El 5 de febrero de 1970, un joven llamado Carlos Castañeda, intentó acabar con la vida del presidente Gustavo Díaz Ordaz como venganza por la matanza, dos años atrás, en Tlatelolco. El atentado, obviamente, falló. Castañeda terminó siendo reducido por la seguridad presidencial. Pero el frustrado magnicida no fue puesto ante la justicia. Tampoco se divulgó la información, de la que sólo hubo, hasta el día de hoy, versiones poco documentadas. Castañeda fue enviado a un hospital psiquiátrico donde pasó prácticamente 40 años de su vida, en condiciones terribles, hasta hacerle perder la razón y acabó sus días mendigando en las calles de la ciudad de México.
El 5 de febrero de 1970, un joven llamado Carlos Castañeda, intentó acabar con la vida del presidente Gustavo Díaz Ordaz como venganza por la matanza, dos años atrás, en Tlatelolco. El atentado, obviamente, falló. Castañeda terminó siendo reducido por la seguridad presidencial. Pero el frustrado magnicida no fue puesto ante la justicia. Tampoco se divulgó la información, de la que sólo hubo, hasta el día de hoy, versiones poco documentadas. Castañeda fue enviado a un hospital psiquiátrico donde pasó prácticamente 40 años de su vida, en condiciones terribles, hasta hacerle perder la razón y acabó sus días mendigando en las calles de la ciudad de México.
Esa es la historia que cuenta un documental que se estrenará en los próximos días, llamado El paciente interno, de Alejandro Solar Luna. Es una historia fascinante pero al mismo tiempo una demostración de cómo la justicia puede ser manipulada desde el poder hasta hacerla irreconocible, hasta convertirse en un simple objeto de venganza. Un magnicidio me parece un crimen feroz contra la sociedad, aunque la historia esté plagada de ellos. No creo que sea justificable, ni siquiera contra un personaje como Díaz Ordaz. Con todos sus defectos, con su feroz autoritarismo, incluso pese a los crímenes cometidos durante su mandato, no estábamos ante un tirano ni en medio de una dictadura unipersonal. Pero en los años 70 ese tipo de distinciones eran menos importantes: la época, el ambiente, el sentir era que no había espacios para la democracia, la libertad y que éstos se irían irremediablemente cerrando. La tentación de la violencia política, en México y en buena parte de América latina, justificada o no, era, simplemente, una opción. Pero incluso desde esa lógica, el magnicidio planeado por Castañeda no era justificable. Sin embargo, el tema no es ese: lo notable es cómo la justicia deja de aplicarse para perpetrar durante años una simple labor de venganza y destrucción mental de un opositor, por más equivocado que éste estuviera en sus acciones.
No hubo jueces, defensores, tribunales. Hubo encierros, castigos, aislamiento en pabellones para enfermos peligrosos y todo tipo de medicinas para aniquilar la voluntad. Castañeda desapareció de la vida y así, olvidado y encerrado pasó décadas. Ese no es un sistema de justicia sino, insistimos, de venganza. Y el documental El paciente interno lo que muestra es cómo ese sistema pudo perpetuarse e imponerse casi sin resistencia.
Desde entonces nuestro sistema político y de justicia ha cambiado mucho. Un magnicidio como el sufrido por Luis Donaldo Colosio ha tenido, con todos sus grises y pese a la tristemente célebre “investigación” de Pablo Chapa Bezanilla, un tratamiento muy distinto al frustrado intento contra Díaz Ordaz. Mario Aburto, encerrado en el penal del Altiplano ha tenido un destino muy diferente al de Carlos Castañeda. Pero el sistema de justicia sigue sin funcionar adecuadamente: son miles los que están detenidos sin contar con un proceso justo en su contra. Son miles los que pueden eludir los más terribles delitos contando con recursos y recurriendo a todo tipo de artilugios legales. Alguien puede estar preso durante décadas por una tontería, cualquier puede exhibir su impunidad frente a toda la sociedad.
El caso de Castañeda, que muestra El paciente interno es, sin embargo, uno localizado en el límite. Ni siquiera Ramón Mercader, el asesino de Trostky, tan extraordinariamente descrito en El hombre que amaba los perros de Leonardo Padura, sufrió un castigo tan brutal como Castañeda. Una aniquilación física, mental, espiritual de ese calibre. Se dice que en esos años, como ocurrió en muchas dictaduras, de izquierda o de derecha, muchos opositores fueron internados en hospitales psiquiátricos y allí dejados en el olvido. Probablemente es verdad, pero recordar la historia de Castañeda, puede servir para, por lo menos, y aunque sea décadas después, sacarlos del olvido, para regresarlos a la vida, más allá de errores políticos, de acciones sin sentido, de decisiones reprochables.
Hablando de leyes
El líder de la sección 22, Rubén Núñez se ha burlado de las autoridades. No sólo no cumplió con el acuerdo de dejar la ciudad de México que había alcanzado hace ya más de una semana con Gobernación, sino que, ante la insistencia de que se aplique la nueva ley del servicio profesional docente, el dirigente de la Coordinadora ha dicho que a ellos no se la van a aplicar, que son demasiados como para que la ley tenga efectos. Fue un reto a los gobiernos tanto federal como local. Con un antecedente a su favor: mientras el secretario de educación pública, Emilio Chuayffet decía que la ley se aplicaría en forma estricta pero pide que sean los gobiernos estatales los que lo hagan, éstos aseguran que ese es un tema del gobierno federal. Y ninguno de los dos quiere hacer aplicar la ley, dándole, hasta ahora, la razón a Núñez.