20-11-2014 No hay que ser un genio de la inteligencia política para comprender que estamos inmersos en un proceso de desestabilización que, más allá del enojo y la desazón causada por el secuestro y la muerte (vamos, hasta el Papa Francisco, con tanta experiencia de vida en el tema de las desapariciones forzadas en su natal Argentina así lo reconoce) de los jóvenes de Ayotzinapa, hay una serie de movimientos y grupos que son utilizados por distintas fuerzas para operar cotidianamente, generando una y otra vez, actos violentos que, para colmo, quedan siempre impunes. Desestabiliza la violencia y contribuye a ella la impunidad.
La declaración presidencial del martes, aunque demasiado prudente, confirma que el proceso, no podía ser de otra manera, no ha pasado desapercibido en el gobierno federal y no se ha pretendido ver, como ha ocurrido en situaciones pasadas, como una suma de casualidades, de eventos aislados que confluyen en un mismo momento. Dicen los diccionarios que desestabilizar implica “hacer perder la fijeza de la posición en el espacio y/o perturbar gravemente la existencia de un grupo de personas o una cosa”. Y así es: estamos perdiendo la posición en el espacio político mientras nuestra vida es profundamente perturbada.
Decíamos que prudencia (una virtud que preserva la vida pero no la hace dichosa, dice algún clásico) parece ser la palabra predilecta desde el poder en estos momentos. Porque lo delicado de la situación lo exige, pero también porque pareciera que se duda sobre qué ruta seguir: y el espacio entre la prudencia y la duda lo ocupa el vacío.
Quizás no se le podía pedir en ese momento, pero a la intervención presidencial del martes le faltó la acción. Hizo un buen diagnóstico de la situación, incluso recordando la reacción de grupos de poder que pudieran haber sido afectados, de una u otra forma, por las reformas de los meses pasados: ¿será casual que apenas días después de que se cerrara ese ciclo de reformas estallaran, uno tras otro, los eventos desestabilizadores?.
Pero como todo buen diagnóstico, sea médico o social, sólo sirve si es acompañado de un eficiente tratamiento, si se adoptan medidas para acabar con la enfermedad. Y en ese sentido, no ha habido respuesta y eso es lo que urge, lo que la gente está demandando.
No hubo acción pero sí reacción: en la noche mediante un mensaje colocado en you tube, la esposa del presidente, Angélica Rivera, presentó un informe sobre la propiedad en Las Lomas de Chapultepec, llamada ahora la casa blanca. Era necesario y era la respuesta a una inquietud legítima. Sin duda el tema seguirá dando de qué hablar pero pareciera ser la proporcionada una explicación convincente: para muchos las cifras manejadas son inimaginables pero entran en el contexto lógico del tipo de relación profesional y pagos que la señora Rivera tuvo con Televisa y otras empresas. No agregó la señora Rivera un punto personal que no es menor: su anterior matrimonio, donde procreó a sus hijas, fue con uno de los productores de telenovelas de Televisa más exitosos y con esa pareja sus ingresos fueron muy altos. Lo tiene que haber sido también el proceso de disolución matrimonial que coincidió con el fin del contrato empresarial.
Y en ello hay un punto central: la señora Rivera presentó, además de los contratos respectivos, su declaración fiscal del año en que compró la multicitada casa y demostró allí ingresos anuales superiores a los cien millones de pesos de los que pagó además más de 30 millones de impuestos. Habrá a quien le pueda parece un ingreso justo o no por su labor, pero ahí está: declarado ante el SAT y con sus impuestos pagados. Me encantaría, por cierto, que muchos otros políticos, incluyendo algunos de sus más fervientes críticos y partidarios, hiciera lo mismo. Sólo para saber de qué viven, sobre todo si no se les conoce ingreso remunerado alguno.
No se cerrará el capítulo de la casa blanca pero por lo menos quedará acotado si toda esa información se verifica. Pero insistimos: esa fue una reacción, no una acción. Una reacción ante un conflicto como lo fueron la cancelación de la licitación del tren bala a Querétaro o, en estos días y con menor publicidad, la postergación de las licitaciones del Paso Express Cuernavaca o de Chicoasen II. Obras que quedarán para los próximos días, semanas o meses porque se impone, una vez más, la prudencia, misma que marca también la cancelación de los eventos del aniversario de la revolución, incluyendo el tradicional desfile, mientras se entregará la ciudad de México a los manifestantes (y a los vándalos) sin que intervenga autoridad alguna para no ser calificada de imprudente.
Pero el hecho es que la gente lo que está esperando son las acciones que logren darle la vuelta al proceso desestabilizador, a la violencia y también a la impunidad. A veces, como decía el poeta romano Horacio, se debe mezclar a la prudencia un grano de locura.
Jorge Fernández Menéndez