Finalmente la fuerzas militares desarmaron a los grupos llamados de autodefensa en Aquila, Michoacán, que habían estado asolando la región con la coartada de que estaban defendiendo a la comunidad del narcotráfico. Extorsiones, retenes, abusos contra la población, apropiación de los bienes y las armas de autoridades y policías municipales son sólo algunos de los hechos en los que intervinieron estos grupos, vinculados, según las autoridades, a alguno de los grupos del narcotráfico (aparentemente al de Jalisco Nueva Generación). Los detenidos fueron decenas y las armas recuperadas son de todo tipo, incluyendo fusiles de asalto de alto poder.
Finalmente la fuerzas militares desarmaron a los grupos llamados de autodefensa en Aquila, Michoacán, que habían estado asolando la región con la coartada de que estaban defendiendo a la comunidad del narcotráfico. Extorsiones, retenes, abusos contra la población, apropiación de los bienes y las armas de autoridades y policías municipales son sólo algunos de los hechos en los que intervinieron estos grupos, vinculados, según las autoridades, a alguno de los grupos del narcotráfico (aparentemente al de Jalisco Nueva Generación). Los detenidos fueron decenas y las armas recuperadas son de todo tipo, incluyendo fusiles de asalto de alto poder.
El tema de las autodefensas, ya hemos insistido mucho al respecto, es uno de los mayores desafíos existentes para la seguridad en por lo menos dos zonas del país: Michoacán, y sus zonas fronterizas con varios estados de la república, y Guerrero. Si en el primero la mayoría de esos grupos terminan siendo patrocinados por alguna de las organizaciones criminales que allí operan, en general para asegurar territorios y para combatir a sus rivales, en Guerrero esos grupos de autodefensa están ligados a organizaciones armadas que trabajan en la zona desde hace años. En la misma medida en que los grupos de autodefensa con estas características son tolerados, los mismos han tratado, hasta ahora infructuosamente, salvo eventos muy puntuales, de extenderse a Oaxaca y Chiapas. Y más tarde o más temprano, si no se decide antes desarmar a todas estas organizaciones, tendrán éxito en su empeño.
Lo hemos señalado muchas veces y hay que repetirlo: en 1993, ante la cercanía de la sucesión presidencial y la entrada en vigor del TLC se subestimó la presencia de grupos armados en Chiapas. El mismo día de la entrada en vigor del TLC, el primero de año de 1994, esa presencia que había sido ignorada sumergió a México en una crisis cuyas raíces se hunden en uno de los procesos de desestabilización más profundos que ha vivido el país. No se pueden repetir, en ese nivel, los mismos errores.
La tentación es mucha. Hay grupos de autodefensa, sobre todo en Guerrero, pero también en Michoacán, que comenzaron la semana pasada a argumentar que su lucha también era contra la reforma energética; hay movimientos muy cercanos a ellos que participan con grupos del CNTE en las marchas contra las reformas educativa y energética, muchos de los cuales llegarán hoy a la ciudad de México con la idea de realizar una serie de manifestaciones y plantones; hay una articulación de esos grupos con las organizaciones que confluyen en Morena y que están dispuestos a dar la lucha en contra de las reformas, no en el congreso o en el debate sino en las calles. El coctel es peligroso, pero su componente más dañino es, sin duda, los grupos armados que se presentan como autodefensas.
La recuperación de Aquila era fundamental porque los excesos que allí se cometieron trascienden a los de otras autodefensas y policías comunitarias. Pero el desarme debe llegar a todos los grupos irregulares, se presenten con el nombre que sea. En una situación tan delicada como la que vivimos, cuando se están discutiendo reformas (de todo tipo) que pueden cambiar el rostro del país, se deben reducir los márgenes de cualquier provocación, más aún si se realiza con armas en las manos.
Morir en Malasia
Los tribunales de Malasia han ratificado la condena de muerte contra los tres hermanos González Villareal, José Regino, Luis y Simón, detenidos en un laboratorio de metanfetaminas en ese país, en la ciudad de Johor Bahru, hace casi cinco años. Los tres hermanos, originarios de Sinaloa, han sido condenados a morir en la horca lo mismo que otros dos detenidos en ese mismo laboratorio. Las autoridades malayas han sido, suelen serlo con todos estos casos, inflexibles y no habrá perdón.
El periodista Víctor Hugo Michel ha escrito un magnífico relato (Morir en Malasia, Oceano 2013) sobre la historia de estos tres hermanos que ahonda en el drama humano que están viviendo y las razones por las cuales un grupo de hombres humildes terminan en una cárcel malaya condenados a muerte.
Pero también hay que dejar constancia de la forma en que operan las organizaciones criminales, de la forma en que los tres fueron abandonados, lo mismo que sus familias, en esta lógica de ser en forma simultánea víctimas y victimarios que marca a todo el que de una u otra forma termina viviendo o conviviendo en el mundo del crimen organizado. A los hermanos González Villareal, en esta lógica, les tocó perder lejos de su tierra y de familia, en una de las naciones más estrictas y duras en la penalización del narcotráfico. La vida, literalmente, se les ha ido en ello.