Pocas cosas son tan perjudiciales para una economía como el miedo. Y pocas cosas pueden ser tan bien utilizadas por quienes quieren defender sus intereses que ese miedo. Para nadie es un secreto que Europa vive una situación difícil y llama la atención que sus dirigentes no lo terminen de reconocer. Los líderes de la Unión Europea, apenas ayer, le respondieron al mandatario estadounidense Barack Obama que les había reprochado la mala gestión de la crisis, una mala gestión que había contribuido a agravarla (algo evidente para cualquier observador), que la responsabilidad no era sólo de Europa, que había habido factores que también contribuyeron a la misma (lo cual también es obvio pero no les exime de responsabilidad). Europa tiene miedo y es lógico que así sea porque la crisis terminará, en buena medida, con lo queda del estado de bienestar que han construido durante décadas.
Pocas cosas son tan perjudiciales para una economía como el miedo. Y pocas cosas pueden ser tan bien utilizadas por quienes quieren defender sus intereses que ese miedo. Para nadie es un secreto que Europa vive una situación difícil y llama la atención que sus dirigentes no lo terminen de reconocer. Los líderes de la Unión Europea, apenas ayer, le respondieron al mandatario estadounidense Barack Obama que les había reprochado la mala gestión de la crisis, una mala gestión que había contribuido a agravarla (algo evidente para cualquier observador), que la responsabilidad no era sólo de Europa, que había habido factores que también contribuyeron a la misma (lo cual también es obvio pero no les exime de responsabilidad). Europa tiene miedo y es lógico que así sea porque la crisis terminará, en buena medida, con lo queda del estado de bienestar que han construido durante décadas. Y eso se canaliza con el fortalecimiento de todo tipo de conservadurismos, e incluso de nacionalismo, incluyendo la economía.
Todo esto viene a cuento porque lo que está haciendo la directiva de Repsol-YPF para evitar a toda costa que la alianza entre Pemex y la constructura Sacyr obtenga el control de la empresa energética, resulta vergonzosa para un país que pregona y se beneficia de un libre mercado. La alianza de Pemex y Sacyr les permite tener el control de Repsol pero su junta directiva, encabezada por Antonio Breauf ha lanzado toda una ofensiva para impedirlo. ¿Cuál es la razón?. Pues dicen que Pemex no es una empresa española (aunque en términos estrictos Repsol tampoco lo es, por sus intereses en muchas partes del mundo) algo que no deja de ser paradójico para una empresa que entre sus mayores éxitos está el haberse quedado con la propiedad, por ejemplo, de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la que era la empresa pública energética de Argentina, y gracias a la cual ahora tiene presencia en buena parte de América latina, con inversiones y coinversiones exitosas. Mucho más paradójico es que se hable de una suerte de complot o de una jugada oscura de parte de los dos nuevos aliados, cuando en realidad lo que hizo Pemex fue compara acciones de Repsol que estaban en el mercado y cuando esa empresa no tiene restricción alguna respecto a la nacionalidad de los compradores…mientras no tengan posibilidad de ejercer el control accionario parecen decir los directivos de Repsol. Porque lo cierto es que Pemex es accionista de Repsol desde hace más de 20 años. Y nunca esa participación había sido motivo de una disputa ni nunca antes tampoco se pensó, como ahora se dice, que podría utilizar en su beneficio la tecnología de Repsol o que esa participación generara un conflicto de intereses.
No deja de ser extraño también que el control de la empresa la tenga una hombre, Antonio Beubef con fuertes relaciones con México, vía el mucho más vinculado aún con nuestro país, Felipe González, ex presidente del gobierno español, o que mediáticamente sean los medios más ligados a éste, los que mayores resistencia ponen a esa participación de Pemex en Repsol. O que el principal actor financiero en contra de esa participación sea el banco de La Caixa. O que la filtración de documentos internos de Pemex a la prensa española se haya dado vía algún consejero de la propia paraestatal, ligado a esos grupos empresariales. Seguramente se trata de casualidades y ninguno de esos actores tiene alianzas, a su vez, en nuestro país, ni intereses con la política y la economía mexicana e ibérica.
Se usa el miedo como argumento a un costo que puede ser muy alto para la propia iniciativa privada española en México: son innumerables los hoteles, las constructoras, los bancos y grupos financieros, los grupos de comunicación, desde escrita hasta telefónica, incluso energética, la industria textil, los alimentos y el comercio, que tienen intereses muy fuertes en nuestro país, incluso siendo hegemónicos en sectores muy importantes de la economía nacional. Y no está mal: son empresas que han hecho inversiones legítimas y que en muchas ocasiones han demandado, creo que con razón, la apertura de los mercados. Y vaya que lo han aprovechado. La utilidad global de muchas empresas españolas no existiría sin su participación en el mercado mexicano en particular y latinoamericano en general (incluyendo a la propia Repsol).
No sé cómo podrá la actual dirección de esa empresa impedir el control de Pemex y Sacyr en Repsol. Legal y empresarialmente no pueden lograrlo, por eso están apostando a la política. Lo cierto es que si eso ocurre que nadie se extrañe si después, con medidas inspiradas en la reciprocidad, y que no beneficiarían a nadie más que a intereses que fortalecerían monopolios públicos o privados, se imponen en México. Se vive y se trabaja con una visión de mercado o se apuesta, con todos sus disfraces, al proteccionismo.