miles de pandilleros estén armados hasta los dientes constituye un desafío de seguridad pública y nacional aquí.

Si alguien tiene alguna duda sobre la liberalidad de ese comercio y la falta de controles serios, no tiene más que leer el notable reportaje que sobre el tema publicó la semana pasada Georgina Olson en Excélsior.

Obama es un político con un carisma extraordinario y, sin duda, con buenas intenciones hacia México y hacia su país, pero parece haberse topado con la más dura realidad y no ha podido superarla. Hoy tendrá una jornada decisiva para su futuro.

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