La propuesta de reforma fiscal presentada por el presidente Peña Nieto es diferente, en muchos puntos, a la esperada, pero confirma que ha cambiado el paradigma de las alianzas políticas de fondo que se plantea el priismo. Si durante años ese paradigma de las alianzas posibles pasó por los acuerdos con el PAN, hoy el PRI propone, básicamente, un acuerdo con el PRD, liberado éste ya del mesianismo protagónico de López Obrador.
La propuesta de reforma fiscal presentada por el presidente Peña Nieto es diferente, en muchos puntos, a la esperada, pero confirma que ha cambiado el paradigma de las alianzas políticas de fondo que se plantea el priismo. Si durante años ese paradigma de las alianzas posibles pasó por los acuerdos con el PAN, hoy el PRI propone, básicamente, un acuerdo con el PRD, liberado éste ya del mesianismo protagónico de López Obrador.
La reforma fiscal propuesta es la que podría haber presentado el ala moderada del PRD (e incluso el propio López Obrador): un aumento al ISR a las personas físicas con mayores ingresos, la eliminación de los regímenes especiales para las empresas, no toca el IVA ni tampoco, en los hechos, establece mecanismos para incorporar a la formalidad a los sectores que trabajan en la informalidad. Todo era parte de la propuesta presentada por el PRD. Además se elimina el IETU y el Impuesto sobre Depósitos en Efectivo, pero ninguna de las dos medidas modifican la tendencia de la reforma “con sentido social” como se la ha llamado.
Los empresarios, obviamente, no se han mostrado satisfechos con la propuesta. Tampoco lo estará la clase media, o media alta. En esos dos sectores estarán quienes cargarán con el nuevo costo fiscal. Pero todo indica que esa es precisamente la intención de la propuesta, que no establece estímulos importantes a la producción o al crecimiento, pero sí programas sociales, como el seguro médico universal, que están destinados claramente a apoyar a los sectores sociales más desfavorecidos.
En realidad, lo fundamental es la señal que se envía en el terreno político. La propuesta fiscal (lo mismo que antes la de telecomunicaciones o la educativa e incluso la energética) lo que está poniendo sobre la mesa es un acuerdo con el PRD que reconstruya una suerte de nacionalismo revolucionario posmoderno. No es una novedad: lo buscó el PRI de Carlos Salinas después de la elección del 88 pero nunca hubo condiciones para ese acuerdo y allí se institucionalizó una alianza con el PAN que duró muchos años y permitió sacar adelante varias reformas fundamentales. Sirvió todavía ese acuerdo durante algunos tramos de la administración Zedillo, y se fue diluyendo durante los gobiernos panistas de Fox y Calderón. En realidad lo que mantenía las expectativas de ese acuerdo, era el factor López Obrador. Como diría Borges, al PRI y al PAN “no los unía el amor, sino el espanto”. Ahora con López Obrador fuera del PRD, y con ese partido hegemonizado por su ala moderada, las puertas del acuerdo con el PRI parecen haberse abierto de par en par. Y nunca se había puesto ello tan de manifiesto como en la reforma fiscal, un tema crucial para el futuro de la propia administración Peña.
Había que elegir entre gravar el consumo o gravar los ingresos. Y toda la propuesta fiscal ha girado en torno a la segunda opción. No veo cómo el PRD podrá votar en contra de la iniciativa presidencial, de la misma forma que el PAN tendrá que decidir si acompaña esa fórmula o se mantiene en lo que ha sido su propuesta de años en torno al IVA, una propuesta que la iniciativa privada ha acompañado siempre.
¿Qué es lo que viene?. Esta propuesta fiscal tiene que complementarse con la energética. Si bien en el PRD la iniciativa energética no fue bien recibida porque contiene cambios constitucionales, en realidad no tendría que generar conflicto alguno. El guiño propuesto por el gobierno federal, al regresar el texto constitucional al que había sido aprobado en su momento por el presidente Lázaro Cárdenas, fue mal leído por el PRD. La propuesta era y es compatible con la que había dado a conocer en su momento Cuauhtémoc Cárdenas. Los cambios constitucionales propuestos, vía el regreso a Lázaro Cárdenas, en lugar de ser el factor de ruptura eran, o por lo menos así deberían haber sido entendidos, los puntos de referencia común. Si cuando se presentó la iniciativa energética eso no quedaba claro, debería quedarlo ahora complementada con la fiscal.
Será muy difícil, en cambio, para el PAN. Si bien Gustavo Madero ha ganado espacios y tiempo con el Pacto y la operación que ha girado en torno al mismo, ahora esos espacios comenzarán a jugar en su contra. La propuesta de reforma fiscal presentada no puede ser apoyada por el PAN sin distanciarse de muchos de los sectores que en el pasado y en la actualidad lo han apoyado. Viene para el PAN un periodo de redefiniciones donde, muy probablemente, tendrá que reafirmarse en sus posiciones de centro derecha, y regresar a muchas de sus fuentes originales. Y poner distancia respecto a ese nacionalismo revolucionario posmoderno que, en los hechos, están proponiendo desde el PRI y el ala moderada del PRD y ante el cual, también se dividirá la iniciativa privada (como lo estuvo en el pasado). Un acuerdo que es la base del futuro político de la administración Peña.