25-02-2014 Todo lo relacionado con la caída de Joaquín El Chapo Guzmán, el operativo en sí, la actuación del grupo de élite de la Marina destinado a ese objetivo, la colaboración brindada por las autoridades estadounidenses, la forma en que se siguió su pista desde Culiacán hasta Mazatlán, es interesante y muchos de esos puntos tendrán influencia en la forma en que se encarará el fenómeno de la persecución de estos delincuentes en el futuro. Pero pocos, o ninguno es más importante que la propia detención con vida de Guzmán.
Como ocurrió en su momento con Pablo Escobar o años después con Osama Bin Laden, pensar en el Chapo detenido y a disposición de las autoridades era casi una utopía. Un hombre responsable de tantos delitos, tantas muertes, tan peligroso para sus enemigos como para sus aliados y protectores, si caía tenía que ser a sangre y fuego. Pero no fue así. En realidad, pese a todas las comparaciones que se hicieron con Pablo Escobar, el Chapo Guzmán es un delicuente diferente al ex líder del cártel de Medellín.
En el terreno del narcotráfico siempre pareció un personaje mucho más cercano precisamente a los principales adversarios de Escobar, a los hermanos Rodríguez Orejuela, los jefes del cártel de Cali, mucho más cerebrales y menos interesados en el poder político y territorial que Escobar. Los Rodríguez Orejuela querían llevar a cabo su negocio, ser molestados lo menos posible y tratar de disfrutar de su vida.
Fueron terriblemente violentos como respuesta y forma de conservar su poder, pero el principio sobre el que operaban era otro. Como se sabía desde tiempo atrás, el Chapo, sin embargo, tenía un punto en común con Escobar: su debilidad por las mujeres y el interés por sus hijos. Se recuerda ahora que un obispo allá en Durango había declarado que todo el mundo sabía que el Chapo estaba en la sierra.
Eso no dice nada. Se realizaron por lo menos ocho operativos para detenerlo en la sierra y de todos escapó por muy poco. Pero resulta que no es nada sencillo realizar ese tipo de localización y operación en territorios intrincados y con amplia presencia de cultivos de droga. Pero el Chapo no podía estar resguardado tanto tiempo en ese territorio. Tenía que dirigir su organización, vivir la vida y disfrutar de lo que tenía. ¿De qué sirve el poder y el dinero si no se disfrutan, no se utilizan? Pero también por otra razón: por la propia estructura del cártel que encabezaba el Chapo Guzmán, su presencia era cada día menos importante y eso no lo podía permitir.
La operación de estos grupos se ve afectada cuando todas las luces están tras las huellas de su jefe, éste debe aislarse, no tener contactos directos, tiene muy restringidos sus movimientos y sobre todo sus contactos con el resto de la estructura, porque sencillamente la pone en peligro.
Cuando eso ocurre pueden ocurrir dos cosas: una es que el jefe sirva como símbolo pero no necesariamente siga siendo el verdadero operador de una estructura que, además, al ser en buena medida horizontal, tiene sus propios mandos con grados altos de autonomía. En otros casos, ese jefe, por la razón que sea, se convierte en un estorbo para algunos de sus operadores que buscan como deshacerse de él. Es exactamente lo que sucedió en 1989 con Miguel Angel Félix Gallardo y años después con Amado Carrillo Fuentes. Algo de eso, de las dos cosas, debe haber ocurrido con el Chapo, pero lo cierto es que hoy está en la cárcel. Se ha especulado mucho sobre si Guzmán Loera hablará sobre sus relaciones políticas, sus protectores, sus socios, los hombres y mujeres que han permitido que conservara tanto poder e impunidad a lo largo de los años. Es difícil saberlo. No es ni tan sencillo, ni tan automático. Por supuesto que el Chapo puede hablar y puede destapar muchos mecanismos de protección pero ¿cuánto valdría el resto de su vida, la de sus hijos, sus mujeres?.
Dice Jorge Carrillo Olea que cuando fue detenido en 1993, en el vuelo que lo llevaba de Chiapas al Distrito Federal, el Chapo habló de sus cómplices y sus protectores. Puede ser, pero el hecho es que nunca se ha divulgado esa información que el propio Chapo negó cuando se enfrentó a un ministerio público. Ha pasado más de 20 años desde entonces, los personajes, incluso éstos cambian y algunos se debilitan, habrá que ver qué sucede ahora. De lo que no debe haber ninguna duda es que deben ser muchos los que, para ahorrarse preocupaciones, deben haber deseado que el Chapo hubiera muerte en aquel modesto departamento de Mazatlán. Pero debemos recordarlo: la historia del Chapo está construida en torno a mitos. Y esos mitos no siempre se ajustan a la realidad.
Por cierto, y hablando de relaciones peligrosas, mucho dará de qué hablar la fosa común con 15 cuerpos desmembrados encontrada en Tlajomulco, Jalisco, en la tierra del ex candidato Enrique Alfaro.
Jorge Fernández Menéndez