Cien años de lealtad con la gente
Columna JFM

Cien años de lealtad con la gente

El ejército mexicano cumple hoy cien años y lo hace siendo, a pesar de todas las difíciles y duras pruebas que ha tenido que superar a lo largo de este siglo, siendo la institución más respetada del país. El ejército es reclamado cuando falla la seguridad, cuando nos azota un desastre natural, cuando se deben distribuir despensas u ofrecer atención médica en las zonas más apartadas del territorio nacional.

El ejército mexicano cumple hoy cien años y lo hace siendo, a pesar de todas las difíciles y duras pruebas que ha tenido que superar a lo largo de este siglo, siendo la institución más respetada del país. El ejército es reclamado cuando falla la seguridad, cuando nos azota un desastre natural, cuando se deben distribuir despensas u ofrecer atención médica en las zonas más apartadas del territorio nacional.

El respeto social hacia las fuerzas armadas tiene razones en su orígenes y en su comportamiento a lo largo de un siglo. En sus orígenes porque, a diferencia de otras instituciones armadas, el ejército mexicano tiene un origen eminentemente popular. Puede ser un lugar común, pero es un ejército que surgió de una revolución y después de derrotar a una fuerza militar que se había caracterizado por la represión y la lejanía de los intereses populares. Pero más allá de ello, quizás lo importante, pese a los periodos muy turbulentos que tuvo que pasar el ejército desde su creación hasta bien entrada la década de los 40, pese a innumerables provocaciones e intentos de manipularlo e involucrarlo en actos que no fueron de su responsabilidad (los sucesos del 68 son quizás el evento paradigmático en este sentido), lo cierto es que el ejército mexicano ha mantenido esa confianza y respetabilidad entre la población porque en un país donde los ciclos, si bien nos va, son sexenales, ha sabido mantener la institucionalidad durante un siglo: no hemos visto al ejército mexicano en cuartelazos, no lo hemos visto cambiando de banderas y lógicas institucionales con cada presidente y ha sabido serle leales a todos ellos pero sobre a sí mismo. Ha sido un instrumento clave en la lucha contra la delincuencia organizada y en el mantenimiento de la seguridad interior, pero también es indispensable (ninguna otra institución en el país puede cumplir ese papel en esa misma dimensión) ante desastres naturales o emergencias de todo tipo.

Ha tenido que soportar todo tipo de provocaciones y también traiciones en esas tareas. Como no se acopló, a pesar de la intensa colaboración internacional que ha desarrollado a lo largo de décadas, a las lógicas más cerradas de la guerra fría o luego a las antiinsurgentes en América latina, muchas veces ha sido visto con desconfianza (la que genera la autonomía e independencia) en Estados Unidos: la más reciente demostración de ese tipo de provocaciones e insidias ha sido el reportaje publicado por el New Tork Times sobre la sucesión en las fuerzas armadas. Ha recibido acusaciones por actos cometidos, en realidad por otras instituciones, y ha tenido, como decíamos, también traiciones, quizás la más notable en las últimas décadas la del ex general Jesús Gutiérrez Rebollo, con episodios traumáticos como el de los propios generales actualmente en proceso.

Pero a pesar de todos esos momentos difíciles y delicados, a pesar de todas las vicisitudes (y vaya que las ha tenido) del sistema en un siglo, el ejército nunca ha tenido la intención de asumir el poder político y esa es quizás la mayor de sus diferencias con otras instituciones militares en el continente. Y la gente por eso le tiene confianza y agradecimiento. Ha sido leal y de la gente ha recibido lealtad.

Viene una etapa compleja y difícil en el futuro: la lucha emprendida contra la delincuencia organizada tiene y deberá seguir teniendo al ejército como una pieza fundamental en una tarea por definición desgastante. Es verdad que la marina ha asumido nuevas responsabilidades en los últimos años, que la Policía Federal comienza a ser la institución que en ese ámbito el país requiere, pero la debilidad policial en el terreno de la seguridad es tan aguda, sobre todo en los estados y municipios que la única instancia que tiene el despliegue suficiente para cubrir esas tareas es el ejército: podrá cambiar el presidente y el sexenio, podrán cambiar las políticas de seguridad y el enfoque, pero esa realidad no puede modificarse, por lo menos no en el corto y mediano plazo.

Las fuerzas armadas tendrán que pensar y trabajar en este sentido para el futuro. Muy probablemente en los próximos años vamos a ver un ejército que siga cumpliendo todas las tareas de seguridad interior que tiene ahora asignadas pero con unidades mucho más especializadas; quizás un ejército que pueda reducirse gradualmente en el número de sus efectivos (sobre todo si se lleva a cabo el proyecto de la gendarmería nacional, que no parece aún hoy estar bien delimitado) pero más eficiente y preparado para garantizar la seguridad nacional y la interior. Lo que no cambiará, porque no puede hacerlo, es la convicción en sus mandos de que están al servicio de la sociedad y del Estado y de que son la última frontera para muchos de los desafíos que México debe enfrentar.

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