11-03-2015 Las informaciones sobre las sumas que resultan del lavado de dinero del narcotráfico y el crimen organizado entre México y Estados Unidos siempre terminan siendo parte de una evaluación que se hace a partir de supuestos y con pocos, muy pocos datos duros, más allá de las buenas intenciones (o no) de quienes las presentan.
Esta semana el subprocurador de los Estados Unidos, Kenneth Blanco decía que las organizaciones criminales que operan en los dos países lavan unos 29 mil millones de dólares cada año. Puede ser, pero resulta que no hay datos que confirmen esa cifra, como tampoco se tiene certeza, de cuanto se queda en Estados Unidos y cuánto en México.
Permita recordar una vieja historia. El cinco de junio del 2009 murió en Miami a los 92 años Bernard L. Barker. ¿Quién era Barker?. El hombre que en 1972, recibió cuatro cheques por 89 mil dólares, una fortuna en esos años, de un banco mexicano como pago parcial para llevar a cabo una operación de espionaje en las oficinas del Comité Nacional Demócrata, localizadas en el edificio Watergate, en Washington, hecho que, año y medio después, conduciría a la renuncia de Richard Nixon a la presidencia los Estados Unidos.
Los cheques, según una amplia investigación de la revista Time, habían sido expedidos por el Banco Internacional de México (luego Bital y hoy HSBC), fueron emitidos por el abogado empresarial mexicano, Manuel Ogarrio Daguerre, quien, a su vez, los recibió de la Compañía de Azufre de Veracruz, subsidiaria de Gulf Resources and Chemical Group, propiedad de Robert H. Allen, encargado en Texas de las finanzas del comité para reelegir a Nixon.
De acuerdo con Time, Allen recibió recursos provenientes de contribuciones ilegales que hicieron diversas empresas y personalidades de Texas para la reelección de Nixon, y Allen depositaba esos recursos en la cuenta de la Compañía de Azufre de Veracruz que, a su vez, los depositaba en una cuenta bancaria de Manuel Ogarrio. El abogado enviaba el dinero a Houston, de donde era enviado a Washington y, posteriormente, transferidos a una cuenta bancaria de Barker en Miami, en un complejo engranaje diseñado para borrar cualquier pista y que sirvió para financiar el caso Watergate y otras operaciones ilegales pero también en muy buena medida al partido republicano y la reelección de Nixon.
Es un buen ejemplo para demostrar, primero, la antigüedad de los mecanismos de lavado de dinero entre México y Estados Unidos; segundo, lo sofisticados que pueden ser esos mecanismos, y tercero que involucran a todo tipo de personajes, desde los más altos a los más bajos. Hoy, en el mundo del narcotráfico, del crimen organizado pero también de las finanzas, esos mecanismos no son muy diferentes: lo que ha cambiado es la tecnología para realizarlos sin dejar rastro.
Por eso nadie sabe con certidumbre de cuánto dinero hablamos al referirnos a los ingresos del narcotráfico o del crimen organizado, y mucho menos de cuánto lavan esos grupos criminales. Eso sí, hace ya 18 años, cuando era el zar antidrogas de los Estados Unidos durante el gobierno de Clinton, entrevisté a Barry Mc Caffrey, y él aseguraba que ya entonces, el 90 por ciento de los recursos que producía la droga se quedaban, se lavaban, en el sistema financiero estadounidense. Casi dos décadas después el diagnóstico sigue siendo el mismo.
La última investigación oficial sobre el tema la presentaron en el 2010, John Morton, secretario adjunto para investigación de Migración y Aduanas de los Estados Unidos, y el entonces embajador Carlos Pascual, cuando dieron a conocer el Estudio Binacional de Bienes Ilícitos.
Según el documento, el narcotráfico en Estados Unidos genera para los cárteles mexicanos entre 19 mil y 29 mil millones de dólares, y buena parte de ese dinero se lava, regresa a territorio mexicano. “Cierta información obtenida indica que no más de la mitad del dinero llega a las entidades financieras por conducto de las organizaciones criminales; otra información indica que es un cuarto del numerario”, dijo Morton, al presentar el estudio.
Pero no tiene sentido. Una diferencia de diez mil millones de dólares (“entre 19 mil y 29 mil millones”) es demasiado, como lo es decir que de esa cantidad van al mercado financiero “la mitad o una cuarta parte”. El embajador Pascual también dijo que el reingreso de ese dinero a México se da a través de envíos hormiga, con personas que trasladan entre cinco y diez mil dólares. En parte es así, pero si estamos hablando de cifras superiores a los diez mil o veinte mil millones de dólares al año, tendríamos un movimiento de millones de personas realizando sólo esa tarea. Es absurdo.
Son explicaciones (como la que proporcionaba Kenneth Blanco) bien intencionadas porque intentan demostrar el poderío económico del narcotráfico, los mecanismos de lavado de dinero y buscar medidas para enfrentarlo, pero no son, porque no se los conoce a profundidad, datos duros.