Fernando Escalante Gonzalbo escribió el sábado pasado en La Razón sobre una discusión que le parece “fastidiosa, anticuada y perfectamente inútil” a la que por lo tanto le dedica todo su texto. Está muy enojado, en particular conmigo, porque aquí publicamos que más allá de analizar los distintos capítulos de la reforma fiscal, la mejor reforma posible sigue siendo aquella que contemple un IVA generalizado y relativamente alto con un ISR igual de generalizado y más bajo. Decíamos y lo ratificamos, que en última instancia el tema es que la competitividad de un país se va a medir por sus empresas, por el desempeño de su economía. El Estado es imprescindible, nadie lo niega, pero no reemplaza la competitividad, sienta en todo caso las condiciones, o no, para la misma.
Fernando Escalante Gonzalbo escribió el sábado pasado en La Razón sobre una discusión que le parece “fastidiosa, anticuada y perfectamente inútil” a la que por lo tanto le dedica todo su texto. Está muy enojado, en particular conmigo, porque aquí publicamos que más allá de analizar los distintos capítulos de la reforma fiscal, la mejor reforma posible sigue siendo aquella que contemple un IVA generalizado y relativamente alto con un ISR igual de generalizado y más bajo. Decíamos y lo ratificamos, que en última instancia el tema es que la competitividad de un país se va a medir por sus empresas, por el desempeño de su economía. El Estado es imprescindible, nadie lo niega, pero no reemplaza la competitividad, sienta en todo caso las condiciones, o no, para la misma.
Escalante defiende el modelo de la economía estatista y todas las tragedias actuales se las atribuye, adivinó usted, al malvado “neoliberalismo”, lo que eso hoy quiera decir. Los que pensamos que debe haber un IVA generalizado y un ISR más bajo, somos “despelotados algunos, histéricos, otros sentenciosos, enfáticos como curas de pueblo, han salido a batirse contra la reforma fiscal, han puesto el grito en el cielo porque es una vuelta al pasado, a un pasado marxista o peor aún porque los impuestos van a inhibir la inversión y serán un lastre para el crecimiento”. Según Escalante publicó en La Razón, ese, dice, llevando la exageración al límite, es nada menos que “el modelo Fernández”. Y sustenta su posición repitiendo los porcentajes de recaudación fiscal sobre el PIB de Suecia, Dinamarca, Canadá, el Reino Unido y otras naciones de la OCDE, altísimos casi todos.
La recaudación de México está muy por debajo de esos países, nadie lo discute, la pregunta es porqué y cómo lo remediamos. México recauda muy poco por los regímenes especiales, por las exenciones, pero, por sobre todas las cosas, porque casi la mitad de nuestra economía vive en la informalidad, no paga impuestos, y por ende el porcentaje de causantes sobre el total de la población económicamente activa es el más bajo de la OCDE y de los países de nuestro mismo nivel de desarrollo. Sin incorporar a ese enorme sector de la población y de la economía a la formalidad, nuestras tasas de crecimiento fiscal se ahorcan a sí mismas por la sencilla razón de que ya no se les puede seguir cobrando más siempre a los mismos.
El hecho cierto es que el único impuesto generalizado que países como el nuestro pueden utilizar para equilibrar esos porcentajes e incorporar a los informales al esfuerzo fiscal es el impuesto sobre el consumo y cuanto más se consuma mayor recaudación fiscal habrá para que el Estado pueda cumplir con sus compromisos. Y si queremos que haya consumo la gente tiene que tener dinero en sus manos. Por eso el ISR debe ser, en países como el nuestro, donde buena parte de la población no participa del esfuerzo fiscal, relativamente bajo, fácil de recaudar y de pagar. Puede haber razones políticas o sociales para no aplicarlo en una coyuntura determinada, pero ese es el modelo a seguir.
Y esa es la fórmula que han encontrado las nuevas economías con las que tiene que competir México para encontrar mercados y mejorar la calidad de vida de la población. Es muy bonito poner el ejemplo fiscal de Suecia o Dinamarca, pero no somos nórdicos ni nuestros competidores por mercados e inversiones están allí: están en las economías emergentes como Brasil, China, India, Rusia, Argentina, Chile, Colombia, los países de Europa del Este y los asiáticos. En Suecia el ISR es muy superior al 50 por ciento (y el IVA del 25 por ciento), pero resulta que en Rusia es del 13 por ciento para las personas físicas y del 20 por ciento para las empresas. En Bulgaria es del 10 por ciento, en Lituania (una de las economías nuevas más exitosas del mundo) del 15 por ciento, en Hungría y Rumania del 16 por ciento, en Irlanda, para las empresas, del 12.5 por ciento. ¿Hablamos de IVA?. Pues resulta que el de Argentina, Brasil, Chile, Colombia es más alto que el nuestro y generalizado.
Los “histéricos, sentenciosos, curas de pueblo” que pensamos que la reforma fiscal debe apostar a la competitividad más que a la simple recaudación, incluso comprendiendo esa necesidad coyuntural, no tememos, por lo menos no es mi caso, el regreso a ningún “pasado económico marxista” que nunca tuvimos. Pensamos en un régimen fiscal más equitativo, y si la mitad de la población económicamente activa está fuera de él no lo es por definición; queremos que sea más sencillo y generalizado el pago de impuestos; que se premie la eficiencia y el éxito en lugar de castigarlo y se estimule el crecimiento económico en condiciones de competencia con nuestro reales rivales económicos en el mundo. No tiene nada que ver con la “maldad neoliberal”: lo que la gente quiere es empleo, seguridad personal y jurídica, tranquilidad y equidad. Salir de la pobreza. Y para eso hay que ser competitivos.