La política de la guerra sucia
Columna JFM

La política de la guerra sucia

El domingo habrá elecciones en 14 estados, incluyendo la elección de gobernador en Baja California, la misma que marcó, hace 24 años, con el triunfo entonces del panista Ernesto Ruffo, el inicio de la alternancia política real en el país. Hoy, casi un cuarto de siglo después, esas elecciones parecen depender sobre todo de la maniobra coyuntural del día de las elecciones, por lo cerradas de las encuestas y porque allí se ha volcado buena parte de la capacidad de operación de los partidos. Con una diferencia respecto a las cuatro elecciones pasadas: esta vez para enfrentarse al PRI, los partidos de la oposición van unidos (aunque allí el muy lopezobradorista PT sí va aliado con el PRI).

El domingo habrá elecciones en 14 estados, incluyendo la elección de gobernador en Baja California, la misma que marcó, hace 24 años, con el triunfo entonces del panista Ernesto Ruffo, el inicio de la alternancia política real en el país. Hoy, casi un cuarto de siglo después, esas elecciones parecen depender sobre todo de la maniobra coyuntural del día de las elecciones, por lo cerradas de las encuestas y porque allí se ha volcado buena parte de la capacidad de operación de los partidos. Con una diferencia respecto a las cuatro elecciones pasadas: esta vez para enfrentarse al PRI, los partidos de la oposición van unidos (aunque allí el muy lopezobradorista PT sí va aliado con el PRI).

Nadie sabe quién ganará Baja Califiornia, tampoco el puerto de Veracruz o Boca del Río, así como varios municipios de Coahuila, de Tamaulipas (donde el PRI quiere recuperar presencia con candidatos esta vez sí muy locales), de Quintana Roo (pese a que con tantos escándalos en su contra sería sorprendente que el PRD pueda repetir en Cancún), muchos de Oaxaca o de Puebla (en la capital el triunfo de Tony Gali estaría asegurado) están en disputa real en estos comicios. Será interesante ver cómo quedan los equilibrios entre los partidos después de las elecciones e incluso la correlación de fuerzas internas de acuerdo a ganadores y perdedores. Pero estas elecciones no serán recordadas por nada de eso: se las recordará por la violencia contra muchos candidatos locales y por una guerra sucia que aparentemente ha llegado para quedarse en nuestros comicios.

Hoy podemos saber si un candidato tiene o no propiedades, algunas de ellas aparentemente sobrevaloradas, pero no sabemos cuál va a ser su política de vivienda o de transparencia. Podemos saber si un coordinador de campaña es gay y especular si anda en malos pasos o no con menores de edad, pero no sabemos qué política tendrá ese gobernador en términos de derechos de esa comunidad en caso de llegar al poder. Podemos saber que algunos roban, otros piden dinero de salarios de los trabajadores para pagar campañas y los hay que tienen relaciones impresentables con criminales, pero casi ninguno nos dice cuál es su verdadero compromiso con la gente, con la seguridad, con sus policías. Hay de todo: desde cristianos y evangélicos hasta ateos confesos (esos menos), hay quienes han encomendado sus territorios o candidaturas a Dios o a Jesús, pero nadie ha hablado de qué piensan de la relación entre la Iglesia y el Estado o del respeto a las leyes. Se ha denunciado a muchos, a sus partidos, alcaldes o gobernadores, por presunto o real mal manejo de los recursos, pero no recuerdo candidato que haya hablado seriamente del endeudamiento de los estados y municipios. Todo ello es más lamentable aún porque no se puede recordar un solo debate político significativo entre candidatos de los catorce estados, y cientos de municipios, en donde habrá elecciones. Por supuesto que ha habido lucha política, pero ésta se ha significado, por sobre todas las cosas, por las agresiones, físicas o publicitarias, sin que haya habido una real confrontación de ideas y propuestas.

Es verdad que al ser todas elecciones locales y la enorme mayoría para congresos estatales y presidencias municipales, la lucha política se libra, como dirían los operadores electorales, a ras de tierra y eso le quita a las campañas trascendencia nacional o incluso una perspectiva más amplia. Pero pareciera que en esta ocasión la política ha quedado mucho más lejos aún: se votará, más que nunca, por personajes y por los personajes menos descalificados por sus adversarios, lo que ha llevado a todo tipo de alianzas partidarias, algunas de ellas difícilmente explicables.

Sólo en este fin de semana ha habido hechos violentos, con ataques contra candidatos o dirigentes en Oaxaca, contra una candidata, en un ataque en el que murieron su esposo y su sobrina. Allí fue asesinado un dirigente estatal del PRD. En Chihuahua, nuevamente en Guadalupe y Calvo se registraron hechos de violencia. En Sinaloa, en Veracruz, en Quintana Roo, en Sonora, ha habido ataques a candidatos o dirigentes locales. Hay municipios en los cuales no todos los partidos han querido registrar candidatos porque, simplemente, no existe seguridad para ellos y sus campañas. Es verdad que esa realidad no incluye a todos los municipios ni estados, pero también es verdad que en ese caldo de cultivo, abonado por la violencia verbal de los candidatos, se están escenificando las campañas.

Ya habrá tiempo, después del 7 de julio de sacar  cuentas y ver quiénes ganaron y quienes perdieron, cómo quedaron los equilibrios y los virtuales referéndums federal y locales con base en esos resultados. Pero en estas campañas una cosa debería quedar en claro: el debate político, el de propuestas e ideas, ha sido uno de los grandes derrotados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *