22-05-2015 El miércoles al mediodía, el gobernador de Guerrero, Rogelio Ortega, estaba en un evento en el Centro Médico Siglo XXI en la Ciudad de México. Ya se sabía del enfrentamiento entre dos bandas armadas en Tlacotepec, que había dejado 12 muertos y por lo menos 20 heridos. Incluso la Policía Federal ya había anunciado que estaba movilizando elementos a la zona. Pero cuando los reporteros se acercaron al gobernador para preguntarle su opinión sobre lo sucedido en Tlacotepec, Ortega se mostró sorprendido: no sabía de qué le hablaban.
En realidad, nadie se había tomado la molestia de informarle al gobernador que en su estado se había dado un enfrentamiento con una docena de víctimas fatales. Cuando los reporteros le explicaron lo que había sucedido, el gobernador sólo atinó a decir que en Guerrero había (verdad de Perogrullo) una fuerte lucha entre cárteles de la droga.
Los hechos de Tlacotepec son parte de una dinámica, como dijo Ortega, de la feroz lucha entre cárteles para controlar los sembradíos de amapola y la producción de goma de opio, el principal precursor de la heroína. La falta de información del gobernador sobre un hecho tan violento, cuando ya estaba en los medios, es también la demostración del enorme vacío de poder que existe en el Estado y que potencia esa lucha entre grupos criminales, en la que también intervienen, de acuerdo a la conveniencia del momento, organizaciones armadas y movimientos sociales radicales.
Las labores de erradicación prácticamente están abandonadas o, como me decía un corresponsal de la zona, todavía en parte existen, pero están absolutamente rebasadas por la enorme cantidad de sembradíos que se pueden ver a simple vista en casi toda la sierra del Filo Mayor. Hoy esa zona es la mayor productora de goma de opio del país. La violencia ha aumentado en la misma medida en que se ha disparado en los últimos años el precio y el consumo de heroína en el mercado estadunidense. Y el abandono en el que están estas comunidades les termina dejando como única opción trabajar para los narcotraficantes que asuelan el lugar, se matan entre ellos y usan a los pobladores como parapetos.
Si Tlacotepec es la entrada al Filo Mayor, Chilapa es la entrada a La Montaña. La situación es la misma, lo único que cambia, en ocasiones, son las bandas que operan en cada zona. La toma de Chilapa por 350 hombres armados durante cinco días es inadmisible. Ahora sabemos que, además, se llevaron consigo a entre 15 y 30 pobladores secuestrados, acusados de ser parte del cártel de Los Rojos. Se supone que los invasores son manejados por el cártel de Los Ardillos. En Chilapa, en los últimos meses los desaparecidos por la lucha entre ambos grupos suman ya más de cien. La gente está aterrorizada, las escuelas están cerradas y los grupos criminales actúan con libertad y a plena luz del día.
Por cierto, cuando tomaron Chilapa, el gobernador Ortega también hizo declaraciones a los medios: dijo que la ciudad estaba completamente bajo control de las fuerzas de seguridad del estado (sic).
MOLINAR HORCASITAS
Con Juan Molinar Horcasitas, a lo largo de muchos años de conocernos, él en su faceta, primero de académico, después de funcionario electoral, más tarde de político, un servidor como periodista, tuve oportunidad de tener acuerdos y desacuerdos, de reconocer talentos y errores. Inteligente, legítimamente ambicioso, echado para adelante en algunos temas, cabeza dura en otros, siempre estuvo dispuesto a un buen debate. Molinar Horcasitas falleció muy joven la madrugada de ayer. Es una lástima, por el hombre y por el político. Un abrazo solidario para los suyos.
Son casualidades, pero no deja de ser una mala broma del destino lo que ha sucedido con la generación que inició con el presidente Calderón su administración. Un equipo de hombres y mujeres muy jóvenes en el que varios, por enfermedad o accidente, se han ido demasiado pronto: Juan Camilo Mouriño, junto con José Luis Santiago Vasconcelos (que no era en estricto sentido del equipo calderonista, pero que fue un hombre clave del Estado mexicano en la lucha contra el crimen organizado) y el muy joven y talentoso Miguel Monterrubio, que fallecieron, con otros funcionarios, en el accidente de aviación de noviembre del 2008. Francisco Blake Mora, otro secretario de Gobernación, joven, muy cercano también al presidenteCalderón, muerto junto con otro querido integrante del calderonismo, José Antonio García, y con el subsecretario Felipe Zamora, al estrellarse su helicóptero en la sierra de Puebla.
Poco después Alonso Lujambio, un hombre e intelectual magnífico y un político que tenía aún muchísimo que aportar, incluyendo probablemente su candidatura presidencial por el PAN para 2012, víctima, como Molinar, de una enfermedad terminal. El destino se ensañó con una generación de políticos que llegaron al poder muy jóvenes y a los que los hados les jugaron una mala pasada.