La Iglesia ante la realidad
Columna JFM

La Iglesia ante la realidad

La abdicación de Benedicto XVI al trono de San Pedro, al papado que ejerce desde hace siete años, pone fin a un periodo de transición en la Iglesia Católica que se ha prolongado ya demasiados años, considerando que los últimos de Juan Pablo II, con el Papa ya enfermo y sin poder cumplir con sus responsabilidades, ocasionaron un deterioro institucional en la Iglesia que Benedicto trató de revertir en estos años, con éxitos apenas relativos en ese notable esfuerzo.

La abdicación de Benedicto XVI al trono de San Pedro, al papado que ejerce desde hace siete años, pone fin a un periodo de transición en la Iglesia Católica que se ha prolongado ya demasiados años, considerando que los últimos de Juan Pablo II, con el Papa ya enfermo y sin poder cumplir con sus responsabilidades, ocasionaron un deterioro institucional en la Iglesia que Benedicto trató de revertir en estos años, con éxitos apenas relativos en ese notable esfuerzo.

La cúpula de la Iglesia ha estado en los últimos tiempos bajo un asedio constante de muchos de los temas que se intentaron ocultar durante años: los casos de pederastia sobre todo, han cobrado un costo altísimo a la legitimidad moral de una Iglesia refugiada cada vez más en una suerte de eurocentrismo que no se condice con su propia realidad. La Iglesia católica depende, cada vez más, de los recursos que llegan de algunos países como Estados Unidos pero también del número de fieles que, en un porcentaje superior al 42 por ciento, viven en países latinoamericanos.

Desde hace años se dice que ha llegado la hora de un papa latinoamericano o por lo menos del Nuevo Continente. Las posibilidades de un papa proveniente de alguno de estos países parece ser una necesidad de la Iglesia: en Estados Unidos la renovación de la Iglesia Católica es imprescindible, y la fuerza de la Iglesia en América latina es indudable. Pero ni la renovación en la Unión Americana se ha dado ni la Iglesia en la región se ha fortalecido. En realidad, el poder de la misma ha menguado porque son demasiados años en los que la Iglesia habla un lenguaje cada día más alejado de la realidad que viven cotidianamente nuestros países.

Benedicto XVI es un notable teólogo, un hombre con una indudable integridad intelectual pero su visión del mundo está muy alejada de nuestra realidad y la de nuestras sociedades. Atenazado en una formación que fue transitando desde el progresismo de su juventud a la estricta ortodoxia de su madurez, Benedicto apenas si pudo poner orden en algunos de los más acuciantes desafíos de la Iglesia, pero no le alcanzó (creo que tampoco quiso porque sabía que no tendría tiempo) emprender una labor de renovación intelectual.

¿En qué debe cambiar la Iglesia?. En mucho, sobre todo en volver a estar cerca de la gente y de sus reales necesidades. En las últimas décadas se ha embarcado en una lucha demasiado conservadora, demasiado cercana al poder, demasiado concebida desde sus propias ópticas y necesidades, y se ha olvidado de la gente. La forma en que se ocultó, en México y en muchos otros países, los casos de pederastia, comenzando por los de Marcial Maciel, son una demostración palmaria de los males que roen a la institución. En verdad que durante el papado de Benedicto XVI se realizó una intensa labor para limpiar esos establos, para desechar los engaños, pecados y la suciedad que empañaron a la iglesia, según las propias palabras del Pontífice. Y el trabajo realizado en los propios Legionarios es una demostración de ello. Pero no ha sido suficiente: falta cambiar y quien sabe si el Colegio Cardenalicio que deberá elegir al sucesor de Benedicto esté en condiciones de hacerlo.

¿Podrá haber un papa latinoamericano?. Es posible, lo que no hay es posibilidades de contar con un sumo pontífice mexicano, por más que México (aunque el porcentaje se redujo en casi 10 por ciento de fieles en la última década) es el segundo país del mundo, luego de Brasil, con mayor número de fieles a la religión católica. No hay figuras que puedan llenar ese espacio, que puedan aspirar al trono de San Pedro, porque la iglesia en México no realizó su propia renovación ni intelectual ni de figuras reconocidas nacional e internacionalmente. Está profundamente relacionada con la Curia y la burocracia y en todos los entramados de poder de ambas, pero le está faltando fuerza intelectual y social. Brasil ha progresado mucho más que nosotros en ese sentido y por eso tiene amplias posibilidades con dos o tres figuras para suceder a Benedicto.

En todo caso, quien llegue en su lugar tendrá que ser, como dijo el propio Benedicto, un hombre adoptado a los nuevos tiempos y tecnologías. Y es verdad, pero también adaptado a una nueva realidad, a sociedades distintas, muchos más abiertas, plurales y librepensadoras que en el pasado. Y la fe no tendría porqué estar reñida con esa realidad.

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