La ocupación la semana pasada de Apatzingán y el lunes la del estratégico puerto de Lázaro Cárdenas en Michoacán, por fuerzas del ejército, la marina y la Policía Federal, es una operación clave, pero no definitoria, para tratar de recuperar la seguridad perdida en ese estado.
La ocupación la semana pasada de Apatzingán y el lunes la del estratégico puerto de Lázaro Cárdenas en Michoacán, por fuerzas del ejército, la marina y la Policía Federal, es una operación clave, pero no definitoria, para tratar de recuperar la seguridad perdida en ese estado.
Lázaro Cárdenas es una tierra perdida desde hace ya mucho tiempo para el Estado mexicano. Controlada por distintos grupos delincuenciales, Lázaro Cárdenas se ha convertido en la puerta de entrada de los precursores químicos que llegan de Asia y que son claves para la producción de drogas sintéticas, que constituyen el más redituable negocio de la droga en la actualidad. Si alguien quiere explicarse la permanencia, el relativo control del Chapo Guzmán y sus principales socios en el negocio del narcotráfico, debe buscarlo en su amplia hegemonía en el rubro de las drogas sintéticas, vía la operación de innumerables laboratorios en la sierra (no sólo en Michoacán sino en toda la cuenca del Pacífico) para exportar esa droga a Estados Unidos cuyo consumo está en continuo crecimiento desde hace ya varios años, mientras se reduce el de la cocaína y la marihuana se establece cada vez más como una droga legal, producida dentro de la propia Unión Americana. Y las relaciones de los grupos del Chapo en Asia, entre los proveedores, son excelentes.
El negocio va mucho más allá. Los precursores químicos son pagados con dinero pero cada vez más también por cocaína, una droga que sí está en expansión en Asia, y que se envía desde México, El Salvador, Panamá y Colombia (y para allá van también carros robado de lujo). Pero también, Lázaro Cárdenas, junto con otros puertos, es la puerta de entrada del contrabando y la piratería, un negocio de miles de millones de dólares. Sería incomprensible la magnitud del comercio informal, de la piratería, del contrabando, sin puertos por donde esas mercancías, que vienen preponderantemente también de Asia, pudieran penetrar por miles de toneladas, al país.
De Lázaro Cárdenas (algo que ocurre también en otros puertos del Pacífico, pero en ninguno como en el michoacano), los precursores, el contrabando, los productos piratas, son llevados a Apatzingan, desde donde se distribuyen, los que van hacia el centro del país, hacia Uruapan y luego a Morelia, con vía libre hacia el DF, Guadalajara y otras regiones. Otros cargamentos, sobre todo de precursores químicos son llevados a la zona donde están hoy los grandes conflictos: desde Apatzingan hacia Coalcomán, una región donde han proliferado las autodefensas. Allí en esa frontera con Colima y Jalisco, y en esa ruta con Apatzingan, se desarrolla el guerra entre los Caballeros Templarios y el cártel Jalisco Nueva Generación que controla el otro lado de la frontera y el cercano puerto de Manzanillo.
¿Qué ocurrirá ante la intervención de Lázaro Cárdenas y Apatzingán?. Los cárteles locales, sobre todo los Templarios y los restos de la Familia, se concentrarán donde ya están, en la sierra y adoptarán la estrategia que usaron en las anteriores intervenciones federales en la zona (por lo menos dos en el pasado sexenio), porque su táctica, al igual que la de muchos grupos guerrilleros, es rodear las ciudades desde el campo. Si las fuerzas de seguridad toman las ciudades, ellos las azotan y las presionan para dispersarse hacia la sierra. Es un escenario típico de guerra de guerrillas aunque quienes participen en ellas sean grupos criminales. Por eso fracasaron las anteriores intervenciones en la zona. Y por eso fracasará ésta si no se toman medidas que vayan mucho más allá del control de la seguridad citadina.
Uno de esos puntos centrales ya se adoptó el lunes: la Marina se hace cargo de la seguridad pero también del tránsito y hasta de la administración del puerto. Sin esa medida, todo lo demás, tarde o temprano, está condenado a fracasar. Otra medida, no sé si se está implementando, es el control de la ruta hasta Apatzingan, y dentro de esa ciudad controlar los depósitos y las vías de distribución que de allí parten. Simplemente controlar la seguridad es insuficiente. Un tercer punto es central y será mucho más difícil y de largo plazo: si decimos que el narcotráfico actúa en la zona aplicando una táctica de guerra de guerrillas también así tendrá que actuar el Estado.
Y ningún escenario de ese tipo se gana con medidas exclusivamente militares y policiales, que son imprescindibles pero insuficientes. Se tendrá que ganar con un trabajo social intenso, donde esas fuerzas de seguridad tendrán que ser el soporte para que allí pueda penetrar y aplicarse la política social del Estado mexicano. Hoy ese papel lo usurpan los delincuentes: ellos dan ayuda selectiva a los suyos. Y mientras lo sigan haciendo podrán seguir rodeaando las ciudades desde el monte, como cualquier buen manual de guerra de guerrillas lo explica al detalle.