Miguel Angel Mancera presentó ayer su primer informe de gobierno cuando vive la hora más difícil desde que asumió el gobierno capitalino en diciembre pasado. Las manifestaciones, bloqueos y agresiones de los integrantes de la Coordinadora fueron el detonante de innumerables presiones sobre el gobierno capitalino para que garantizara, por una parte, los derechos de los ciudadanos agredidos por ese movimiento, y por la otra, desde sectores de su propio partido, que le diera garantías a la Coordinadora y sus aliados para continuar con sus movilizaciones.
Miguel Angel Mancera presentó ayer su primer informe de gobierno cuando vive la hora más difícil desde que asumió el gobierno capitalino en diciembre pasado. Las manifestaciones, bloqueos y agresiones de los integrantes de la Coordinadora fueron el detonante de innumerables presiones sobre el gobierno capitalino para que garantizara, por una parte, los derechos de los ciudadanos agredidos por ese movimiento, y por la otra, desde sectores de su propio partido, que le diera garantías a la Coordinadora y sus aliados para continuar con sus movilizaciones.
Buscó Mancera una vía intermedia que en la mayoría de las ocasiones no fue entendida ni por unos ni por otros, pero que muy probablemente era lo único que podía hacer: no podía hacerse responsable exclusivo de un conflicto que a todas luces lo trascendía, al mismo tiempo que tenía que buscar cómo poner límites al propio movimiento: en ocasiones acertó, en otras sus fuerzas fueron demasiado tolerantes.
Pero no tenía una respuesta a la mano porque todo eso lo tenía que hacer sin ahondar las rupturas internas y sin la colaboración del gobierno federal. Ha salido de este proceso debilitado, pero las encuestas muestran que sigue manteniendo un muy alto índice de aprobación. La pregunta obvia sería si esos índices de aprobación se hubieran mantenido si su actitud hubiera sido diferente, si hubiera decidido impedir las marchas y bloqueos utilizando exclusivamente las fuerzas de seguridad capitalinas. En los hechos hubiera tenido que asumir todos los costos y ninguno de los beneficios, porque hay que recordar que la actitud del gobierno federal, por lo menos hasta el viernes pasado, cuando se dio el desalojo del Zócalo, fue también muy contemporizadora.
Pero más allá de eso, ante este primer informe lo que se debe evaluar es la situación que vive Mancera y sus posibilidades políticas futuras. El primer punto a destacar es que lo que más le agrada de Mancera a la gente es su apertura al diálogo y la comunicación con todos. Después de muchos años, demasiados, en que la ciudad se había convertido políticamente en una suerte de rivalidad constante marcada por una sucesión de monólogos ni siquiera compartidos, Mancera le ha dado oxígeno a la vida política. Y allí ha encontrado los espacios pero también los mayores obstáculos.
Hay quienes no quieren ese diálogo y esa apertura. Hay quienes prefieren la confrontación porque sacan partido de ella, dentro y fuera de las fuerzas de la izquierda, en el propio gobierno local y en su oposición. En todo esto hay un dato fundamental: Mancera llegó al gobierno del DF con más del 66 por ciento de los votos. Eso no sólo lo haizo un político que llegó a gobernar la ciudad con un bagaje de apoyo inédito en nuestro país, sino también con enormes expectativas y desafíos. Mancera tenía que enfrentar, en ese sentido, sobre todo a las propias fuerzas que lo apoyaron: tanto Andrés Manuel López Obrador (que en buena medida termina de renunciar al PRD para poner distancia con el proyecto que representa Mancera), como Marcelo Ebrard, que consideraba que su predecesor le debía la candidatura, sin comprender que la votación por Mancera fue mucho más alta que el propio índice de aceptación de Marcelo (y mucho mayor que el de López Obrador en el DF). Para no hablar de la corriente de René Bejarano y Dolores Padierna que quisieron quedarse, infructuosamente, con el control de la Asamblea, del partido y del propio gobierno capitalino. Contra esas tres fuerzas ha tenido que enfrentarse en esta coyuntura Mancera y, por lo menos hasta ahora, ha tenido éxito en poder diferenciarse de todas ellas.
¿Qué es lo que falta y qué es lo que viene para el jefe de gobierno capitalino?. Viene una etapa de definiciones: Mancera no puede perder la imagen de gobernante tolerante y abierto, de un hombre progresista que no está afiliado a partido alguno. Allí reside en muy buena medida su capital político. Pero al mismo tiempo debe mostrarse como un gobernante firme que contempla el bien de todos los habitantes de la ciudad. Ese equilibrio fue el que estuvo en peligro en las últimas semanas, tanto con el caso Heaven como con las movilizaciones de la Coordinadora. Pudo haber cometido errores el equipo de gobierno capitalino en este trance tan difícil, el jefe de gobierno tendrá que hacer ajustes internos y probablemente se requiere de ese equipo también mayor malicia en la lectura de sus opositores, reales o tácitos. Pero lo que no debe cambiar Mancera es su visión de las cosas y su filosofía de gobierno: el país requiere más tolerancia, apertura y deseo de diálogo. Y el aporte de Mancera en ese sentido es invaluable.