9-06-2014 “El presidente no tiene amigos”, le dijo Enrique Peña Nieto a El País en una de las muy pocas entrevistas de fondo que ha ofrecido desde el inicio de su mandato. La fórmula no es nueva, pero no deja de ser significativa su reiteración. Quizás porque cuando comienza el mes decisivo para el futuro de su administración; cuando tendrán que aprobarse las leyes secundarias en telecomunicaciones y energía; cuando la economía del país depende, en mucho, de cómo resulten esas leyes; cuando hay conciencia de que en el ámbito de la seguridad pública, como en la economía, los resultados deben ya comenzar a sentirse en la vida de la gente; cuando todo eso se concentra en unos pocos días y unas pocas personas, el presidente Peña le tenía que enviar ese mensaje a su equipo, a quienes han sido sus aliados desde muchos años atrás y también a sus adversarios. Que lo haya dicho a El País no deja, además, de ser significativo.
Y si es así, tiene toda la razón: en general, pero sobre todo en un momento definitorio como el que vivimos, el presidente no puede tener amigos: no se puede pensar que ha favorecido a algún grupo político o empresarial por amistad; tampoco que aceptará, por presuntas o reales amistades, que algunos funcionarios de su equipo no cumplan plenamente con su responsabilidad. El presidente Peña ha dicho muchas veces también, insiste con ello en la entrevista con El País, que es un hombre de resultados y pragmático: cuando concluya este ciclo de reformas y se evalúe lo alcanzado, el presidente podrá y deberá reiterar aquello de que en su labor no tiene amigos, sino colaboradores, tiene aliados y adversarios, pero no socios. En política, saberlo, resulta, invaluable.
El presidente Peña no suele dar entrevistas, tampoco se reúne en forma cotidiana para hablar off the records con periodistas o intelectuales, tampoco con muchos empresarios. Sin duda habrá excepciones, pero su equipo más cercano dice que es una decisión suya de hace tiempo, que prefiere concentrarse en su trabajo. En los hechos es el presidente, por lo menos desde la época de Miguel de la Madrid (y junto con Ernesto Zedillo que era realmente refractario a los encuentros con periodistas) que menos contacto personal, en corto o incluso a través de entrevistas (no hablemos de conferencias de prensa, fuera de alguna visita internacional) ha tenido con los medios.
Para algunos es un acierto, para otros un error. Nadie puede decidir por él, pero el hecho es que el mejor perfil del presidente Peña es cuando está con la gente y su interlocución es persona a persona: probablemente es una faceta que se podría desarrollar mucho más y rendirle réditos muy importantes. Quizás también esa relativa distancia se romperá cuando concluya todo este periodo de tránsito, para sacar adelante su agenda de reformas. Una distancia que el gobierno federal se ha impuesto a sí mismo en muchos ámbitos, sobre todo en destacar su propio protagonismo.
Ha tenido lejanía con medios, intelectuales o empresarios en su relación cotidiana, pero Peña Nieto sí es un presidente que gusta de estar y convivir con un puñado de viejos amigos: los procura, los busca, les abre espacios, algunos están en la administración pública, otros no. La diferencia, como quizás se los recordó Peña Nieto con esta entrevista, es que quien se encuentra con ellos no es ya su viejo amigo de escuela, trabajo o incluso del gobierno mexiquense, sino el presidente de la república y ello obliga, o debería obligar, a sus interlocutores, a asumir la inevitable distancia que genera esa condición y no equivocarse con ella.
Hay quienes dicen que en los hechos, cuando ofrezca su segundo informe de gobierno, el próximo primero de septiembre, el presidente Peña comenzará realmente su sexenio. Puede ser, y también es probable que se recuerden estos días, con estas declaraciones, con su viaje a España y El Vaticano, con la operación que su gobierno está realizando en los temas energético y de telecomunicaciones en México (no es menor la declaración de Aurelio Nuño confirmando la preeminencia del Congreso en estos debates), que ese proceso de cambio, que tendrá que ser de formas y de fondo, ya comenzó. Y entonces, más que nunca, será importante recordar aquello de que un presidente no tiene amigos.
Los focos rojos
En la misma entrevista y hablando de seguridad, el propio presidente Peña identificó los focos rojos de la inseguridad en el país: Michoacán, Tamaulipas, el valle de México, Guerrero y advirtió que podría darse, algo que hasta ahora no se había aceptado, un repunte de la violencia en Jalisco consecuencia de los golpes que han recibido distintas organizaciones criminales.
Jorge Fernández Menéndez