Las tragedias son, en el ámbito político, una oportunidad pero suelen convertirse, al mismo tiempo, en el derrumbe para cualquier funcionario: en pocas ocasiones como ante una tragedia la capacidad de reacción de un político y de un sistema se exhiben en forma tan plena.
Las tragedias son, en el ámbito político, una oportunidad pero suelen convertirse, al mismo tiempo, en el derrumbe para cualquier funcionario: en pocas ocasiones como ante una tragedia la capacidad de reacción de un político y de un sistema se exhiben en forma tan plena.
Imposible olvidar, en este sentido, el ejemplo de los terremotos de 1985 que le cambiaron la faz a la ciudad de México pero que también constituyeron un durísimo golpe para la administración de Miguel de la Madrid y para todo el sistema político. De allí surgieron nuevos actores políticos, nuevos equilibrios de fuerzas y otros nunca pudieron recuperarse. La lejanía y lentitud con la que actuó en esos momentos el propio presidente De la Madrid y buena parte de su gabinete son algo así como la suma de lo que no debe hacer un equipo gobernante ante una tragedia.
Si los sismos del 85 fueron paradigmáticos en ese terreno, los días que estamos viviendo con la confluencia de Ingrid y Manuel, dos huracanes simultáneos en las costas del Pacífico y del Golfo, son inéditos. Nunca, que se tenga registro, habían coincidido dos fenómenos de esta naturales al mismo tiempo, cubriendo casi todo el país, con enormes daños materiales y pérdidas humanas en varios estados, pero sobre todo en Guerrero y en Acapulco, donde miles habían ido a celebrar el puente patrio y han quedado varados, sin poder salir ni por aire ni por tierra, con un abasto escaso de agua y comestibles, pero también en Veracruz, en Tamaulipas, en el puerto de Manzanillo. En total 18 estados de la república han sido afectados en forma simultánea por Ingrid y Manuel.
Es la primera vez que la administración Peña se tiene que enfrentar a un desafío de estas características y sin duda también será evaluada por la forma en que lo asuma. Más allá de los sismos del 85, hubo en octubre del 97 otra situación relativamente similar a la actual cuando el huracán Paulina azotó con increíble dureza tanto Oaxaca como Guerrero. Las lluvias torrenciales sobre Acapulco causaron también enormes daños, al tiempo que devastaron la costa y amplias zonas rurales de Oaxaca.
Fue otro momento, también en una difícil situación política, que marcó uno de las mejores actuaciones de la administración Zedillo pero también exhibió personajes y formas de hacer política. Hubo quienes vieron su carrera despuntar con su actuación en el Paulina y quienes se quedaron en el ostracismo, en ocasiones por algunos meses o años, otros para siempre. En esa ocasión el presidente Zedillo estaba en Alemania. Suspendió su gira y regresó de inmediato al país. En Oaxaca, Diódoro Carrasco, que era entonces gobernador, había armado, inmediatamente después del paso de Paulina, una enorme red solidaria que operaba desde los aeropuertos de Huatulco y Puerto Escondido para atender la costa y sobre todo las comunidades rurales (el Paulina en Oaxaca había tenido un recorrido extraño: penetró por la playa de Mazunte pero siguió fortaleciéndose con lluvias torrenciales en un recorrido que lo llevó a muchos kilómetros dentro de la sierra, salió nuevamente al mar, cargó enormes cantidades de agua y las descargó sobre Acapulco, ocasionando la tormenta más copiosa que se tiene registrada en ese puerto).
Cuando Zedillo llegó a Oaxaca, todo el operativo estaba ya organizado con el gobierno local y el ejército. Ese desempeño fue clave para que Carrasco fuera unos meses después designado subsecretario de gobierno y luego secretario de Gobernación, en todo el último tramo de la administración Zedillo.
Por el contrario, ante el Paulina, Acapulco fue un desastre. Había más de 400 muertos en el puerto y parte de la ciudad estaba destruida cuando el presidente Zedillo llegó de Alemania a Acapulco. Pero las autoridades para esa fecha no habían siquiera reaccionado. Para empezar el presidente municipal, Juan Salgado Tenorio, dicen que estaba celebrando en Las Vegas. No quiso o no pudo regresar. El gobernador interino Angel Heladio Aguirre, también tardó en reaccionar y en trasladarse de Chilpancingo a Acapulco. En los hechos, el presidente Zedillo, en cuanto vio la situación que se vivía en el puerto ordenó la inmediata renuncia de Salgado Tenorio y colocó un dispositivo del que se hizo cargo el secretario de la Defensa, el general Enrique Cervantes que se convirtió durante algunas semanas en un virtual gobierno interino en el puerto y parte del estado.
Angel Heladio Aguirre es hoy, nuevamente gobernador, pero ya no por el PRI sino por el PRD. Su amigo y colaborador, Salgado Tenorio, enviado al ostracismo político, ya está de vuelta en el gobierno local: apenas en mayo pasado fue designado director del colegio de Bachilleres, con mucha influencia en la política educativa del estado. Acapulco vive hoy su peor tragedia desde aquellos días del Paulina. Muchos de los personajes de entonces están hoy en el poder. Habrá que ver si aprendieron de aquella experiencia.