Obama después de la derrota
Columna JFM

Obama después de la derrota

Aún no cerraban las urnas en Estados Unidos al momento de escribir estas líneas pero las tendencias parecen ser ya demasiado claras: el partido Demócrata de Barack Obama sufrirá una dura derrota en la que lo único que cabe aún conocer es si conservará la mayoría en el senado, porque muy probablemente la cámara de representantes quedará en manos de los republicanos, con un fuerte componente de la extrema derecha del tea party.

Aún no cerraban las urnas en Estados Unidos al momento de escribir estas líneas pero las tendencias parecen ser ya demasiado claras: el partido Demócrata de Barack Obama sufrirá una dura derrota en la que lo único que cabe aún conocer es si conservará la mayoría en el senado, porque muy probablemente la cámara de representantes quedará en manos de los republicanos, con un fuerte componente de la extrema derecha del tea party.

No es ni la única ni la primera vez que ocurre: Bill Clinton perdió su primera elección intermedia, incluyendo el congreso, a donde llegó incluso la derecha extrema a controlarlo vía Newt Gringrich, pero dos años después logró reelegirse e incluso superar ofensivas políticas durísimas en su contra como el caso  Lewinsky. Pero la diferencia es que Clinton logró mantener, casi hasta el día de hoy, el contacto con la gente y sobre todo con ciertas clases medias urbanas de todo el país que no vieron en él al responsable de la crisis económica que cimbró en aquellos años a la Unión Americana y, por el contrario, trabajó para respaldarlas, iniciando de hecho el mayor periodo de expansión de la economía estadounidense de la post guerra. Obama llegó al poder con muchas más expectativas que Clinton, luego de un gobierno de Bush que se había derrumbado en su etapa final, pero la crisis económica se cruzó con su camino, con graves secuelas sobre todo para las clases medias, y Obama, un político con un carisma extraordinario en campaña, no supo hacer contacto con  esos sectores en esa etapa particularmente difícil que aún no se cierra, y tampoco definió sus objetivos internos y externos con claridad y ahora estará pagando los costos.

Dicen que Obama deberá regresar a sus principios, a lo básico, a luchar por los suyos y por su agenda, que se perdió en el camino. Es verdad, pero también lo es que lo hará en condiciones muy difíciles. Y eso se reflejará, en las relaciones con México, entre muchos otros puntos. Si Obama quiere regresar a su agenda deberá buscar sacar, antes del cambio de legislatura, una reforma migratoria real. Durante estos años la Casa Blanca ha hablado de sus deseos de reforma, ha presentado propuestas pero no ha peleado por ellas. La economía, la reforma sanitaria, Afganistán e Irak se comieron esa parte de la agenda y hoy los migrantes que fueron una de sus grandes plataformas políticas para llegar a la presidencia están lejos de tener las mismas convicciones que entonces. Habrá que medirlo con base en la votación de hoy, pero todo indica que el voto migrante y latino para Obama se redujo en forma importante en esta elección. Sólo cumpliendo con su compromiso de reforma lo podrá recuperar.

El tema de la seguridad es otro pendiente en la relación con México y también se convirtió en una flanco débil para su administración. Los republicanos y más aún el tea party, acusan a Obama, injustamente, de permitir un auge de la violencia en la frontera que relacionan con la migración. No es verdad: la migración en realidad se ha reducido y la violencia es parte de una lucha contra el narcotráfico que debería ser percibida como un beneficio para la propia sociedad estadounidense. Pero no es así: en parte porque no se pudo ni supo vender el apoyo a México en ese combate y en muy buena medida porque, como en el tema migratorio, el apoyo se quedó a medias. La Casa Blanca no ha podido implementar por completo ni siquiera la Iniciativa Mérida, y la transformación de ésta en algo nuevo y de otra dimensión, se fue postergando para después de estas elecciones y ahora será aún más difícil venderlo a una sociedad y una clase política que quiere seguridad en sus fronteras pero no quiere hacer nada para ayudar a lograrlo, como por ejemplo controlar la venta de armas de asalto. Es verdad que México no ha hecho mucho para fortalecer esa tendencia, y salvo algunos funcionarios como el embajador Arturo Sarukhán, pareciera que ha habido de este lado de la frontera también una suerte de resignación en el tema y se ha vuelto a caer en los reproches comunes sin alternativas superadoras serias de ninguno de los dos lados. Y nada indica que los próximos dos años permitan, ni aquí ni allá, transformar la situación, aunque por el momento que viven los dos gobiernos, paradójicamente, podría darse la mejor oportunidad de hacerlo.

Y todo se complicará aún más si en el referéndum de hoy se llega a legalizar completamente la marihuana en California, porque entraremos en un territorio absolutamente desconocido para la relación bilateral.

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