11-09-2014 Se cumplen trece años de los atentados terroristas de Al Qaeda y, con ellos, de uno de los mayores desencuentros que han tenido los gobiernos de México y Estados Unidos, cuyas consecuencias, para bien o para mal, repercutieron a lo largo de varios años, incluso hasta hoy.
Para comprender la magnitud de ese desencuentro hay que retrotraerse a unos días antes de los atentados. El presidente Fox realizaba su primera visita de Estado a la Unión Americana, antes ya había tenido algunos encuentros con un George W. Bush con el que compartía aficiones e incluso formación.
Dicen algunos testigos que la primera reunión que tuvieron en el rancho del mandatario estadounidense fue, de alguna forma, de antología. Pero la visita a Washington estuvo marcada por lo que el entonces canciller Jorge Castañeda llamó la búsqueda de “la enchilada completa”: reforzar y ampliar los acuerdos comerciales y lograr una profunda reforma migratoria, el objetivo era sumar a la libertad de comercio, la de la fuerza laboral.
Hay que recordar que a pesar de todos los esfuerzos de Bush para acabar con la misma, la economía estadounidense estaba en esos momentos en una situación de prosperidad inédita, prosperidad que había dejado el gobierno de Bill Clinton, la mayor que ha experimentado EU en la postguerra. El hecho es que en la visita de Estado, en Washington, se llegó a decir que México era el socio más importante de los Estados Unidos (lo que no gustó en absoluto en la Gran Bretaña de Tony Blair) y se hicieron compromisos para sacar adelante esa amplia agenda que habían acordado ambas cancillerías.
Pero una semana después de la visita fueron los atentados. Y el gobierno de Fox, incluyendo al presidente, se paralizó. No supieron qué hacer. El canciller Castañeda quería no sólo solidarizarse inmediatamente sino también hacer honor a eso del socio más importante de los Estados Unidos con otro tipo de medidas, la que solicitara en la emergencia EU y haciendo gestos mucho más intensos, claros en ese sentido. Ahí comenzaron a hacerse públicas las diferencias que existían desde antes, entre el propio Castañeda con Adolfo Aguilar Zinser, y el secretario de gobernación, Santiago Creel, que planteaban una acción mucho más cauta. El presidente Fox no se inclinó en principio ni por uno ni por otros, y tardó horas en comunicarse con Bush y cuando lo hizo, dicen fuentes estadounidenses, su solidaridad no pasó de las palabras.
Evidentemente México cooperó con las medidas de seguridad internacionales y bilaterales que se demandaron desde horas después del atentado y ha seguido haciéndolo hasta ahora, y con una eficacia alta. Pero diplomáticamente nunca alcanzó a definirse en el grado que demandaba el gobierno de Bush. Obviamente no participó en la amplia coalición internacional que intervino en Afganistán, pero el desencuentro mayor se dio cuando Estados Unidos decidió intervenir en Irak con una coalición que ya no tenía el respaldo, como sí había ocurrido en Afganistán, de las Naciones Unidas.
El gobierno mexicano continuaba estando dividido sobre el tema, y finalmente se impuso la posición de Aguilar Zinser, ya entonces embajador en ONU, de no intervenir, no darle los votos en el Consejo de Seguridad, donde México tenía un asiento, a Estados Unidos. Ya para entonces los socios estratégicos de Bush eran Gran Bretaña y la España de José María Aznar.
En esas horas, Bush llamó personalmente al presidente Fox para pedirle su apoyo y su voto (también lo hizo Aznar). El mandatario mexicano le pidió unas horas para consultarlo y le prometió que le regresaría la llamada. Esta nunca se hizo. Bush volvió a buscar en dos oportunidades a Fox y no le tomaron la llamada. México votó en contra, y probablemente fue un acierto hacerlo así, de la intervención en Irak, como también lo hizo Chile: la diferencia fue que el entonces mandatario de ese país sudamericano, Ricardo Lagos, quien le dijo personalmente que no a Bush y le explicó sus razones. Fox nunca volvió a hablar con el presidente estadounidense del tema.
Pero el desencuentro fue, todavía mayor. Estados Unidos, como sabemos decidió intervenir en Irak, junto con un grupo de países, buscando la caída de Saddam Hussein. Nuevamente volvieron a pedir respaldo diplomático de México. El día D, el día clave para esa intervención, el presidente Fox decidió operarse de una dolencia en la espalda y estuvo fuera varios de días de circulación. No hubo y esa fue la culminación de aquella historia, ni una declaración del presidente mexicano sobre la acción, que era, para el gobierno de Bush, capital en toda aquella guerra contra el terrorismo.
Unos años después, cuando siendo todavía presidente George W. Bush se reunió por primera vez con el entonces presidente electo Felipe Calderón, lo primero que le preguntó es si él, ahora sí, le tomaría las llamadas.
Jorge Fernández Menéndez