Hace algunas semanas, cuando se dio a conocer la iniciativa de la reforma fiscal, decíamos en este espacio que no había que engañarse, que lo que buscaban el gobierno federal y el PRD era un acuerdo de largo plazo con el PRD, que esa era la razón por la cual no se habían incluido en la iniciativa capítulos que en la lógica económica eran imprescindibles, como el IVA generalizado y, por el contrario, se establecían capítulos que eran muy discutibles pero que habían sido parte de la agenda fiscal del PRD desde siempre, como el aumento al ISR, la desaparición del IETU o de los depósitos en efectivo.
Hace algunas semanas, cuando se dio a conocer la iniciativa de la reforma fiscal, decíamos en este espacio que no había que engañarse, que lo que buscaban el gobierno federal y el PRD era un acuerdo de largo plazo con el PRD, que esa era la razón por la cual no se habían incluido en la iniciativa capítulos que en la lógica económica eran imprescindibles, como el IVA generalizado y, por el contrario, se establecían capítulos que eran muy discutibles pero que habían sido parte de la agenda fiscal del PRD desde siempre, como el aumento al ISR, la desaparición del IETU o de los depósitos en efectivo.
El gesto del gobierno federal, de la misma forma de lo que sucedió con la reforma educativa y con la energética, ha caído en el vacío. No porque Jesús Zambrano o la corriente de Nueva Izquierda no quieran cumplir con pactos o acuerdos previos, sino porque todo indica que simplemente no lo pueden hacer. El convenio entre Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, dos líderes con innumerables rencores recíprocos acumulados a lo largo de los años, es la fiel demostración del cierre de espacios para la dirigencia perredista, que se ha complicado aún más por las diferencias con otros grupos internos, como los omnipresentes de Bejarano, o los de Marcelo Ebrard, entre muchos otros.
El tema en realidad no son las reformas: el PRD sistemáticamente se ha opuesto a ellas desde su fundación, aunque muchos de sus dirigentes y militantes, en privado, suelen estar de acuerdo con el sentido de las mismas, desde una reforma energética que habrá el sector al capital privado hasta la necesidad de una profunda revisión fiscal que más tarde o más temprano se tendrá que poner a tono con el resto del mundo y cobre un IVA generalizado. El problema es (más allá del cultural, que atenaza desde tiempo atrás a buena parte de nuestra izquierda) mucho más coyuntural: vienen en diciembre elecciones internas en el PRD (podrían retrasarse algunas semanas pero sin duda serán después del periodo legislativo) y nadie quiere aparecer como concertador. La vieja estrategia de endurecerse y ser la oposición del No, se impone en esa lógica. Y en ella los Chuchos, como corriente hegemónica, también se deben endurecer para no quedarse aislados. Carlos Navarrete, su candidato a presidir el partido, sería un buen líder en su lógica política pero para que ella se imponga requieren una ruptura ideológica y programática que comenzó a darse con la salida de López Obrador del PRD, pero que volvió a restaurarse ahora con la confluencia de casi todos los demás grupos en la línea dura.
Aunque no se haya expresado abiertamente, la posibilidad de que Cuauhtémoc Cárdenas busque regresar a la presidencia del PRD, luego de la salida de López Obrador, es una realidad. Y Cuauhtémoc no va a buscar esa posición desde la concertación con el gobierno, quizás ella pueda darse en el futuro y sobre otras bases, pero no hoy. López Obrador no está en el PRD pero allí siguen buena parte de sus bases y quiere también imponer su línea. Ya tiene que haber comprendido que Morena, sin el PRD, termina siendo una corriente menor. Marcelo Ebrard también quiere la presidencia y para ello, sin un grupo propio significativo, se ha aliado con los Bejarano, enemigos históricos de Nueva Izquierda. Y la única norma de unificación, en ese escenario marcado por el disenso y la búsqueda de espacios de poder y control partidario, es la oposición sin matices al gobierno. Nada une más que un enemigo exterior…aunque ese enemigo se haya desvivido y pagado costos altos para llegar a un acuerdo.
Como ya hemos dicho, todo este escenario debería replantear en el gobierno su esquema de acuerdos y alianzas, políticas y legislativas. Lo que se haya avanzado en negociaciones con sectores del PRD debe tratar de conservarse, pero las mismas deben transformarse en acuerdos concretos, de otra manera sirven para poco. Lo cierto es que desde 1988 las alianzas legislativas serias que se han logrado en el país han sido con el PAN, y en este caso deberán contemplar al Verde y a Nueva Alianza para lograr mayorías significativas en el Congreso. El PAN también está dividido, pero a diferencia del PRD, la base de acuerdo legislativo es mucho mayor y coincide con muchas de las propuestas originales del gobierno, mismas que se fueron alejando de esa base de acuerdo para acercar las iniciativas priistas hacia la corriente moderada del perredismo. Misma que ahora se ha quedado, lisa y llanamente, sin espacios. Es hora de cambiar las estrategias y los acuerdos legislativos. Con la única diferencia de que ahora el costo de ese acuerdo será, probablemente mayor para el priismo. Y ahí está la iniciativa de reforma política del PAN para confirmarlo.