Hambre y desarrollo son incompatibles
Columna JFM

Hambre y desarrollo son incompatibles

Sin duda el mayor desafío de México es la desigualdad. Somos una nación más desigual que Chile, que Argentina, que Uruguay, que Costa Rica, que Colombia, para hablar sólo de naciones con un nivel de desarrollo cercano al nuestro. Pero nuestra desigualdad tiene relación directa con los millones que no tienen nada o casi nada. Son ocho millones de familias que según los estándares internacionales viven con menos de un dólar diario de ingresos por cada uno de sus integrantes. No se puede vivir así y tampoco se puede abatir la desigualdad sin construir un piso de ingresos y calidad de vida mínimo, básico para poder tener una sociedad de oportunidades.

Sin duda el mayor desafío de México es la desigualdad. Somos una nación más desigual que Chile, que Argentina, que Uruguay, que Costa Rica, que Colombia, para hablar sólo de naciones con un nivel de desarrollo cercano al nuestro. Pero nuestra desigualdad tiene relación directa con los millones que no tienen nada o casi nada. Son ocho millones de familias que según los estándares internacionales viven con menos de un dólar diario de ingresos por cada uno de sus integrantes. No se puede vivir así y tampoco se puede abatir la desigualdad sin construir un piso de ingresos y calidad de vida mínimo, básico para poder tener una sociedad de oportunidades.

Desde hace muchos años las opciones han ido escaseando para quienes tienen menores ingresos: la caída de la calidad de la educación pública ha ido de la mano con la de la salud pública, con los ingresos, con los servicios indispensables para sobrevivir en las grandes ciudades o en el campo. Ha habido, es verdad, programas con los cuales se ha intentado, a veces con mayor o menor éxito, paliar esa caída: Solidaridad fue un magnífico programa social que logró poner el acento en las comunidades e integró integrar a muchas de ellas al mercado y le dio a otras un sentido de identidad que se había perdido. Oportunidades cambió el acento y lo puso en los individuos: dio apoyos importantes que han servido para reducir las alarmantes carencias de muchos, pero no fue suficiente. En aquel viejo dilema entre entregar un pescado o enseñar a pescar, ambos programas apostaron cada uno a su propia lógica, descubriendo que en nuestra circunstancia se necesita la enseñanza para construir el futuro pero también el pescado cada día para sobrevivir.

Avances más sectoriales ha habido muchos: en el sexenio pasado lo que se logró en el sector salud fue notable. Obviamente no es suficiente, pero se estableció una base diferente, más sólida sobre la cual comenzar a construir. Lo que se hizo durante mucho tiempo en educación también fue notable, por más que ahora se lo olvide. El nuestro era en los años 20 y 30 un país de analfabetas. Hoy tenemos que transformar esa base educativa que comienza a tener hoyos por todas partes, en una educación de calidad, pero que continúe siendo pública y laica. Hay muchos capítulos positivos en la reciente reforma pero la misma carece de capítulos eminentemente sociales que deberían estar en el centro de la dinámica que se intenta impulsar. No puede haber calidad educativa con niños y maestros con hambre, en escuelas sin baños, sin aulas, sin pupitres, sin electricidad. Por supuesto que debe haber evaluación, mediciones, una sana competencia cualitativa entre alumnos, maestros, escuelas. Es la diferencia entre una sociedad basada en la meritocracia y una sociedad de élites hereditarias. Pero, una vez más, hay que construir las bases para ello.

La Cruzada contra el Hambre es el programa más importante que tendrá la administración Peña Nieto. Por supuesto que la reforma hacendaria y fiscal, la energética, las reformas laboral y educativas son trascendentes. Pero todo el andamiaje de desarrollo que se quiere impulsar necesita un piso, y ese piso es que nadie en este país pase hambre. Pobres hay y habrá, desigualdades también, trasciende a una administración y termina siendo una parte inherente a cualquier sociedad. Pero no puede haber pobreza extrema ni hambre y menos en los números en los que lo sufrimos cotidianamente.

Rosario Robles y su equipo tienen una tarea clave en este gobierno. La credibilidad real de la administración Peña se sustentará en el éxito o no de éste y los otros programas sociales, porque desde allí se puede crear el piso para cualquier otra lógica de desarrollo. Dos ejemplos resultan evidentes en este sentido: apenas ayer, en su toma de posesión para el segundo mandato, Barack Obama decía que su país requiere crear una mucho más amplia clase media, que debe erradicar la pobreza y el hambre que también azota a muchos sectores, sobre todo en el sur profundo y algunas zona suburbanas, a ese país. En Brasil, hay muchas teorías para explicar el éxito de Lula da Silva a pesar de errores, actos de corrupción y forcejeos políticos entre sus propias fuerzas. SE olvida que Lula lanzó un programa contra el hambre (en un país mucho más desigual que México) que le dio la base social para emprender y en otros casos profundizar las grandes reformas estructurales que su nación necesitaba. Ambos, el programa (que por cierto fue tomado, como su principal referente, de los programas Solidaridad y Oportunidades) y las reformas, terminaron siendo un éxito, pero uno no se hubiera podido lograr sin el otro. Ahí está nuestro verdadero desafío: acabar con el hambre y la pobreza extrema impulsando el desarrollo y la competitividad, para rebasar el simple asistencialismo.

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