Probablemente hoy estará listo el dictamen completo de la reforma fiscal en la cámara de diputados, basada en un acuerdo entre el PRI y el PRD, y los partidos pequeños, en un esquema en la cual sí pagarán más quienes más tienen, aunque a un costo social y político alto, y en el cual el sentido social de la reforma, pese a todo lo dicho en ese aspecto, no lo conocemos porque, sencillamente, lo que sabemos es cómo se recaudarán más impuestos pero no cómo se distribuirán.
Probablemente hoy estará listo el dictamen completo de la reforma fiscal en la cámara de diputados, basada en un acuerdo entre el PRI y el PRD, y los partidos pequeños, en un esquema en la cual sí pagarán más quienes más tienen, aunque a un costo social y político alto, y en el cual el sentido social de la reforma, pese a todo lo dicho en ese aspecto, no lo conocemos porque, sencillamente, lo que sabemos es cómo se recaudarán más impuestos pero no cómo se distribuirán.
Uno de los problemas que existen con la reforma es que los recursos extras (tres puntos del PIB, contando el equivalente al 1.5 que se obtendrá vía deuda) no están etiquetados, lo que quiere decir que no existe, por lo menos hoy, compromiso alguno de que serán utilizados efectivamente en programas de interés social: eso lo tendrá que determinar el presupuesto que aún no se comenzó a debatir seriamente. Pero la decisión política de votar la reforma con la mayoría de sus cláusulas incluso aumentadas (no habrá IVA a colegiaturas e hipotecas pero se aumentará aún más de los propuesto originalmente el ISR para personas físicas y también para empresas; el impuesto al refresco, el llamado impuesto Bloomberg, porque es una propuesta que el alcalde de Nueva York le vendió al PRD, no será de un peso sino de dos) será casi unánime: sólo le faltarán los votos del PAN en la cámara de diputados, y quizás ni siquiera en todos sus capítulos.
No me gustan las unanimidades: siempre son fingidas, falsas. Un ejemplo: me encanta el jazz. Casi siempre se trata de un grupo de grandes solistas improvisando con enorme versatilidad que siguen, cuando la hay, una melodía con libertad, mostrando cada uno de ellos matices, visiones, forma de entender la música, y por ende la vida, abarcando toda la gama de grises. El jazz hubiera sido imposible en otra época: la música es el reflejo de la sociedad, y en ocasiones debería serlo de las instituciones contemporáneas: así de diverso, de interpretativo, de colectiva, global e individualista es esa forma musical que puede abarcar a tantos de forma tan diversa.
Cuando se habla de consensos y de unanimidades recuerdo algunas piezas musicales del pasado: quizás bellas pero estáticas, donde nada puede moverse y todo atenerse a la partitura original, donde todos sirven sólo para una interpretación que no admite individualidades ni disonancias.
Las reformas que estamos discutiendo y que en estas horas comenzarán a aprobarse deberían ser como el jazz: abarcando matices, con debates abiertos, admitiendo soluciones amplias. Me temo que no será así: más bien al contrario, se aplicará (así es la política) la aplanadora para sacar adelante lo que se acordó, aunque algunos puntos no estén seriamente sustentados y mucho menos explicados. No se trata de decir que nadie quiere pagar impuestos. Es verdad, nadie quiere pagar más, pero ese pago se justifica, se asume cuando se ve reflejado en algo: en servicios, en obras, en infraestructura, en seguridad, en disminución de la pobreza o la desigualdad. Cuando hay transparencia y no existe corrupción.
Hoy no sabemos cómo se invertirán esos recursos porque no se tienen programas etiquetados para que no puedan ser utilizados con fines diferentes a los establecidos. La orquesta toca con la fuerza de saber que nadie puede improvisar nada, ni salirse de la partitura escrita. Nada de jazz en las reformas.
Extrañezas perredistas
Marcelo Ebrard no quiere ser presidente nacional del PRD. Esa es sólo una etapa: lo que quiere es ser presidente de la república. En su gente siguen rumiando el hecho de que en noviembre de 1993, Carlos Salinas haya elegido como candidato a Luis Donaldo Colosio en lugar de Manuel Camacho, con la convicción de que al entonces regente de lo sucedería Marcelo en el año 2000. Desde entonces, la carrera de Ebrard ha tratado de rectificar ese “error histórico”.
Más allá de su indiscutible talento, Ebrard está cometiendo errores que lo pueden alejar cada vez más de su objetivo. Ya se equivocó cuando en la búsqueda de la candidatura presidencial decidió, pese a que las encuestas estaban empatadas, resignar su precandidatura para que volviera a competir López Obrador. Se equivocó cuando, en esa misma elección no buscó una senaduría. Se equivoca al romper con Mancera y también al buscar una base social en Bejarano y otra serie de grupos poco menos que impresentables. Pero, ahora al proponer que el líder de su partido sea elegido por la vía de una encuesta se termina de equivocar: ¿cómo el presidente de un partido político va a ser elegido por una encuesta abierta, en donde opinen cómo deben ser llevadas las cosas de ese partido incluso sus adversarios?. Proponer la encuesta se traduce en que Ebrard siente que tiene más simpatías fuera que dentro del PRD. Y eso le hará inviable ganar la presidencia del partido.