Y Rafael Caro Quintero se fue por la puerta de Puente Grande sin la necesidad, siquiera, que tuvo Joaquín El Chapo Guzmán, de tener que salir dentro de un carrito de lavandería. Se fue como un hombre libre después de una más de las increíblemente polémicas decisiones de la justicia mexicana (mañana trataremos otra, la liberación del asesino de la periodista Regina Martínez). 28 años después, los jueces descubrieron que Caro Quintero, asesino del agente de la DEA Enrique Camarena, había sido mal juzgado, que tendría que haber comparecido ante un tribunal del fuero común en lugar de uno del fuero federal porque Camarena, si bien era agente de la DEA no estaba acreditado como funcionario diplomático.
Y Rafael Caro Quintero se fue por la puerta de Puente Grande sin la necesidad, siquiera, que tuvo Joaquín El Chapo Guzmán, de tener que salir dentro de un carrito de lavandería. Se fue como un hombre libre después de una más de las increíblemente polémicas decisiones de la justicia mexicana (mañana trataremos otra, la liberación del asesino de la periodista Regina Martínez). 28 años después, los jueces descubrieron que Caro Quintero, asesino del agente de la DEA Enrique Camarena, había sido mal juzgado, que tendría que haber comparecido ante un tribunal del fuero común en lugar de uno del fuero federal porque Camarena, si bien era agente de la DEA no estaba acreditado como funcionario diplomático.
Resulta inconcebible que, hasta ahora no haya habido una explicación convincente del Consejo de la Judicatura o del propio Gobierno federal sobre lo ocurrido, en medio de un vendaval de reacciones críticas, dentro y fuera del país. Es inconcebible que si la liberación del antiguo capo estaba decidida desde dos días antes no se tomara alguna medida, incluyendo el de la extradición a los Estados Unidos donde es reclamado por la justicia. Es inconcebible que un personaje que jugó un papel tan protagónico en una de las crisis más importantes que ha habido en nuestra historia reciente, simplemente se vaya a su casa doce años antes de lo previsto por la ley por una resolución polémica adoptada en las tinieblas.
Caro Quintero no fue el narcotráficante más importante de su época: lo era su verdadero jefe, Miguel Félix Gallardo, apodado entonces el zar de cocaína, detenido a principios de 1989 en Guadalajara. Pero mientras Félix Gallardo se dedicaba al golf y a codearse con los sectores tapatíos más pudientes, Caro Quintero era protagónico, escandaloso, público. Ninguna de esas característica impidió que uno y otro (junto con Ernesto Fonseca, Don Neto) tuvieran enormes espacios de poder, prepotencia e impunidad. Buena parte de ese poder deviene de una de las historias más oscuras que ha habido en el narcotráfico en México, que contamos con detalle en los libros El Otro Poder (Aguilar 2001) y La Batalla por México (Taurus, 2012).
La historia de Caro se inscribe en el contexto del caso Irán-Contras organizado por el gobierno estadounidense para aprovisionar de armas y hombres a la Contra nicaragüense. En 1979 había caído el gobierno de Anastacio Somoza y la administración Reagan, que tomó el poder poco después, implementó un ambicioso programa para tratar de derrocar a los sandinistas. La Contra operaba básicamente desde la frontera con Honduras en una guerra abierta contra el régimen. Honduras se convirtió en un puente donde llegaban los hombres que eran entrenados en otros países centroamericanos pero sobre todo en las fincas de los narcotraficantes colombianos y mexicanos, y allí llegaban las armas pero también la cocaína de Colombia que era trasladada a su vez a México y de allí a Estados Unidos.
La trama tenía componentes claros: los grupos colombianos donde comenzaban a despuntar Pablo Escobar y, por otra parte, los hermanos Rodríguez Orejuela, que enviaban droga a Honduras. Allí era recibida por quien fue otro célebre narcotraficante, Juan Matta Ballesteros. De México llegaban los aviones con armas y gente que regresaban con la cocaína, que era recibida por la gente de Félix Gallardo, Don Neto y Caro Quintero. Y de México la coca era enviada a Estados Unidos, donde estaba causando furor. Todo funcionó bien hasta que esa trama fue descubierta por el congreso estadounidense en una investigación de venta clandestina de armas a Irán (el dinero que pagaba Irán se usaba para comprar armas para la Contra) y tuvo que comenzar a ser desarticulada, entre otras razones porque quien sería el candidato republicano era el ex director de la CIA (entonces vicepresidente) George Bush, y había sido bajo su mando en la Agencia que se articuló ese operativo. Pero el negocio era ya demasiado grande como para detenerlo. Lo más que se logró, con el tiempo, fue que todos los que estuvieron en su momento involucrados en él desde el terreno del narcotráfico, murieran, fueran encarcelados o simplemente desaparecieran.
Enrique Camarena fue asesinado porque tuvo esa información (que compartió con una DEA entonces con un margen de poder ínfimo ante otras agencias de seguridad de EU). Pero también presuntamente por esa informaciónn fue asesinado el periodista Manuel Buendía, que la había obtenido de José Antonio Zorrilla, quien era entonces jefe de la Dirección Federal de Seguridad y ordenó su asesinato. Tras la muerte de Camarena se impuso la certificación, se lanzó la guerra contra las drogas y se inició la etapa de violencia que, incrementándose en forma constante, todavía hoy vivimos. Y el símbolo de todo eso se llama Rafael Caro Quintero. El hombre que los jueces y las autoridades dejaron de que se fuera por la puerta de Puente Grande el viernes a las dos de la madrugada.