Han pasado apenas cinco años pero pareciera que todo ocurrió en un pasado remoto. El accidente (así debemos llamarlo mientras no haya otras certidumbres) en el que murieron el entonces secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño y el ex director de la SIEDO, José Luis Santiago Vasconcelos, juntos con otras 15 personas, cambió todo un sexenio y, sin duda, la forma en que se moldearía el futuro del país.
Han pasado apenas cinco años pero pareciera que todo ocurrió en un pasado remoto. El accidente (así debemos llamarlo mientras no haya otras certidumbres) en el que murieron el entonces secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño y el ex director de la SIEDO, José Luis Santiago Vasconcelos, juntos con otras 15 personas, cambió todo un sexenio y, sin duda, la forma en que se moldearía el futuro del país.
¿Qué implicaban en esos momentos esos dos hombres?. Mouriño no sólo era el secretario de Gobernación, sino también el más cercano amigo y colaborador del entonces presidente Calderón. Durante el primer año de ese gobierno, Mouriño había hecho un gran trabajo desde la oficina de Los Pinos. Cuando el presidente Calderón decide enviarlo a la secretaría de Gobernación el papel de Juan Camilo se hizo mucho más complejo: pasó de ser el operador a convertirse en figura política con perfil propio y también comenzaron las presiones, los aciertos y los errores evaluados de otra forma, desde otra óptica. Ese momento lo encontró involucrado en una reforma energética que se le había prometido al gobierno de Calderón como contraparte de la reforma electoral de meses atrás. Juan Camilo era atacado en el proceso de reforma energética por unos contratos que había recibido su familia años atrás, siendo contratistas de Pemex y él funcionario de la Sener. Se debatió sobre si Juan Camilo podría permanecer en Segob o si era preferible que se fuera al congreso encabezando las listas del PAN en la elección de medio término. El tema se llegó a analizar pero no creo que el presidente Calderón lo haya tenido alguna vez en su agenda: su confianza personal y política en Juan Camilo era enorme.
La reforma salió adelante. No era la que se esperaba pero, por lo menos abrió espacios en un sector absolutamente cerrado. Apenas un par de días antes del accidente Alejandro Poiré (entonces coordinador de asesores de Mouriño y más tarde secretario de Gobernación), me aseguraba que haber logrado pasar en esas condiciones la reforma energética, era, me decía Alejandro, el inicio de toda una nueva etapa en el sexenio de Calderón y en la propia actividad de Juan Camilo.
Eso nunca sucedió: Juan Camilo murió unas horas después y con su muerte comenzó un nuevo periodo en el sexenio pero marcado por la incertidumbre, primero, sobre las causas reales de la muerte, y luego sobre cómo reconfigurar un equipo presidencial que había perdido su pieza central. Se barajaron muchas opciones para reemplazar a Mouriño y el presidente Calderón sacó una muy buena carta: Fernando Gómez Mont, uno de los hombres más talentosos del PAN. Pero también un político que, pese a una amistad que venía desde la juventud con el presidente Calderón, nunca pudo compatibilizar su estilo personal con el del mandatario y su equipo más cercano.
En realidad, la muerte de Mouriño había potenciado una desconfianza que permeaba a buena parte de la estructura gubernamental e incluso al propio presidente. En medios de esos desacuerdos, marcados por las diferencias respecto a ir en alianza o no con el PRD en los comicios locales del 2009, se fue Gómez Mont, y llegó otro cercano amigo de toda la confianza del presidente Calderón a la secretaría de Gobernación: Francisco Blake Mora, que un año después fallecería también en otro accidente aéreo.
José Luis Santiago Vasconcelos no fue despedido con los mismos honores que Juan Camilo. Seguía siendo parte del gobierno pero ya había salido de la PGR, estaba trabajando con Mouriño en sacar adelante la reforma judicial en los estados (algo que todavía está en pañales) y su objetivo era lograr convertirse en ministro de la Suprema Corte. Sabía que era casi imposible lograrlo pero insistía, y tenía toda la razón, en que en esa instancia era imprescindible que hubiera por lo menos un ministro con experiencia real en lo que era y cómo funcionaban el narcotráfico y el crimen organizado. Y pocos, casi nadie, conocían el tema mejor que él. Hombre cercanísimo a la secretaría de la Defensa y con enorme experiencia en el tema, José Luis fue, en parte, víctima de las diferencias internas en las áreas de seguridad de la administración Calderón, pero su papel, al igual que su conocimiento de la política real en esos ámbitos, lo hacían un jugador imprescindible en el futuro de esas mismas áreas de seguridad y justicia, más allá de vicisitudes sexenales.
Habíamos quedado comer el 4 de noviembre. Me llamó el 3 en la noche para preguntarme si podíamos cenar la noche del 4, porque iría con Juan Camilo a un “acuerdo de avión”. Lo dejamos para el 5: esa noche, el 4, iba a ser la histórica elección de Barack Obama y tenía que trasmitir en directo esos comicios por televisión. Nunca llegó esa comida. Tampoco Santiago Vasconcelos ha tenido nunca ha tenido el pleno reconocimiento público que su carrera hubiera ameritado. Quizás, cinco años después, ya es hora de que el Estado mexicano reconozca a uno de sus mejores hombres.