Cuba: la ceremonia del adiós
Columna JFM

Cuba: la ceremonia del adiós

13-04-2015 Para mi padre Emilio, un revolucionario

 de los de verdad, que hoy iría por los 97

Para mi generación Cuba fue mucho más que un proceso revolucionario visto con enorme simpatía: llegó a ser un foco de esperanza y un motor de enormes expectativas sociales y políticas, de un cambio tan posible como utópico, tan radical como cercano. Un camino por el que muchos estuvieron dispuestos a dar hasta la vida. Tardamos décadas en comprender que la búsqueda de la democracia era mucho más revolucionaria que la que santificar a Castro para perpetuar su poder personal.

Pasaron los años y el sueño desapareció: en mi caso, el punto final fue 1990, cuando fui a la isla a cubrir el que esperaba fuera un histórico discurso de redención de Fidel Castro en un 26 de julio, en el que el castrismo, caído el muro de Berlín, diera un paso decisivo hacia la apertura y lo que nos encontramos fue el “periodo especial” y un endurecimiento en todos los sentidos del régimen. Era una esperanza inútil: el mensaje ya lo había dado Castro semanas antes con el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y los hermanos De la Guardia. En esos días, en 1990, en La Habana, terminé de comprobar que aquella utopía era, en realidad, sólo un espejismo para el turismo revolucionaria, que el solo intento de buscar a la familia de Tony de la Guardia o cualquier disidente, nuevo o viejo, alcanzaba para ser objeto de seguimiento por la seguridad del estado, que era imposible enviar una nota a México sin que fuera sometida a la censura (no había entonces fax, había que enviar por télex y los únicos que manejaban esos equipos en las oficinas de prensa eran funcionarios del gobierno: si no les gustaba lo que veían escrito simplemente lo guardaban, olvidaban enviarlo o lo retrasaban por horas o días), que la gente vivía en una miseria apremiante y un deterioro social inocultable.

De allí en más, Cuba fue perdiendo lo poco que le quedaba de revolución para convertirse en lo que es: una dictadura que no tiene ni siquiera un rostro humano, en la cual el discurso sobre los presuntos avances sociales ha sido reemplazado por un pragmatismo donde el único fin es la salvaguarda del propio régimen y sus dos principales dirigentes.

En mucho contribuyó a ello la torpeza de la política estadounidense hacia la isla, aceptable quizás en los días de las crisis de los misiles pero incalificable por la brutal torpeza de bahía de Cochinos, de los intentos de asesinar a Castro, de las alianza con la mafia para acabar con el régimen, de establecer un bloqueo que le permitió encontrar al castrismo una coartada perfecta para su incapacidad manifiesta de lograr algún resultado económico respetable. El castrismo vivió durante años cobijado en la guerra fría y el apoyo soviético. Cuando éste se acabó, todo se derrumbó hasta que consiguió que otro aprendiz de dictador, Hugo Chávez, con los precios del petróleo hasta las nubes, decidiera financiar Cuba a cambio de apoyo militar, político y de inteligencia. Pero el chavismo, lo mismo que los precios altos del crudo, también acabaron, y los Castro tuvieron que jugar su última carta ante la quiebra económica de Venezuela: el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos.

La iniciativa surgió del presidente Barack Obama que comprendió que la falta de relaciones, y sobre todo el bloqueo, no debilitaban al régimen, sino que lo fortalecían, mientras mantenía en la pobreza (y por ende dependiente del gobierno) a la enorme mayoría de la población. Y Obama dio el paso que no se habían atrevido a dar los anteriores diez presidentes estadounidenses: restablecer relaciones, presionar por una apertura, por lo menos en aspectos diplomáticos y comerciales, y cambiar el discurso. Y los Castro tuvieron que aceptarlo porque era la única salida para una situación insostenible. El apretón de manos entre Raúl y Obama, institucionalizó el acuerdo y abrió un espacio de cara al futuro que terminará, inevitablemente, más temprano o más tarde, con el cambio de régimen político en la isla.

Pero el tema va más allá: se trata de una nueva oportunidad de cambiar los paradigmas del desarrollo político y económico en América latina. El fracaso de Cuba, de Venezuela, de Ecuador, de Argentina, de Brasil, de Bolivia, está demostrando que la vía castrista o la chavista, (vaya si lo sabemos del pasado de México) está marcada por el fracaso: si durante años se dijo que la ausencia o disminución de libertades se podía compensar por el incremento de la calidad de vida, hoy los hechos confirman que esos regímenes acaban con la libertad pero también con la economía. Es una oportunidad para confirmar el cambio de paradigmas en la región. Las libertades se deben convertir también en oportunidades.

Casas y voladas

Cuando en el periodismo se dice que se inventa una noticia se dice que estamos ante una volada. La de las casas de Osorio Chong es una volada más: las casas de las que se habla ni siquiera son de su propiedad, son rentadas y en dos épocas diferentes de su vida y los editores lo saben. Es una absoluta falta de seriedad profesional.

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